Confirmado: gane quien gane, la tenés que seguir remando

En teoría los procesos electorales deberían ser una instancia para que la población haga sentir su voz y se manifieste respecto al rumbo que quiere para el país. ¿Eso sucede realmente en la Argentina?

El voto tiene un valor más allá de lo que representa en lo netamente numérico. Es la única instancia en la que todos somos iguales, donde el voto de un rico vale lo mismo que el del pobre y no hay que tener requisitos especiales para poder ejercer el derecho a sufragar.

En teoría una elección es la instancia en la que población manifiesta su opinión respecto al rumbo del país y también un posible cambio en la forma en que se está administración la Nación.

Sin embargo, por una u otra razón, en la Argentina es muy difícil que producto de una elección se genere un cambio que permita mejorar la compleja situación que enfrenta el país. Gran parte, está en la escasa oferta -por decirlo de alguna manera- del arco político y la calidad de los dirigentes entre los que puede optar el ciudadano.

El argentino que vive de la política, o sea que trabaja de político, no tiene mucho para ofrecer y quedó absolutamente demostrado durante la campaña para las primarias, en la cual las ideas brillaron por su ausencia. Lo único que se repitió fue elegir entre uno u otro lado de la grieta, mientras los que no son parte de ese juego, sólo pedían el voto para que no fuera a ser más de lo mismo, pero sin ofrecer ideas y mostrándose iguales o peores.

No basta con poner a la gente a decidir entre lo malo o muy malo, como tampoco basta con decir "votame a mí" porque a los otros ya les diste la oportunidad y lo hicieron mal. El arco político argentino es responsable de los problemas estructurales del país y los que hoy se candidatean fueron parte de malas decisiones o son "dignos" herederos de los que lo hicieron.

Sin ideas, queda claro que la única intención es seguir manteniendo las condiciones para que el Estado continúe funcionando de la misma manera, hipertrofiado y con una sobrepoblación de personando trabajando de políticos con una relación inversamente proporcional a la cantidad de soluciones que entregan. Es decir, mientras más trabajadores de la política tenemos, son menos las soluciones a los problemas estructurales del país.

Pero más allá de la escasa oferta, también es clave la forma en que se realizan las elecciones, con un sistema arcaico en el cual el ciudadano no tiene todo el poder y los partidos pueden manejar ciertas decisiones para su propia conveniencia.

Es propio de otra época un sistema en que el ciudadano no elige con total conciencia a todos los representantes. Las listas sábanas siguen siendo una "trampa" para el votante que el lunes o el martes (dependiendo de la velocidad del conteo) se entera a quién eligió para los cargos que van al final de la boleta y que fueron "bendecidos" por los jefes de sus partidos políticos.

De ahí en adelante se pueden seguir enumerando situaciones que le restan valor al voto del ciudadano, pero lo cierto es que el lunes, gane quien gane, vamos a tener que seguir remando en dulce de leche con los problemas que arrastra el país hace décadas. No esperemos que las elecciones permitan cambiar el rumbo del país, porque si algo nos demostró la pandemia es que ni siquiera la emergencia sanitaria más grave en 100 años no fue capaz de moverle un pelo a la clase política.

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