¿Mérito o inclusión?
En este artículo, Isabel Bohorquez, doctora en Ciencias de la Educación, se refiere a "la falsa dicotomía del sistema educativo argentino".
Estos últimos años se ha instalado -sin éxito- en nuestro país la voluntad política de atajar a toda costa la deserción escolar cada vez más extendida, particularmente en el nivel secundario. Proceso de deserción que persiste en el nivel superior formando una pirámide cada vez más difícil de alcanzar.
Tenemos un amplio sistema educativo disponible para la población. La educación obligatoria y pública abarca desde el nivel inicial al nivel secundario inclusive (son 14 años en total de recorrido formativo), no obstante los índices de desgranamiento aumentan cada vez más[1].
Sin embargo, el mayor problema no radica en el abandono sino en la bajísima calidad de los aprendizajes previstos para esas etapas formativas. Y por supuesto, son los sectores más vulnerables donde el impacto de este resultado negativo se acentúa.
En resumen, llegan pocos y aprenden menos de lo esperado. Lo que implica que se profundizan las diferencias desde la base de un sistema que debería asegurar justamente lo contrario.
La educación como bien público, accesible y garantía de la formación de los ciudadanos parece navegar sin rumbo.
"Solo 16 de cada 100 estudiantes que comienzan primer grado llegan al final del secundario en el tiempo teórico esperado y con conocimientos satisfactorios de Lengua y Matemática. Los datos surgen del informe "Desgranamiento y aprendizajes desiguales: las dos caras de la misma moneda", del Observatorio de Argentinos por la Educación, con autoría de Irene Kit, Sergio España (Asociación Civil Educación para Todos), Gabriela Catri, Martín Nistal y Víctor Volman (Observatorio de Argentinos por la Educación). El documento analiza la trayectoria escolar de la cohorte que comenzó primer grado en 2009 y llegó al último año de la secundaria en 2020, utilizando los datos del Relevamiento Anual y las pruebas Aprender 2019." [2]
Impera la desigualdad educativa en un país que históricamente llegó a ser de los más altos en la región en su tasa de alfabetización y que desde mediados del siglo XIX ha promovido el crecimiento paulatino del sistema educativo público en todos los niveles, incluso el universitario.
La gravedad de este fracaso institucional, arraiga aún más todas las problemáticas que solemos asumir circularmente como sus causas: pobreza, trabajo infantil y juvenil temprano, adicciones, etc., etc. Cuadrando en una rueda nefasta que aparenta ser invencible.
Este fenómeno no es sólo nacional. Las cifras regionales son alarmantes:
" (...) en base a un estudio del Banco Mundial, "antes de la pandemia, el 57% de los niños de diez años en países de ingresos bajos y medianos no podía leer una historia simple. Esa cifra puede haber aumentado ahora al 70%. La proporción de niños de diez años que no saben leer en América latina, probablemente la región más afectada, podría incrementarse de alrededor del 50 al 80 %". Los niños y jóvenes afectados crecerán siendo menos productivos y, por supuesto, tendrán menores ingresos en su vida adulta. Ello es explícitamente resaltado en la mencionada nota: "El Banco Mundial cree que la pérdida de capital humano, producto de la disrupción en su educación, podría costar a los niños 21 billones de dólares en ingresos a lo largo de su vida adulta, una suma equivalente al 17% del PIB mundial actual".[3]
Hasta aquí el problema y el enunciado del inicio: la instalación de una voluntad política por frenar el desgranamiento del sistema educativo. ¿Qué hemos hecho?
En términos generales, se observa un movimiento que se dirige hacia la concesión de beneficios para evitar el abandono pero que va deteriorando las condiciones del propio proceso de aprendizaje: promociones automáticas, bajar los niveles de exigencia, permitir la promoción adeudando asignaturas en un número cada vez mayor y en peores circunstancias (pareciera que nos conformamos con un trabajo práctico escrito como resultado final para calificar y aprobar por ejemplo), la lista puede continuar y es de público conocimiento. Aflojamos y aflojamos con tal de que los estudiantes permanezcan dentro del sistema, asumiendo que dicha permanencia asegura la igualdad educativa.
Considerar la igualdad en perspectiva de precarización es un error catastrófico.
Si todo lo que se universaliza (y se considera obligatorio como en este caso) -para que alcance a la mayoría de la sociedad- deteriora las condiciones en que se propone, genera en las personas una desventaja material y simbólica a la vez que los deja cautivos de más y más situaciones de precarización.
Otra vez la rueda nefasta se pone a andar.
La verdadera igualdad es la de la formación, del conocimiento, del desarrollo de habilidades, de herramientas para aprender, trabajar, proyectarse. La verdadera igualdad educativa, propone la superación de las personas a partir de las condiciones brindadas e impulsa el mérito tanto en lo individual como en lo comunitario. Somos mejores a partir de tener igualdad de oportunidades, somos diferentes porque pudimos ponernos en pie de igualdad y a partir de allí reconocer nuestros atributos y talentos esforzándonos para lograr un propósito.
La verdadera igualdad conduce a la diferenciación y a la individuación, al protagonismo y a la búsqueda de comprensión y de sentido de lo propio. Me permite responderme a la pregunta de ¿quién soy yo? ¿qué proyecto de vida quiero construir?
La precarización, la demagogia pedagógica montada en un facilismo crónico conduce al borramiento del sujeto de aprendizaje. El otro, como aprendiz, deja de estar, es desalojado de su lugar legítimo para ser suplantado por alguien de quien no se espera nada, o muy poco. Lo convierte en un objeto pasivo. No esperamos que aprenda, no le exigimos ni lo impulsamos a superarse, no buscamos juntos ese horizonte personal y social posible, se autodeterminará en soledad o por descarte. Y si elige no aprender, no leer, no hacer cálculos ni representaciones conceptuales y simbólicas del mundo que le rodea, estará siendo parte de la rueda a la que pertenece. Será su destino inexorable.
¿Podemos conformarnos con tamaña hipocresía? Ese fatalismo que se inspira en la perversa concepción de que a los pobres y desventajados les tocará siempre el mismo lugar, salvo honrosas excepciones claro está. Y por supuesto, los jóvenes de clases media y alta estarán siempre en condiciones más óptimas, mejor alimentados, más motivados y mejor equipados y si se bajan del sistema es o porque se desalentaron o se corrompieron pero nunca porque no hayan estado naturalmente condicionados.
Eso zumba en mi mente como todo un determinismo en lo biológico y en lo social. En pleno siglo XXI, ese darwinismo maquiavélico se disfraza de discursos progresistas y afirma obrar en pos de los intereses de los pobres...empobreciéndolos más aún. Una educación así, es asistencialista.
En un país con más del 50% de la niñez y la juventud en la pobreza estamos en graves problemas sino cambiamos de perspectiva y alentamos otra mirada respecto a la condición humana.
¿Cómo afrontamos tremendo desafío?
Personalmente, recurro al concepto de educación liberadora de Paulo Freire y digo con él: "El gran peligro del asistencialismo está en la violencia del antidiálogo, que impone al hombre mutismo y pasividad, no le ofrece condiciones especiales para el desarrollo o la ?apertura' de su conciencia que, en las democracias auténticas, ha de ser cada vez más crítica.(...)El asistencialismo, al contrario, es una forma de acción que roba al hombre condiciones para el logro de una de las necesidades fundamentales de su alma-la responsabilidad. (...)Es exactamente por eso por lo que la responsabilidad es un hecho existencial. (...)En el asistencialismo no hay responsabilidad, no hay decisión, sólo hay gestos que revelan pasividad y ?domesticación'."[4]
La educación liberadora, por el contrario, es valiente, dialógica y se adentra en la comprensión del mundo, en su admiración, en su lectura y en su transformación. Para ello, se requiere compromiso, que alienta y exige, que incluye a todos porque todos podemos ser parte de un proceso de comprensión del mundo. Es nuestra tarea existencial.
¿Todos podemos aprender? Si. Definitivamente, si. Siempre. A lo largo de nuestra vida. Volver a la escuela, seguir estudiando, mejorar las condiciones en las que enseñamos y en las que aprendemos. Podemos generar nuevas valoraciones del esfuerzo y de la dedicación. Depende de nuestra determinación a intentarlo como sociedad.
No carguemos las espaldas de los docentes porque todos somos maestros en este camino y todos aprendices. No los dejemos solos. No les presionemos con que nuestro compromiso es su trabajo exclusivamente. Todos podemos promover la responsabilidad, la exigencia, el mérito, el ejercicio de la reflexión, el valor del aprendizaje, del trabajo bien hecho, de la puntualidad y el cumplimiento. Son mucho más que meras formalidades, son los modos en que estimamos y sostenemos nuestro camino de crecimiento personal y comunitario.
Ese sendero es ético.
Refleja los valores por los que estamos dispuestos a vivir. En algún sentido, implica un volver a empezar, desandando prácticas demagógicas y recuperando la cultura del esfuerzo en todos. Nos lleve el tiempo y la osadía que sean necesarias.
¿Nos animaremos como argentinos? ¿Estamos dispuestos a afrontar un proceso educativo que revierta la cultura asistencialista y nos provoque desafíos para que nuestros niños y jóvenes sean realmente protagonistas de un futuro aún inédito?
¿Estamos dispuestos a cambiar a pesar de los mezquinos intereses de la politiquería, de los sindicatos y de los relatores de desgracias de siempre?
Es tiempo de coraje.
[1] https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/informe_nacional_indicadores_educativos_2021_2_1.pdf
[2] https://agendaeducativa.org/solo-el-16-de-los-alumnos-terminan-la-escuela-a-tiempo-y-con-el-nivel-esperado/#:~:text=En%20Argentina%20solo%2053%20de,aprendizaje%20en%20Lengua%20y%20Matem%C3%A1tica.
[3] Sin educación no hay empleos de calidad en este siglo xxi. CENTRO DE ESTUDIOS DE EDUCACIÓN ARGENTINA UNIVERSIDAD DE BELGRANO http://repositorio.ub.edu.ar/bitstream/handle/123456789/10181/CEA_feb_2023.pdf
[4] Paulo Freire, La educación como práctica de la libertad. (1969) Ediciones Siglo XXI, México, 1998, pp50-51.