Termina el año y aparece el enigma del tiempo
Una reflexión del Prof. José Jorge Chade, ante la inminencia de la finalización de otro año.
Quiero comentar aquí un artículo que leí hace tiempo en Italia cuando terminaba el año escrito por una colega Profesora de Filosofía y Letras de la Universidad La Sapienza de Roma, Alice Figgini.
Ella había tomado el poema de Jorge Luis Borges, donde el título parece especialmente emblemático: Fin de año, no «El año nuevo» o «El año que viene», la atención se centra más en el pasado que en el futuro, en el final más que en el principio.
En realidad, el verdadero protagonista de este poema de Borges dedicado al último día del año es el tiempo, maravillosamente condensado en una imagen de alta tensión simbólica: «un momento que muere y otro que se levanta». El fin de año es básicamente ese momento extremo, ese umbral inviolable, casi sagrado, entre lo viejo y lo nuevo que estamos a punto de cruzar.
Fin de año pertenece a la primera colección de Borges, Fervor de Buenos Aires (1923). En estos versos, el poeta recoge y analiza las razones que nos llevan a celebrar la Nochevieja: ¿por qué damos un valor simbólico a este cambio de fechas, de calendario? ¿Por qué celebramos un proceso astrológico?
El autor trata de explicarlo a través de un análisis poético que trasciende a lo filosófico, haciendo referencia a uno de los primeros filósofos griegos, Heráclito, que veía en el fuego el origen y principio absoluto de todas las cosas, el arché. El fuego, la llama, es para Heráclito la representación misma del dinamismo del devenir, de lo que arde pero no se consume.
A partir de aquí, Borges pasa a analizar el verdadero misterio, a saber, el eterno enigma del tiempo, según el cual todo cambia constantemente, todo fluye y, sin embargo, sigue siendo lo mismo.
En estos versos (que pueden leer al final del artículo) Borges hace un análisis conciso, a veces despiadado, de las razones por las que celebramos la Nochevieja: ¿por qué celebramos cambiar «un tres por un dos»? (En nuestro caso diríamos un cuatro por un cinco, pero poco importa). La voz poética se eleva entonces a su habitual cima de lirismo, cuando reflexiona sobre la metáfora inútil: invocando un momento que muere y otro que resucita.
El «fin de año» es exactamente este momento, esta especie de hechizo intangible del tiempo, y aquí Borges se aproxima al corazón del enigma, a lo que define como «la verdadera causa» que nos lleva a esperar ansiosamente la campanada de medianoche.
El punto central del poema es precisamente «el enigma del tiempo», que el autor identifica como el verdadero protagonista de esta extraña noche de vigilia y espera. En él ve Borges el milagro ('el milagro' en el original, ed.) por el que, aunque el tiempo siga fluyendo inexorablemente, algo permanece intacto e inmutable en las personas. Y es precisamente ese algo que permanece, esa identidad, lo que merece ser celebrado.
Para explicarlo, Borges utiliza una referencia al pensamiento del filósofo griego Heráclito, a quien se atribuye la famosa frase panta rei, «todo fluye», que se ilustra con la famosa metáfora del río, según la cual no se puede entrar dos veces en el mismo río, puesto que el agua que te bañó la primera vez ya ha corrido y, por lo tanto, no es la misma que te bañará la segunda. Sin embargo, en apariencia, el río es siempre el mismo. Así es el mundo el último día del año, observa Jorge Luis Borges, dispuesto a cambiar, pero en esencia siempre igual. El río de Heráclito se convierte en una metáfora de la condición humana: todos somos gotas de ese río, observa el poeta, y sin embargo algo inmóvil, algo eterno, algo más allá de nuestra propia mortalidad, también perdura en nosotros. En un mundo donde todo cambia constantemente», observa Borges, "el verdadero milagro es lo que permanece igual, la permanencia, la constancia, el poder de las cosas que perduran".
FINAL DEL AÑO
Ni el pormenor simbólicode reemplazar un tres por un dosni esa metáfora baldíaque convoca un lapso que muere y otro que surgeni el cumplimiento de un proceso astronómicoaturden y socavanla altiplanicie de esta nochey nos obligan a esperarlas doce irreparables campanadas.La causa verdaderaes la sospecha general y borrosadel enigma del Tiempo;es el asombro ante el milagrode que a despecho de infinitos azares,de que a despecho de que somoslas gotas del río de Heráclito,perdure algo en nosotros:inmóvil,[algo que no encontró lo que buscaba.*
Nota
El asterisco muestra un cambio entre la edición de 1969 y la de 1923
Poesía publicada en Fervor de Buenos Aires (1923)