Lo bueno, lo malo y lo feo de ser periodista

Saludaremos y seremos saludados; hoy es un día especial porque se da una vez al año. Solo por hoy, todos los periodistas somos buenos y necesarios. Para distinguirnos, algo de autocrítica: lo que nadie dice, pero todos afirman. Escribe Laura Rombolí.

Laura Romboli

Tener vocación, pasión, creatividad, responsabilidad, flexibilidad y mucho coraje son alguna de las condiciones necesarias para ser periodista. Es una de las profesiones más atractivas para ejercer, por la tarea inmensa y nada simple de contar lo que vemos.

Lo bueno

Estar en el lugar indicado en el momento justo, con una firme intención de que la información que generamos sea útil, de proveer buenos contenidos y de entretener a todos los que acepten el reto. La sensación de libertad y la libertad misma con la que nos topamos todos los días para crear, escribir y contar, hacen que ser periodista no sea para cualquiera, aunque cualquiera puede serlo.

Conocemos lugares, visitamos hoteles, compartimos las mesas mejor servidas y conversamos con las personalidades que todos quieren conocer. Saludamos a las estrellas del momento y charlamos con los políticos que ejercen el poder.

Preguntamos si el amor es verdadero, tocamos las manos ásperas de la realidad cruda y olfateamos los nervios del que miente al responder. Contamos lo que duele cada día, mostramos lo que nos falta y también nos reímos cuando hay ganas. Nos emocionamos y escuchamos a los que tienen una historia. Cronistas de la vida, que cada día hacemos una rutina para contar lo que pasa.

Lo feo

No nos quieren, nos necesitan. Solo por hoy, los saludos del día del periodista inundarán las redes y los teléfonos celulares. Llegarán regalos, sándwiches y botellas de vino. A excepción de nuestra familia, debo decirles que nadie quiere tanto a los "laburantes" de la comunicación.

"¡Ustedes los periodistas!" son las tres palabras que, unidas, reflejan al máximo cuando alguien nos trata despectivamente. No nos quieren, nos necesitan: nos tratan de hambrientos que no vamos por la noticia si no hay comida. "Pongan sándwiches, así vienen más", dicen en secreto, atrás de una cortina.

Generalmente somos anzuelo fácil para que nuestras notas sean corregidas. Los agradecimientos escasean si el entrevistado leyó su entrevista. Y entonces, políticos, personajes, famosos, todos saben cómo titular y mejor "mándame las preguntas y te las devuelvo en dos días".

Nos hacen añicos la profesión; la gente, si no está de acuerdo con lo que decimos, nos insulta frente al televisor o el diario y levanta la voz: "¡Este no sabe nada!". Piensan lo peor de nosotros: nos dicen ensobrados, que nos dictan las notas, que no sabemos nada, que vivimos otra vida. Que los hay, en todos lados, pasa hasta en las mejores familias.

Lo malo

Ser y merecer. En nuestra profesión no somos reconocidos. Que algunos colegas se miran mucho el ombligo. Que a veces nos olvidamos de preguntarnos: ¿nuestro objetivo es la gente? ¿A ellos nos dirigimos?

Pensamos que la pandemia nos hizo fuertes, pero cuando todo pasó nos quedamos siendo débiles.

No somos un rubro unido ni organizado. Cuesta protestar, alzar la voz y quejarnos. Los más jóvenes son tan vulnerables que hacen periodismo pendiendo de un hilo. Si se cae Internet o se corta la luz, no hay más periodismo.

Algunos dicen lo que pasa en la calle con el ojo en una mirilla. Otros militan fuerte lo que piensan y deciden el lado angosto de la vereda en que caminan.

En fin, siempre son tiempos de enfrentar épocas duras. Lo que pasa es que vivimos en épocas difíciles permanentemente. Acechados todo el tiempo. Esquivando a los "periodistas por un día", a los que solo quieren la primicia, con la inteligencia artificial mirándonos de costado y escribiendo para que un buscador nos diga que estamos.

Reinventarse es la tarea y la misión es más concreta: escribir cuando la gente ya no lee. Mirar lo que nadie mira y preguntar, siempre, lo que incomoda.

¡Nadie dijo que era fácil!

¡Feliz día!

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