La persona adulta: de la dependencia a la autonomía personal

José Jorge Chade se enfoca en esta columna en la vida de los "séniors" de la vida.

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza

El envejecimiento de la población es resultado de un conjunto de cambios demográficos que se han producido en el mundo, con diferentes ritmos y características, teniendo en cuenta el nivel de desarrollo de los países, pero siempre caracterizados por: una fuerte caída de la natalidad (especialmente en Europa) y el aumento de la esperanza de vida (72,85 años en hombres y 79,28 en mujeres en Argentina para el 2022 y en España por ejemplo el 86,70 en mujeres y el 81,20 en hombre en el 2023) y, en definitiva, una reestructuración de la edad que ha generado una inversión demográfica caracterizada por:

• Mayor número de personas de 65 y más años que de niños entre 0 y 14 años(esto último principalmente en países europeos)

• Un aumento significativo de personas mayores de 76 años.

Sin duda estamos ante un logro social sin precedentes: en muchos países se ha logrado que nuestros conciudadanos vivan muchos años y con mejores condiciones de salud y socioeconómicas que durante generaciones anteriores. Pese a ello, esta reestructuración de nuestra sociedad trae consigo la necesidad de adaptar y diseñar respuestas a las necesidades de los ciudadanos en general, más especialmente cuando se enfrentan a una situación en la que necesitan ayuda para poder llevar una vida cotidiana en condiciones dignas.

Si bien las evidencias que confirman la teoría de la comprensión de la morbilidad (Fries, Manton) según la cual las personas pueden vivir más años libres de situaciones de desventaja, minusvalía y dependencia, parecen cada vez más sólidas, se confirma también una aumento significativo de la intensidad de la atención sanitaria y social que las personas necesitan en los últimos años de su vida, en la que se concentran la enfermedad y la dependencia.

Desde hace unas décadas, muchos países ofrecen respuestas a estas situaciones de dependencia, teniendo en cuenta los diferentes modelos y culturas de atención y protección social de sus ciudadanos. Estos países, más especialmente los mediterráneos, se apoyan en el apoyo recibido del contexto familiar, donde las mujeres generalmente son las protagonistas.

Las dos grandes logros sociales del siglo XX, el cambio en el papel de la mujer y el envejecimiento de la población, han obligado a los países desfavorecidos a buscar soluciones estables a las necesidades generadas por las situaciones de dependencia, que afectan a la mayor parte de las personas a los 80 años.

Con excepción del régimen de bienestar nórdico europeo, el modelo dominante de cuidados duraderos entre 1950 y 1980, tanto en los regímenes de bienestar de Bismark como en el sur de Europa, se basó en la centralidad de la familia, la subsidiariedad del Estado y la residualidad del mercado. Los tradicionales planes de buen desempeño han sido sustituidos por modelos de protección social con distintos grados de desarrollo, mejoramiento e involucramiento de los patrimonios públicos, la responsabilidad de los individuos y sus familias y la participación del Estado. Diversos países, dentro de España, por ejemplo, han incorporado la protección de la dependencia como un derecho subjetivo pleno, un nuevo pilar del sistema de protección social. Pero este paso histórico coincide en el tiempo con una fuerte crisis económica que pone en duda, una vez más, la sostenibilidad del Estado de Bien y el aumento de su nivel de protección.

Al mismo tiempo, existe un modelo de prestación de servicios sociales y sanitarios claramente dividido entre el hogar y la institución, que no responde absolutamente a las necesidades de las personas. No podemos conformarnos con una visión de suficiencia (vs. insuficiencia) de la oferta y prestación de servicios para la mayoría de las personas hasta que debamos responder a la necesidad ciudadana de que nuestras formas más nuevas armonicen con las preferencias de las personas y le permitan a pesar del hecho de que necesitas ayuda de otros, puedes recuperar el control de tus propias vidas. Esto requiere una fuerte propuesta de modelos de atención basados en el principio de autonomía personal que orienta el diseño de los cursos y su intervención técnica. Y se centra sobre todo e la humanización de los servicios sociales y asistenciales.

La humanización de los servicios en lo que se refiere a servicios de apoyo y atención a personas en situación de vulnerabilidad y/o dependencia, la intervención social, además de proteger y cubrir las necesidades de las personas, debe promover su autonomía, favoreciendo la inclusión social, mejorando su bienestar y garantizar el ejercicio de los derechos que tienen como ciudadanos.

Necesitamos metodologías de intervención precisas para poder realizar diseños de servicios e intervenciones técnicas desde un modelo de atención centrado en la persona. Un modelo orientado a ellos, a su calidad de vida y a su bienestar diario. Una atención no sólo técnica que esté dirigida no sólo a dar respuesta a las necesidades que surgen de la desventaja, sino que atienda sus derechos y anhelos. Recordar siempre que no es lo mismo estar frente a un organismo necesitado de atenciones que estar frente a una "persona". A veces una persona en situación de desventaja que viene trasladada a un centro asistencial, pasa a ser sólo un organismo que necesita atención técnica y la persona desaparece y se transforma en el nombre de la dolencia con el número de habitación "La Alzheimer de la 42" en vez de la Sra. Rosa de la habitación 42, por ejemplo. No queda otra idea que la de concebir el cuidado desde el punto de vista de la dignidad y el apoyo a la autonomía, incluso en aquellas personas con un alto grado de desventaja, tendencia que en otros países más avanzados en políticas sociales ha ido tomando fuerza y consistencia.

En los últimos años, los países europeos han respondido a estas situaciones que dependen de diferentes modelos y culturas de atención y protección social a sus ciudadanos. Todos ellos, y especialmente los países mediterráneos, apoyados principalmente en los apoyos recibidos del entorno familiar, protagonista sobre todo de las mujeres.

En definitiva, nos enfrentamos a una tarea completa y compleja, aquella de abordar situaciones que dependen de la promoción de la autonomía de las personas, pero tratando siempre de mantener un enfoque humanístico relacional.


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