Educar a la afectividad, educar para la paz

El Prof. José Jorge Chade se concentra en este artículo en las formas apropiadas de formar en la inclusión social y educativa.

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza

Los docentes sabemos que la inclusión educativa y social es un reto ambicioso, sin duda.

El que tienen ante sí la sociedad y la educación, pero es la única vía para lograr personas integras, responsables, criticas, participativas, respetuosas, creativas y capaces de vivir en sociedades democráticas en las que cada uno es protagonista del futuro.

La educación inclusiva necesita de una didáctica de calidad que comprenda la pluralidad de las necesidades, abierta a las diversas exigencias formativas de todos los alumnos, en la cual la diversidad se viva como estímulo común, como riqueza, como un analizador de la situación escolar y social.

Al interno del contexto escolar el primer paso que tenemos que cumplir es el reconocimiento de las distintas originalidades de los alumnos con el fin de elaborar eficaces, funcionales estrategias y métodos de aprendizaje.

Asumir las diferencias como categorías histórico culturales incluyéndolas al interno de la escuela, significa valorizar procesos de descentramiento respecto a las lógicas formativas homogeneizadoras, pudiendo en este modo repensar los tiempos, los espacios, las modalidades organizativas, readaptando los recorridos curriculares a la luz de las diferentes necesidades educativas de los alumnos, con el objeto de garantizar una igualdad de oportunidades formativas que se realizan en las prácticas de diferenciación, individualización y personalización educativo-didáctica.

La escuela de la individualización y personalización se transforma en auténtica comunidad educativa, capaz de reorganizarse constantemente en presencia de la diversidad, entendiendo la diversidad como exquisita categoría formativa, activando una relación de ayuda y una red de servicios en grado de satisfacer las diversificadas exigencias de todos los alumnos.

Proyectar la inclusión

Deber fundamental es aquél de difundir mayormente sensibilidad hacia la cultura de la participación, hacia la cultura de la inclusión, capaz de integrar las diferencias individuales y las necesidades educativas mediante una acción dinámica de contexto, caracterizada de una asunción de la responsabilidad y del aprovechamiento de los recursos presentes en el sistema escolar y extraescolar.

La verdadera cuestión en nuestras escuelas no es la integración, término este ya obsoleto, hoy hablamos directamente de inclusión , inclusión considerando las diversas exigencias personales de los alumnos...es más, hablando de inclusión, se confirma un concepto en el cual desde hace muchos años la Pedagogía Especial está trabajando: es decir que la madurez de la persona, aún aquella con un déficit, pasa obligatoriamente a través la convivencia socio-relacional con los demás", aquí nos encontramos de nuevo a tener que recordar siempre que el recorrido cognitivo de la educación tiene que ir siempre acompañado del recorrido afectivo.

La clase debe pensarse a la luz de la actual complejidad formativa que implica la promoción del encuentro de diferentes y diversas personas, en la cual la calidad del proceso de inclusión va promovida, no solamente por lo que concierne a su específica finalidad de la diversidad del déficit y de la discapacidad, sino como significativa y funcional respuesta a las impelentes exigencias formativas de la pluralidad de los alumnos.

El trabajo de los maestros en el actual escenario escolar caracterizado por la complejidad y la pluralidad de las necesidades formativas se hace siempre más difícil a causa de la mayor presencia en la escuela de nuevas problemáticas educativas ligadas a un mayor nivel de "mala educación" y de malestar" de los alumnos ya a partir de los primeros años de frecuencia escolar, con situaciones de desadaptación y de fracaso siempre más elevado.

La persona en situación de desventaja entonces ya no es más el problema, sino que otras cuestiones preocupan a los maestros:

  • cómo afrontar la clase,
  • cómo obtener una disciplina adecuada,
  • cómo actuar ante alumnos desadaptados,
  • como operar para poder crear un clima idóneo para el aprendizaje.

Es necesario entonces proyectar una nueva fase de la inclusión, una nueva prospectiva pedagógica capaz de favorecer un nuevo ciclo integrador: la conducción integrada del aprendizaje, es decir la gestión consciente y competente de una experiencia educativa en un ambiente rico de instancias sociales y relacionales como es la clase.

No podemos pensar en realizar el proceso de inclusión escolar sin provocar una transformación profunda. Debemos erradicar la violencia en las escuelas, en primer grado evitando la marginación de los más frágiles.

Tenemos que superar la fragmentación, y con esto no se beneficiarán solamente los niños y adolescentes con desventajas, sino la totalidad.

En este reto estamos todos los profesionales de la educación: responsables de la administración, inspectores y supervisores, orientadores, profesorado, familias...

Todos educamos y todos contribuimos a la mejora de la calidad educativa que reciben las jóvenes generaciones. Y la sociedad completa debe involucrarse en la tarea, una escuela inclusiva necesita de una red de servicios, de lo contrario será muy difícil llegar a las metas antes consideradas.

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