Los exámenes de ingreso a los colegios y los secretos guardados

Analiza Arturo Piracés: "Si usamos un termómetro para seleccionar a un grupo y no generamos alternativas claras para quienes quedan afuera, estamos consolidando una exclusión real, aunque todos los estudiantes tengan diez".

Arturo Piracés Lübbert

Mucho se ha hablado de los exámenes de ingreso a los colegios de la universidad y de sus bajos resultados, como si ese dispositivo se hubiera convertido en un evaluador externo del sistema educativo provincial, más duro que las pruebas Aprender o los censos de fluidez lectora, que no dejaban a nadie afuera. La solución que propone la Universidad consiste en preparar mejor a los estudiantes con más cuadernillos.

El examen de la UNCUYO surge después de que la gran cantidad de empates de abanderados y promedios diez en cada escuela, hicieran imposible la selección por criterio de egreso. En otros tiempos, los globales resolvieron esa situación porque obligaron a promediar resultados cuantitativos que terminaron sincerando las calificaciones.

Ahora bien, después de este examen podemos tropezar con algunos secretos mal guardados:

1. Con el antecedente de los miles de chicos abanderados con promedio diez, el examen debía asegurar una "selección" clara, porque si son cinco mil los que rinden y dos mil los que entran, siempre tendrá que haber 3 mil que quedan afuera. Los buenos resultados no hubieran cambiado el panorama de excluidos, como no lo cambia en el ingreso a la carrera de Medicina. Claro caso en el que la demanda supera a la oferta, para decirlo en palabras que están de moda.

2. Los criterios de selección en las escuelas pueden ser muchos: la posibilidad de los padres de pagar una cuota, la zona de residencia, la religión, el azar, el mérito, etc. La Universidad eligió la variable del examen. De esa manera se asegura tener a los mejores alumnos del sistema. El dilema se presenta cuando una Institución sostenida por el Estado, considera legítimo hacer ese tipo de selección en el marco de la educación obligatoria y con niños de 12 o 13 años. Cualquier decisión política es también una decisión moral.

3. Estoy de acuerdo con el examen, aunque no concuerdo con que ese sea el criterio de selección. En ese sentido se podría aprovechar esa evaluación para que arroje conocimiento que responda algunas preguntas, cuyas respuestas hoy parecen estar en secreto:

- ¿Cuántos de los chicos ingresantes pertenecen a escuelas de gestión privada?

- ¿Cuántos pertenecen a familias en situación de pobreza en una provincia donde la mitad de los niños son pobres?

- ¿Cuántos de ellos tienen padres con escolaridad universitaria?

- Si mezclo a chicos con puntajes diferentes, ¿mejora el rendimiento de los que tenían bajo puntaje o empeora la situación de quienes tuvieron altos resultados?

- ¿Qué perfil tiene el examen de ingreso? Porque no es lo mismo una evaluación por competencias (comprender, redactar, sintetizar, resolver problemas, etc) que preguntar cuestiones acerca del sistema Lengua o de nomenclaturas algebraicas.

- ¿De qué manera la Universidad puede arrojar conocimiento nuevo en torno al problema de los bajos aprendizajes?

Existe consenso acerca de que los sistemas educativos que mejor funcionan son aquellos en los que se evalúa y se usan los resultados para mejorar. Muchos años de raro progresismo desvirtuaron esa premisa entendiendo que una baja nota podía resultar estigmatizante.

Resulta paradójico entender que un niño al que hoy la Justicia lo considera sujeto de derechos y puede elegir con qué padre o madre quedarse y qué apellido tener desde los 8 años, no tiene derecho a conocer su situación como estudiante. Se habla de bajar la edad de imputabilidad en jóvenes, pero no de que puedan ser conscientes de su bajo rendimiento académico. Conciencia que no debe consistir en subrayar las dificultades sino en abordarlas, porque de eso se trata el aprendizaje. Aprender sobre el error es la clave cuando hay adultos que acompañan.

Nuestros chicos y chicas tienen derecho a una educación de calidad, en cualquiera de las instituciones en las que ingresen, sean o no aspirantes a los colegios universitarios. En Mendoza abundan las buenas escuelas secundarias tanto de gestión estatal como privada, que podrían usar el diagnóstico realizado para abordar mejor los futuros aprendizajes.

Como egresado y profesor de la Universidad de Cuyo, estoy seguro de que esta institución tiene capacidad para aportar al respecto mucho más que exámenes de ingreso. Para eso, todos los actores involucrados deberían situarse en la tarea incómoda de sincerar resultados y gestionar con evidencias. Porque si usamos un termómetro para seleccionar a un grupo y no generamos alternativas claras para quienes quedan afuera, estamos consolidando una exclusión real, aunque todos los estudiantes tengan diez.

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