Ese 1 por ciento que traba el 90 por ciento de las cosas
La política debe encontrar la forma de canalizar a las expresiones minoritarias que, sin embargo, terminan pasando del peso simbólico al específico en la toma de decisiones cruciales para que la mayoría pueda subsistir.
Las mayorías tendrán que debatir en serio si realmente hay que dejar afuera de los órganos legislativos de representación política a las minorías, cuando toque discutir una nueva Constitución para Mendoza, ahora que parece haber una mayoritaria tendencia a que finalmente ocurra, aunque un minoritario sector se oponga sin escuchar razones, pero imponiéndose, siempre. Hay una guerra de arrogancias, con la sociedad como rehén: la de las mayorías que ganaron sometiéndose a las reglas de juego y la de los grupitos que se victimizan y creen ser los que lo saben todo, un grupo selecto (pero incomprendido) de la humanidad.
Si alguien tiene otra idea, que la lance, porque sometiéndose a la tiranía de las decisiones sectarias, no se avanzará hacia ninguna parte.
Probablemente esté en la ausencia de representación formal en el sistema de aquellos que impiden el avance en temas fundamentales probablemente el palo que traba la rueda de un desarrollo sostenido y sustentable para Mendoza. Este bucle en donde una y otra vez se repite la historia a lo largo de las décadas y con el paso de los gobiernos, le otorga a ese 1 por ciento "disconforme con todo" -como lo cuantificara en Memo la analista Martha Reale- mucho más poder simbólico (y finalmente, concreto, práctico) del que poseen.
Pierden elecciones o, directamente, defenestran la democracia para volver a las decisiones en grupos en una plaza, cuando hoy vive bastante más gente que en los tiempos fundacionales de Grecia y quienes pueden asistir son una diminuta porción de la sociedad. Pero se atribuyen el candil que debe iluminar todas las decisiones.
Estos "terraplanistas de la democracia", en definitiva, infunden líneas directrices sobre temas que muchas veces hasta desconocen, pero que asumen como propios con actitudes fundamentalistas, con más religiosidad fanática que con herramientas políticas, necesitan un canal de contención, expresión, una escucha participativa que no sea rupturista o un atajo hacia el caos.
Hay pequeñísimos sectores que podrían vivir perfectamente en una situación caótica. Esto no es aceptado por las mayorías como opción de vida, pero tampoco lo pueden impedir si desde los órganos del sistema (palabra vapuleada, pero en definitiva, vivimos dentro de una democracia con sus reglas escritas para ser respetadas en la Constitución) se les tiene miedo, se los niega, se los apoya culposamente o entretiene con medidas que no hacen más que extender en el tiempo un "permiso para romperlo todo" que termina otorgándoles legitimidad por omisión, más que porque los asista la razón.
De allí que, nuevamente, al principio: ¿cuántos son? ¿Quiénes los eligieron para representar qué cosa y bajo qué régimen? Es necesario discutir entonces, con responsabilidad, cuánto influirá esa "inmensa minoría" en las decisiones de una mayoría que se muestra muchas veces en retroceso o rendida, a pesar de revalidar sus posiciones en las urnas, con total legitimidad.
En ese marco, buscar ampliar los canales de representación política, no corporativa. La política iguala. En las mesas de entidades, gana el que grita más fuerte o tiene mayor capacidad de presión.