El silencio de las universidades
Durante los años del gobierno de Macri, se constituyeron en defensoras o censuradoras de los más nimios acontecimientos o políticas que afectaban la educación. Sin embargo, se han quedado sin palabras ante la suspensión de las clases presenciales. Un artículo de Guillermina Tiramonti.
En 1930, Ortega y Gasset escribió el libro La rebelión de las masas, en el cual caracterizaba una época en que la movilización de las multitudes parecía haber tomado el control político y sometido a las minorías. El libro daba cuenta del poder adquirido por las masas con la revolución bolchevique y los albores del fascismo. A fines de 1995, se publica póstumamente el libro de Cristopher Lasch que responde a Ortega y Gasset con un texto denominado La rebelión de las elites y la traición a la democracia.
Lasch advierte en este texto que la principal amenaza en nuestro tiempo proviene de aquellos que se encuentran en la cima de las jerarquía de la sociedad: las elites que detentan los privilegios de las minorías intelectuales, políticas, financieras, productivas y de información que han dejado de lado su responsabilidad de atender a los intereses de las masas. El peligro no son las masas en rebelión sino el abandono de las elites.
Para cualquier observador de la escena publica, esta es la situación que está atravesando nuestra sociedad. Hemos sido abandonados por nuestras elites que disputan el poder y sus propios intereses de cúpula, mientras nuestros derechos, preocupaciones y padeceres están huérfanos de representación. Diariamente, la TV, las redes y los diarios nos muestran que los asuntos que mueven a la acción a los miembros de las diferentes elites están divorciados de las problemáticas que nos acosan diariamente.
Si ponemos el ejemplo de la educación, nos encontramos con alguna peculiaridad en relación al fenómeno de la orfandad de representación en la esfera publica. Desde la apertura democrática, la suerte de la educación se definió en la disputa de sindicatos y funcionarios. Estos dos actores fueron los principales artífices de la suspensión de las clases presenciales durante todo el año 2020 y lo que va del 21. El desorden que esto provocó en el seno de la sociedad generó nuevas presencias en la esfera pública como son las "mamis¨ que salieron a defender la escolarización de sus hijos y se transformaron en actores relevantes en la interlocución por la educación.
Las mamis, las ONG, los organismos internacionales y voces aisladas de especialistas se constituyeron en los participantes de una esfera pública tironeada por la lucha política entre oficialismo y oposición. Los sindicatos presionan, en acuerdo con el grupo gobernante, realizando paros cuando resulta conveniente. El periodismo amplifica las voces para alimentar sus programas y no más que esto.
El silencio de los claustros
Las universidades, en cambio, permanecen en silencio. Durante los años del gobierno de Macri, mi mail estaba muy frecuentado por las declaraciones de estas instituciones que se pronunciaban en contra de casi todas las acciones de gobierno en materia educativa. Podemos citar sus declaraciones por la muerte de un docente a causa de un explosión de gas en la ciudad de Moreno, o el rechazo de las escuelas universitarias y la propia universidad a los cambios curriculares para el nivel secundario de la ciudad. Recuerdo las múltiples declaraciones que provocó un comentario de la ministra de Educación de la Ciudad en relación a la extracción social de los docentes. Podría dar ejemplos al infinito. Las universidades estuvieron hiperatentas al sistema educativo y se constituyeron en defensoras o censuradoras de los más nimios acontecimientos o políticas que lo afectaban.
El cierre de las escuelas por un año, el impacto devastador que esta medida ha tenido sobre los aprendizajes de todos los niños y jóvenes, los efectos sobre su psicología, la pérdida de un millón de alumnos que representa el 8% de la matrícula de la educación obligatoria, la profundización de las desigualdades y los riesgos que para el futuro de los grupos más vulnerables tiene su desanclaje escolar, no son suficiente motivo para generar algún pronunciamiento por parte de las casas de altos estudios.
El silencio en las universidades está relacionado con una aceptación acrítica de las políticas gubernamentales y una cooperación subordinada a los mandatos políticos de la coalición gobernante.
Las universidades se han quedado sin palabras respecto de las suerte del sistema educativo. Del mismo modo, han acatado en silencio el mandato de suspensión de la presencialidad en sus instituciones. ¿Acaso no son ellas las encargadas de formar a las minorías ilustradas que tienen la responsabilidad de señalar su parecer en una cuestión tan básica para el futuro del país como son las opciones que se asumen en relación a la apertura o no de las clases presenciales?
Sabemos que han sido valiosos los aporte de estas instituciones en lo estrictamente sanitario y por supuesto en el campo de ciencia y técnica. Fuera de esto, no ha habido producción de evidencia para alimentar las decisiones de política publica. Todos los estudios respecto de la incidencia en el transporte público de la apertura de las escuelas o de la contagiosidad de los chicos, no provinieron de las universidades públicas. Tampoco aportaron estudios que permitieran hacer una cuarentena más inteligente, identificando posibles alternativas al cierre en bloque. Se podría decir que, por el contrario, el silencio de las instituciones está relacionado con una aceptación acrítica de las políticas gubernamentales y una cooperación subordinada a los mandatos políticos de la coalición gobernante. En las casas de altos estudios donde se ufanan de practicar el pensamiento critico, todo es silencio y aceptación.
LA AUTORA. Guillermina Tiramonti es investigadora principal de Flacso y miembro del Club Político Argentino. Este artículo fue difundido por TN.