Festejar la salud

El médico Eduardo Atilio Da Viá vuelve a reflejar en Memo su extensa experiencia y conocimientos en la medicina, y no solamente en la materia sino e su historia.

Eduardo Da Viá

Salud: La Organización Mundial de la Salud define la salud como "un estado de completo bienestar físico, mental y social y en armonía con el medioambiente, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades".

Bienestar:  Estado de la persona en el que se le hace sensible el buen funcionamiento de su actividad somática y psíquica.

Como se puede apreciar en las definiciones anteriores, existe un gran componente subjetivo en ambas, que pasa por la percepción que de sí mismo tiene cada individuo, lo que no implica siempre que esté realmente sano dado que muchas afecciones no dan manifestación alguna durante un tiempo a veces prolongado, o bien la molestia que producen es tan sutil que el portador de la misma no le presta mayor atención y continúa su vida sin alterarse en lo más mínimo.

Los humanos en su mayoría casi absoluta y hasta los profesionales de la salud en sus diferentes aspectos, ignoramos hasta qué punto es de complejo el cuerpo humano (Y el de los animales superiores) a pesar de lo mucho que ya se sabe en especial sobre la fisiología, es decir el funcionamiento íntimo de esa increíble maquinaria que es el soma.

El avance del conocimiento ha sido lento y muy dificultoso por cuanto se trataba siempre de inmiscuirse en terreno desconocido, sin tener a veces idea preconcebida de lo que se habría de encontrar, y en otras se procuraba el hallazgo de algo que en teoría debía existir.

Simplemente para tener una idea de la secuencia con fue obteniéndose el conocimiento, mencionaré algunos de los temas en los que trabajaron los distintos investigadores galardonados con el Premio Nobel de Medicina.

El primero fue Emil Adolf von Behring en 1901 por su trabajo en la terapia con suero, especialmente en su aplicación contra la difteria.

En 1904 Ivan Petrovich Pavlov por sus avances en fisiología de la digestión.

En 1906 Camilo Golgi y Santiago Ramón y Cajal compartieron el Nobel por sus trabajos sobre la estructura del sistema nervioso.

En 1908 Ilya Ilyich Mechnikov y Paul Ehrlich por los elementos del sistema inmune.

En 1919 Jules Bordet por sus descubrimientos sobre la Inmunidad.

En 1923 los candienses Banting y Best por el descubrimiento de la Insulina, y aquí vale la digresión de señalar que hace sólo 100 años se supo de la existencia de esta hormona que los humanos poseían desde el principio de los siglos y cuya falta era la productora de la tan deletérea diabetes.

En 1930 Karl Landsteiner por su descubrimiento de los Grupos Sanguíneos.

En 1933 Thomas Morgan por sus descubrimientos sobre el papel jugado por el cromosoma en la herencia genética.

En 1945 Alexander Flemming y Ernst Boris Chain por el descubrimiento de la penicilina

EN 1947 El Argentino Bernardo Alberto Houssay por su trabajo de la influencia del lóbulo anterior de la hipófisis en la distribución de la glucosa en el cuerpo, de importancia para el desarrollo de la diabetes.

En 1967 Ragnar Granit, Haldan Keffer Hartline, George Wald y Robert W. Holley por sus descubrimientos sobre los procesos fisiológicos visuales primarios en el ojo.

Obsérvese que hace sólo poco más de medio siglo que comenzó a saberse cómo funciona el ojo.

En 1984 Niels K. Jerne, Georges J.F. Köhler, y César Milstein de Argentina por las teorías sobre la especificidad en el desarrollo y control del sistema inmunitario y el descubrimiento del principio de producción de anticuerpos monoclonales.

En 2008 Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier por el descubrimiento del virus del SIDA.

En esta más que apretada síntesis queda demostrado cómo recién hace poco más de un siglo comenzó a develarse el misterio del funcionamiento del cuerpo humano; pero lo más notable, lo más sorprendente y hasta a veces lo más decepcionante, fue que cada descubrimiento era como abrir una puerta hacia los desconocido, pero que detrás de esa puerta habían dos, tres o más tras las cuales se encontraban elementos relacionados con el primero y así sucesivamente, en sucesión no sé si aritmética o geométrica, pero sí que la complejidad excedía la mente más fantasiosa.

Hoy quedan por descubrir enorme cantidad de detalles cada vez más finos, más precisos, más inverosímiles y no creo que jamás se llegue a saberse la totalidad, por cuanto sería como desentrañar el misterio de la vida, y eso estimo que le está vedado al hombre.

Ahora bien, todo este quizás aburrido introito, sirve para concientizarnos de que la Salud es producto de una casi inconcebible precisión en el funcionamiento sincrónico de millones de elementos perfectamente concatenados y por cierto sujetos a la posibilidad de fallar. Lo más sorprendente es, dada la mencionada complejidad, que las fallas sean mínimas estadísticamente, cuando si se tratara de una máquina creada por el hombre, quizá no llegaría nunca a funcionar a la perfección, por la sencilla razón matemática que a mayor número de componentes, mayor la posibilidad del error.

Es así como, nacidos sanos de padres sanos, durante muchos de los años iniciales de nuestras vidas y hasta la madurez inclusive, es decir la primera cincuentena, nuestras vidas transcurren disfrutando de buena salud, aunque con pequeñas excepciones, que la medicina moderna soluciona con rapidez y un mínimo, si es que acaso, dolor, al que tanto tememos.

Con la suma de los años suceden dolencias mayores y sobre todo la pérdida paulatina de potencialidades físicas como la masticación, la audición y la visión, con sus respectivas recuperaciones parciales o totales gracias a la tecnología de punta.

Cuando se trata de afecciones serias con compromiso de vida, es cuando el individuo toma conciencia del significado de no estar saludable, y si la experiencia médica y la fortuna colaboran para salir airosos del cuasi fatídico episodio, es cuando suceden las alegrías y los festejos sin faltar el asado familiar en honor del abuelo o del hijo o del nieto recuperado.

Si lo analizamos desde otra perspectiva, en realidad están celebrando la recuperación de la salud, esa salud a la que no se le dio importancia en el día a día de nuestro existir.

Por razones de interrupciones periódicas de mi salud con las consiguientes recuperaciones, pero fundamentalmente por motivos profesionales que me expusieran al dolor y al sufrimiento de muchas personas, desde la concepción hasta una muerte cruel y precoz, casi sin intervalos libres de padecer, es que desde hace mucho tiempo aprendí a festejar la salud.

Cada día de mi vida, cuando inicio la jornada y advierto que me encuentro lúcido, autosuficiente, con ganas de vivir y de hacer, lo festejo en la intimidad de mi ser; y no puedo sino traer a mi mente aquellos que yo amo y que sé que están sufriendo procesos largos y crueles, para colmo con un final inevitable que es la muerte.

Los octogenarios sabemos muy bien que amén de las dolencias propias de la senescencia, la llama de la vida puede apagarse en cualquier momento o, cuando menos, pasar de un vivir gratificante a uno de padeceres concatenados transcurriendo por un sendero que no es de gramilla sino un verdadero calvario.

Es ahí cuando sobreviene la idea afortunadamente fugaz por lo general, de soplar la propia llama de la vida; y créanme que más de una vez estaría plenamente justificado.

Debemos también aprender a vivir con los coletazos de salud de que aún gozamos, sin que el recuerdo de viejas lozanías impida el legítimo disfrute de la realidad actual y tal como dice el sabio refrán:" No llores porque terminó, sonríe porque sucedió".

Cuando tenemos el privilegio de contemplar el nacimiento de un nuevo día, y para refrendar mi propuesta he de permitirme parafrasear a Joan Manuel Serrat cuando nos endulza el oído cantando:

"Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así

Aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti

Dale el día libre a la experiencia para comenzar

Y recíbelo como si fuera fiesta de guardar

No consientas que se esfume, asómate y consume la vida a granel

Hoy puede ser un gran día, duro con él"

El mundo moderno nos ha provisto de una paradojal cantidad de actividades nocivas para nuestra salud, por lo general asociadas a tener más de lo necesario pensando en una supuesta vejez feliz, lleno de bienes muebles e inmuebles pero carentes de la belleza del simple buen vivir.

Y cuando no se supo festejar oportunamente la salud pretérita, sobrevienen los inútiles arrepentimientos que nada solucionan, y esa vida, antes plagada de éxitos y derroches, hoy contagia sus pesares a aquellos que permanecieron estoicos a su lado procurando hacerle detener su ritmo enfermizo y disfrutar de lo que tiene, aunque sea modesto, pero con la conciencia tranquila de haberlo obtenido sin perjudicar a nadie.

Hay una sabia sentencia que reza: "Cuando te quejes por todo lo que crees que te falta, piensa en lo que tienes y verás cuánto te sobra"

Yo insto a mis congéneres a festejar la salud mientras ella pueda asistir al agasajo, y hagan de cada día un motivo de alegría por estar sanos o por sentirse sanos.



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