A la escuela se va a aprender

Un repaso por la historia de la educación en la Argentina, con sus diferentes etapas e impulsos, hasta llegar a los desafíos de la actualidad. Una columna de Isabel Bohorquez.

Isabel Bohorquez

A la escuela se va a aprender parece ser la frase que sintetiza lo considerado escolar y con ello lo que tradicionalmente incorporamos como tal: aprender a leer y a escribir, cálculo, ciencias, artes, etc. Un condensado cuerpo curricular que se fue complejizando y ampliando con el transcurso del tiempo y del acrecentamiento de saberes asumidos como necesarios para la formación de la persona.

También la escuela cumplió históricamente un rol fundamental en la formación ciudadana y en los procesos de socialización, que según los contextos epocales, fueron tomando diferentes características según las necesidades de conformación del estado-nación argentino.

Por último, y como lo más importante a mi criterio, la escuela ha resultado desde sus orígenes a fines del siglo XIX con la ley 1420 de Educación común, gratuita y obligatoria, impulsada por Domingo Sarmiento durante la presidencia de Julio A. Roca en 1884, el ámbito propicio para que tantísimas generaciones de niños tuvieran acceso al mundo más allá del hogar y de la familia. Esa ampliación de experiencias, de miradas, de descubrimientos, de intercambio y de vínculos bajo el amparo de una garantía institucional que gozó por décadas de la legitimidad otorgada por la sociedad.

Juegos mortales

Aún hoy el ritual de inicio de clases -tanto para los niños que comienzan su escolarización como para sus familias- sigue siendo en el ánimo de todos, una aventura llena de expectativas.

Es que de eso se trata la educación. Esa aventura liberadora que abre miradas y desenvuelve el corazón de las personas porque ofrece opciones, herramientas de comprensión y de búsqueda para avanzar en un sentido personal y colectivo.

En el marco de esa aventura maravillosa no pueden estar ausentes la valoración del mundo y el posicionamiento ético que define los contornos del accionar de las personas.

Sinceramente creo que esta escuela es posible y es necesaria.

La historia nos evidencia que tuvimos períodos donde la escolarización significaba muchísimo en la vida de las personas. Alfabetizarse, aprender lo indispensable para desempeñarse en la cultura letrada, nociones básicas de matemática y de ciencias, fueron en su momento un pasaje de ingreso a una mejor manera de desempeñarse, incluso de integrarse laboralmente. Primaria completa o secundaria completa fueron expresiones con peso propio. ¡Y qué decir de la universidad!

Han transcurrido casi 141 años de la ley 1420, fundacional del sistema educativo argentino.

El proyecto educativo de Sarmiento fue exitoso. A la educación primaria hay que considerar contemporáneamente la progresiva fundación de los tres tipos de escuelas (normal, comercial e industrial) que estaban destinadas a la formación laboral y el ingreso inmediato al "mercado de trabajo" como docente, empleado de comercio o como técnico según la modalidad cursada. Y los colegios nacionales (con la formación de bachilleres) que no tenían una preparación para el mundo del trabajo ya que habilitaban para la prosecución de estudios universitarios o la formación humanística.[1]

La brújula dorada: en busca de la educación perdida

El sistema se expandió a todo el país (aunque con una distribución con distinto grado de concentración ya que no todos los gobernadores dieron igual importancia a la educación, fenómeno que persiste hoy en día) y fue entre los factores de mayor movilidad social y de condición de igualdad de oportunidades frente una sociedad que siendo muy desigual en sus orígenes pudo propiciar el crecimiento de la clase media argentina como una expresión de ascenso y de integración cultural.

Educación y trabajo fueron en síntesis los componentes de un horizonte en común para un país joven que ocupó desde sus inicios un lugar geopolítico de importancia debido a sus riquezas naturales y a sus condiciones óptimas para el progreso.

Llegamos a ser en el contexto de América Latina, y en la década de los años sesenta del siglo XX, uno de los países con más alta tasa de alfabetización (91,6%) y hoy, en este mismo territorio regional estamos lamentando que 2 de cada 10 personas no tienen los niveles mínimos de comprensión de lectura[2]. Actualmente, incluso hemos acuñado la expresión analfabetos funcionales o secundarios para referirnos con ello a que son personas que no pueden aplicar las habilidades de lectoescritura que aprendieron en la escuela.

En este momento, la sociedad ha tomado conciencia de lo que implica en la formación de nuestros niños y jóvenes los resultados tan deficitarios en las pruebas de calidad educativa, incluso hay movimientos de padres preocupados por la educación y es moneda corriente los hechos de violencia al interior de nuestras escuelas.

¿Qué nos pasó?

El modelo imperante del siglo XIX, cuna de nuestro sistema educativo y en gran medida de muchos aspectos de la vida nacional, fue blanco de críticas por ser considerado un modelo sociopolítico favorecedor de la clase alta, conservadora en lo político y liberal en lo económico, impulsor de un esquema productivo agroexportador de tipo extractivo con escasa industria nacional y empobrecedor para el resto de las clases media y baja.

Argentina entró en pugna con el modelo que la vio nacer como país y nunca pudo resolver, hasta ahora, el gran dilema de cuál modelo educativo -y en esa misma vertiente de pensamiento, cuál modelo socio cultural, productivo y económico- superaría los límites o falencias de aquél de fines del siglo XIX y principios del XX.

Con todo lo que se podría analizar al respecto (que es demasiado para este breve espacio), me inclino por tomar como referencia la medición del índice de pobreza que comenzó a realizarse en Argentina en la década de los setenta: en 1974 el valor era inferior al 5 %. Es de público conocimiento que en el primer trimestre del año 2024 el índice superó el 50%, para descender a un 38,5% en el último semestre.

¿Qué nos pasó?

Evidentemente nos empobrecimos, nuestra educación decayó en su capacidad de formación con las gravísimas consecuencias que eso tiene para las personas y el ansiado modelo político que explicara, justificara y materializara el progreso y la estabilidad nacional que parece inalcanzable no ha cristalizado en ninguna de las miradas en conflicto.

Llegamos a los inicios del siglo XXI con un país exhausto.

Y las décadas siguientes de populismo demagógico instalaron un modelo educativo también exitoso: convencieron a generaciones de niños y jóvenes que es más importante el propio derecho a lo que se quiera ser y hacer antes que el esfuerzo, el mérito y el compromiso con un cuerpo institucional que se vio deteriorado en su capacidad de enseñanza y de disciplinamiento.

Desdichas argentinas, sueños desafortunados

La escuela se tornó más que nunca un foro de propaganda política para reforzar el modelo imperante y dominar desde lo simbólico y material. Fue un trabajo impecable de persuasión: donde hay una necesidad hay un derecho. No importa si no aprendes, lo importante sos vos.

La tragedia consecuente está a la vista de todos: nuestras escuelas, sus estudiantes y docentes son blanco fácil para ser robadas, violentadas; nuestros niños y jóvenes tienen serias dificultades para alcanzar un nivel educativo óptimo (salvo las clases altas más favorecidas que asisten a los mejores colegios); nuestros docentes en una buena medida han perdido el rumbo después de tantos años de oscilar entre un espontaneísmo pedagógico, una limitación a su autoridad y un mandato -a veces velado y otras explícito- de no exigir demasiado para que sus estudiantes permanezcan dentro del sistema.

¿Podemos cambiar esta realidad?

Creo que sí.

Así funcionaba en Chile el servicio de navegación de lujo ilegal con viajes a la Antártida

A mi criterio la primera y básica premisa en cuanto a un modelo educativo consiste en valorizar el aprendizaje, el esfuerzo y el mérito. Asumiendo como sociedad que aprender es algo sumamente necesario para la autonomía personal, para el ejercicio del libre albedrío y para el propio desarrollo. En su conjunto, gente educada que pueda pensar y actuar con conciencia de sí y de su entorno, puede en un contexto de valores en común impulsar un horizonte de país. Y a partir de allí, tenemos mucho por decidir respecto a qué enseñar y cómo enseñarlo.

¿Ese modelo educativo está en ciernes? No lo sé. Aún no he tomado nota de ninguna discusión pedagógica que lo plantee claramente y para el conjunto de las provincias. Muchos gobernadores provinciales aún siguen sentados en la misma silla demagógica. Y a nivel nacional no se deja ver demasiado cual es el plan de gobierno para instalar políticas públicas que posibiliten un debate profundo hacia un cambio de modelo educativo.

La lucha por un cambio cultural en las escuelas, en el modo de enseñar, acerca de los contenidos, en los sistemas de evaluación, etc., etc. requiere de un consenso de base que no consiste en suplantar un modo de imposición de una manera de hacer las cosas por otro, si no que nos debe encontrar ante el desafío de transformar la realidad actual asumiendo las contradicciones y los límites de cada perspectiva pedagógica y, por lo tanto, política.

Dice oportunamente Henry Giroux en la introducción de un texto magistral de Paulo Freire, La naturaleza política de la educación:

"(...) Resulta igualmente importante comprender que la dominación es algo más

que la simple imposición arbitraria del poder de un grupo sobre otro. Para

Freire, por el contrario, la lógica de la dominación representa una combinación

de prácticas ideológicas y materiales, históricas y contemporáneas, que jamás

resultan totalmente fructíferas, que siempre contienen contradicciones, y que

se combaten constantemente en el marco de relaciones de poder asimétricas.

En este caso, lo que subyace al lenguaje de la crítica de Freire es la comprensión

de que la historia jamás queda excluida, y de que, así como las acciones de

hombres y mujeres se ven limitadas por las restricciones específicas en que

se encuentren, son también hombres y mujeres quienes generan dichas restricciones,

igual que las posibilidades que pueden abrirse al desafiarlas. (...)[3]



[1]//efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.didacticadelahistoria.unlu.edu.ar/sites/www.didacticadelahistoria.unlu.edu.ar/files/site/La%20educacion%20secundaria%20en%20argentina%5B1%5D.pdf

[2] https://www.educrear.com.ar/es/columnas-de-opinion/alfabetizacion-en-argentina/

[3] Freire, Paulo, La naturaleza política de la educación, Cultura, poder y liberación. Introducción de Henry Giroux, Editorial Paidós, Bs As, 1985, pp. 15

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