Acerca del tiempo como sucesión de fenómenos

Escribe el Prof. Dr. Eduardo Da Viá en su columna: "La humanidad necesita más tiempo para comprender el tiempo, por cuanto ni aun sumando los tiempos de cada uno de los más brillantes filósofos dedicados al tema, hemos podido arribar a una definición consensuada".

Eduardo Da Viá

Heme aquí de pie frente a lo que con seguridad será el último tramo de la porción de tiempo que me ha sido concedida; superado con creces los 80 años, y en mi condición de humano para quienes los estadígrafos nos asignan lo que denominan esperanza de vida, yo ya he superado la media matemática, por tanto el final de ese período viviente que es sólo mío, se aproxima al fin.

Antes de entrar en tema deseo expresar mi discrepancia con el término "esperanza", dado que la esperanza es la expectativa ferviente de creer que algo bueno va a pasar; y el tiempo que dure la vida, no es ni bueno ni malo, es simplemente tiempo asignado para cada uno independientemente de su duración.

El tiempo es, en sentido general, una magnitud física que se utiliza para medir la duración, simultaneidad o separación de los hechos y acontecimientos. Esto permite ordenar acontecimientos en una secuencia, de la que se desprenden las nociones de pasado, futuro y presente.

¿Cuál es el invento más importante del ser humano? La rueda, dirán unos. Otros la escritura, la imprenta, la electricidad, el internet y podríamos seguir. Pero muy pocos pensarán en algo intangible, un producto solo del intelecto humano y de la observación que no se puede tocar, ni tomar con la mano; pero sí sentir sus efectos. Es algo que rige nuestras vidas, y cada vez más: el mayor invento del hombre es la medición del tiempo.

El hombre se montó a horcajadas del tiempo sin que éste lo advirtiera, por cuanto su devenir es independiente y transcurre sin que nada ni nadie pueda detenerlo.

Estoy convencido que los humanos, al desarrollar métodos para medir el tiempo, pensaron que eran capaces de manejarlo a su antojo, y resultó todo lo contrario, es el tiempo el que lleva las riendas y el hombre un mero pasajero transitorio que obligadamente en algún momento habrá de apearse sin que, tal como cuando se encaramó, el tiempo se inmute lo más mínimo.

Y pensar que estamos toda la vida pendientes de ese algo/alguien que nos ignora.

El tiempo de vida lógicamente tiene, dadas como están las cosas, un principio y un final.

El principio no me asustó por la simple razón que ignoraba que ocurriría, sino que un día, una hora un minuto un nanosegundo determinado me encontré en el mundo como otro ser integrante de la comunidad de seres existentes en ese preciso momento, pero sin que yo lo advirtiera.

De la misma manera ignoro el cuándo será el final pero sé que está cercano a pesar de gozar todavía de una salud más que aceptable.

Por otra parte, y esto es fundamental según mi parecer, el tiempo es un invento humano, dado que partimos de un No tiempo previo al nacimiento y al finiquitar mi existencia me sumergiré en el No tiempo venidero.

Ambos espacios integran el infinito, que nunca dejó de serlo por la llegada de mi ser al mundo, y el infinito carece de tiempo precisamente porque no tiene ni principio ni fin.

Ochenta años desde la perspectiva humana, es un período largo pero absolutamente insignificante para aquel que llamamos tiempo, y por tanto en el concierto universal es casi como si nunca hubiésemos existido.

Pensemos por un momento que a nivel sideral, los humanos medimos, porque no solo medimos el tiempo sino también la distancia, el peso, la velocidad etc. decía a nivel sideral medimos las distancias en millones de años luz, una cifra inimaginable para seres que humildemente nos manejamos con horas y minutos, días y a lo sumo años.

Para ser más didáctico, un año luz es nada menos que la distancia que recorre la luz en ese período, un año, vale decir 365 días, equivalente a 31.563.000 segundos, multiplicado por la velocidad de la luz que es de 300.000 km por segundo lo que da insisto una cifra inasible aun leyéndola.

Qué puede significar entonces el instante de 80 o algo más de años, terciando entre esos números fabulosos: Nada, tan nada como de donde vinimos y hacia dónde vamos.

Sin embargo ese soplo de ese por notros llamado tiempo es todo lo que disponemos para ser.

En realidad es menos aún si tenemos en cuenta que en los primeros tiempos de la vida somos nada más que un ser vivo, un mamífero más exactamente, absolutamente incapaz de subvenir a nuestras propias necesidades elementales y al parecer sin advertir sino muy pocos fenómenos de los miles que nos rodean a diario.

Sólo podemos graduarnos de Ser cuando tomamos plena conciencia de nuestra propia existencia y hasta que dejamos de advertirlo, sin necesidad de la colaboración de la muerte; fenómeno muy frecuente en el mundo actual por la incidencia de la enfermedad de Alzheimer que hace que el individuo esté pero no sea.

Yo diría que la vida es el tiempo que media entra ambas situaciones, en definitiva entre Ser y No ser aunque permanezcamos biológicamente vivos.

Pero para que la condición de Ser adquiera la mayor relevancia, es necesaria la vinculación con otros seres por cuanto el hombre es un ser social.

De hecho existe el anacoretismo, pero como modus vivendi excepcional y practicado voluntariamente casi siempre por personas con algún tipo de afección psiquiátrica.

En realidad esa vinculación con el otro es absolutamente inevitable por cuanto desde poco después de la concepción y ya desarrollada la placenta, vivimos en íntima relación con el otro ser que es la madre. A tal punto que compartimos con ella su propia sangre, y esto no se detiene con el nacimiento, momento en que se rompe la dependencia física mediada por el cordón umbilical; pero seguimos conectados intermitente con el acto imprescindible de mamar; si bien la lactancia puede ofertarla una nodriza cuando la madre no puede o no existe, la conexión con el otro es inevitable.

Y a falta de ambas, madre y nodriza, otro se encargará de alimentarnos con leche artificial hasta que la condición física permita la ingesta de otro alimento fuera de la leche, pero siempre mediado por la colaboración de otro encargado de la preparación del alimento y del acto de alimentar hasta que el niño esté en condiciones de llevarse al alimento a la boca y aun así dependerá de otro u otros para la adecuación del mismo a las necesidades del infante.

Y todos estos acontecimientos requieren un tiempo propio de duración variable dependiendo de las capacidades de los actores; pero el tiempo sigue siendo a mi juicio una entelequia de la que podríamos fácilmente prescindir sin que nada variara.

La obsesión con el tiempo nos lleva a establecer momentos en que deben ocurrir ciertos fenómenos, por ejemplo en el desarrollo del niño se dice que a los tres meses levanta la cabeza, a los seis se sienta, a los nueve se para y a los doce camina, y cuando tal sucesión se altera cunde la desesperación en la madre y los médicos comenzamos a solicitar exámenes complementarios, cuando lo más probable es que sean meras variantes dentro de la normalidad en la campana de Gauss.

Así es como el tiempo, una concepción del intelecto humano, nos gobierna desde que alcanzamos la categoría de Ser, lo peor es que no solo estamos pendientes del mismo, sino que artificialmente lo dividimos en pasado, presente y futuro, sin pensar mucho según mi parecer, en el verdadero cenagal en que nos metemos, al fraccionar así, con irresponsable ligereza un ente que por ser infinito no admite el troceo y menos cuanto que la filosofía define el llamado Ente de Razón al ente que no tiene ser real y verdadero y solo existe en el entendimiento.

Me refiero al instante como sinónimo del presente o del aquí y ahora, atribuyéndole una propiedad que no posee, cual es el tiempo.

El tiempo discurre incesantemente y es imposible detenerlo para categorizarlo como presente, dado que si quisiéramos asirlo y archivarlo en nuestro cerebro, inevitablemente el sólo pensar en él lo transforma en el pasado, que, a su vez podríamos definirlo como la sumatoria de instantes vividos.

En definitiva la vida es esa sumatoria, propia, intangible e intransferible: somos lo que fuimos.

Con el futuro ocurre algo similar tenida cuenta que se refiere al tiempo que aún no ha llegado, que está por venir, que ha de ser.

Pero matemáticamente hablando, con el futuro ocurre algo parecido a lo que sucede con el presente; si a ese "tiempo que aún no ha llegado", lo dividimos en instantes, a cada uno de esos instantes, con solo pensarlo lo transformamos en pasado.

Es por ello que si queremos perfeccionar la definición de pasado, tendríamos que decir que es la suma de instantes futuros que hemos logrado consumir transformándolos en pretérito

La capacidad de medir el tiempo está estrechamente vinculada a la aparición del reloj, que es en realidad el instrumento que permite efectuar tal medición.

Pero inadvertidamente esta habilidad para medir el tiempo, injertó en el modus vivendi humano una enfermedad de la cual no hay cura sino que por el contario se agrava cada vez más: la prisa.

El tren como medio de transporte, aparecido en Inglaterra en 1825 fue el que introdujo horarios estrictos y puntualidad, y la humanidad empezó a vivir más rápido; luego el avión lo exacerbó pero para distancias largas, en las cortas el tren es más efectivo y más aún desde la aparición de los trenes de alta velocidad, de la misma manera que el celular nos comunica de inmediato, los trenes modernos alimentan la prisa a punto tal que casi no apreciamos las bellezas por las que atraviesa en su recorrido, por cuanto lo que importa no es disfrutar sino llegar.

Ambas, prisa e inmediatez, son causa de numerosas afecciones físicas y psíquicas de las cuales el hombre no se podrá librar, aun cuando establezca períodos de descanso destinados supuestamente a no hacer nada en especial, pero que desde que apareció el otro invento maravilloso cuyo efecto bumerán ha alterado todavía más nuestra vidas: el celular; que irrumpió en nuestra intimidad haciéndola desaparecer porque los adictos, que son muchos, lo utilizan en plenas vacaciones.

Yo insto a mis congéneres a detenerse un momento, silenciar el móvil y contemplar con que parsimonia se pone el sol en el transcurso del ocaso, desprendiendo sus más bellos colores, como si fueran luces de utilería dando por finalizado el día; y de la misma forma durante el orto lunar, Selene resulta hasta tímida en aparecer, como si tuviese la culpa de haber desplazado al astro rey.

Y ambos, Febo y Selene lo hacen ignorando el tiempo que les toma su actuación

¿Qué es el tiempo según la filosofía Aristóteles?

El tiempo no es movimiento, pero debemos reconocer que no podemos hablar de tiempo sin cambio. Pues cuando en nuestra alma no cambia nada o no advertimos que cambie algo, tampoco advertimos el pasar del tiempo. Dicho de otro modo, el tiempo solo existe para nosotros, en tanto que el alma capte cambio o movimiento.

¿Qué es el tiempo según Platón?

Para Platón, la creación del tiempo va ligada a la creación del cosmos a partir del caos. Creación del cosmos y creación del tiempo son inseparables. Por tanto, el creador del tiempo es el mismo que crea el cosmos. El cosmos no es eterno.

¿Qué es el tiempo según Kant?

"El tiempo no es otra cosa que la forma del sentido interno, es decir la intuición que tenemos de nosotros mismos y de nuestro estado interior".

¿Qué es el tiempo para Heráclito?

Heráclito utiliza el verbo gígnesthai (llegar a ser), para hacer referencia al devenir o sucederse de las cosas todas, siendo este devenir en conformidad, de acuerdo al logos que existe siempre. Este logos es común y parece ser que estructura el devenir del mundo tanto como habita en lo más profundo de nuestra alma.

¿Qué decía Parménides sobre el tiempo?

La filosofía de Heráclito se basa en el paso del tiempo. Pero hacia la misma época, Parménides de Elea sostuvo una visión que tradicionalmente se ha considerado opuesta: nada cambia, todo permanece. Ambas doctrinas han inspirado visiones diferentes del tiempo en el pensamiento occidental de los siglos posteriores.

En resumen, el tiempo es una concepción humana del eterno devenir que comienza con el nacimiento y termina con la muerte; cada soplo de aire que inhalamos (Schopenhauer) impide que nos llegue la muerte, que constantemente nos acecha. En última instancia la muerte debe triunfar, pues desde el nacimiento se ha convertido en nuestro destino y juega con su presa durante un breve lapso antes de devorársela. Sin embargo, proseguimos con nuestra vida con gran interés y solicitud durante el mayor tiempo posible, de la misma manera que soplamos y hacemos una burbuja de jabón lo más grande que se pueda, aunque sabemos con certeza total de que habrá de reventarse.

CONCLUSIÓN

La humanidad necesita más tiempo para comprender el tiempo, por cuanto ni aun sumando los tiempos de cada uno de los más brillantes filósofos dedicados al tema, hemos podido arribar a una definición consensuada.

He sostenido claramente en uno de mis escritos, y lo reitero ahora, que el cerebro humano con toda su mágica potencialidad no está preparado para desatar el nudo Gordiano que suponen el tiempo y el infinito.

Bueno creo que es tiempo de finalizar estas disquisiciones que si bien no han aclarado el sujeto tiempo, al menos lo han puesto nuevamente en el tapete para quitarle el sueño a más de uno. Además les abro mi intimidad intelectual a mis lectores y amigos para que me conozcan mejor.

Mis disculpas si esta noche no pueden dormir, ya EL TIEMPO se encargará de devolverles la serenidad.


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