Felicidad y educación, ¿estudiantes productivos o estudiantes felices?
José Jorge Chade introduce a Gaspar Contreras en el análisis de por qué hay que ser feliz y en torno qué es la felicidad. Es 20 de marzo, Día Mundial de la Felicidad.
Un entorno social feliz es aquel en el que las personas tienen un sentimiento de pertenencia, un lugar en el que las personas confían unas en otras y en las instituciones que comparten. En un entorno social feliz, hay más resiliencia, ya que la confianza compartida reduce la carga de las dificultades y, por tanto, disminuye la desigualdad del bienestar». Así lo afirmó John Helliwell, Senior Fellow del Instituto Canadiense de Investigación Avanzada (CIFAR).
El Día Internacional de la Felicidad es una efeméride dedicada a ser feliz para reconocer la importancia de la felicidad en la vida de las personas de todo el mundo.
El Día se celebra el 20 de marzo de cada año desde 2013. La fecha fue establecida por la Asamblea General de las Naciones Unidas mediante la Resolución 66/281 de 28 de junio de 2012. La resolución fue iniciada por Bután, un país que ha reconocido el valor de la felicidad nacional por encima de la renta nacional desde principios de la década de 1970. De hecho, Bután adoptó célebremente el objetivo de la Felicidad Nacional Bruta en lugar del Producto Nacional Bruto (PNB). Este país también acogió la reunión de alto nivel sobre «Felicidad y bienestar: definición de un nuevo paradigma económico» durante la 66ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Para hablar con propiedad y conocimiento solicité a Gaspar Contreras, licenciado especialista en Felicidad Organizacional y Educación Emocional, un mendocino experto en el tema y, nominado a los Premios Internacionales de la Felicidad ,y, como educador, su propuesta la transcribo a continuación:
Educar para la felicidad: la deuda pendiente de nuestras sociedades
Gaspar Contreras.
El Día Internacional de la Felicidad, que hoy se celebra, fue declarado por Naciones Unidas en 2012 para reconocer la felicidad como un objetivo universal. Sin embargo, nuestras sociedades siguen sin abordar su raíz más profunda: la educación. Si queremos un futuro donde el bienestar no sea un privilegio, debemos empezar por transformar la forma en que educamos.
En pleno siglo XXI, seguimos formando estudiantes para ser productivos, pero no para ser felices. Invertimos millones en infraestructura y tecnología educativa, pero seguimos sin incluir la felicidad como una competencia esencial del aprendizaje. Nuestros niños aprenden a resolver ecuaciones complejas, a memorizar fechas históricas y a competir por calificaciones, pero nadie les enseña a manejar la frustración, a cultivar relaciones saludables o a encontrar sentido en sus vidas.
El resultado está a la vista: generaciones de jóvenes con altos niveles de ansiedad, burnout en adultos que sienten que su vida carece de propósito y sistemas educativos desconectados de las verdaderas necesidades humanas. Nos enfrentamos a un problema urgente: la felicidad no se improvisa, se aprende. Y la educación tiene una responsabilidad ineludible en esta construcción.
Felicidad y educación: un vínculo innegable
Los estudios son contundentes: los sistemas educativos que incorporan el bienestar como eje central generan estudiantes con mayor capacidad de adaptación, mejores habilidades sociales y un rendimiento académico superior. La educación emocional, el aprendizaje basado en el sentido de vida y la pedagogía del bienestar no son tendencias pasajeras, sino necesidades urgentes en un mundo donde la salud mental se ha convertido en una crisis global.
Sin embargo, la mayoría de los sistemas educativos siguen anclados en modelos obsoletos que priorizan la memorización sobre la creatividad, la competencia sobre la colaboración y la disciplina sobre la autorregulación emocional. La escuela debería ser el primer espacio donde aprendemos a construir felicidad, pero en muchos casos se ha convertido en un entorno de presión, ansiedad y desconexión.
Políticas públicas: un cambio necesario
No basta con pequeños programas aislados o con docentes comprometidos que intentan incluir la felicidad en sus aulas a pesar del sistema. Necesitamos una transformación estructural. Las políticas públicas deben priorizar la educación para el bienestar, no como una materia opcional, sino como un eje transversal en todas las etapas del aprendizaje.
Países que han integrado el bienestar en sus sistemas educativos han demostrado que esto no solo mejora la salud mental de los estudiantes, sino que también reduce la deserción escolar, mejora el desempeño académico y fortalece el tejido social. Invertir en educación para la felicidad no es un gasto, es la decisión más estratégica que puede tomar una sociedad que realmente quiera construir un futuro sostenible.
El Futuro de la educación: enseñar a vivir, no solo a sobrevivir
El Día Internacional de la Felicidad no es solo una invitación a reflexionar, es un llamado a la acción. Si queremos una sociedad donde la felicidad no sea una excepción, sino la norma, debemos empezar por la educación. No podemos seguir formando generaciones que saben de todo, pero no saben cómo ser felices. Es hora de cambiar la pregunta: no basta con preguntar qué quieres ser cuando seas grande, debemos preguntar también cómo quieres vivir cuando seas grande.
Porque la felicidad, al final, no es un privilegio, es una habilidad. Y como toda habilidad, se enseña y se aprende.