Padre también hay uno solo

Nacidos y criados con mala prensa, es hora que los reivindiquemos. Por suerte, los tiempos han cambiado y ahora no pasará nada cuando llegue papá y se entere de lo que hiciste.

Laura Romboli

Entre madre hay una sola y "ya vas a ver cuándo se entere tu padre", crecimos bajo lo negativo que podría ser padre. Antes de seguir, quiero comentarles que me valdrá un esfuerzo extra escribir esto porque mi viejo se murió cuando era chiquita. No tuve padre, señores, pero con los años conocí tipazos a los que el mundo les cambió la vida cuando tuvieron a sus hijos en brazos.

Y sí... no es exclusivo de las mujeres sentir que ya no es lo mismo. Ellos también lo sienten, lo procesan y lo comprenden, aunque muchas veces lo hacen solos, sin permitirse decirlo, porque las leyes tan duras y enquistadas les hicieron creer que todo lo pueden y que -por el solo hecho de no tener una mínima idea de lo que es una contracción o ver cómo la panza toma formas extrañas como si un "alien" nos quisiera saludar- los obliga a ser fuertes, distantes y a que no pensemos en ellos.

Pero los hijos son los que nos marcan y enseñan, y los padres también aprenden a ser vulnerables, a llorar de emoción, a estar y bancar siempre.

Se les despierta la responsabilidad en el mismo momento que van y anotan a la criatura. Sin dormir, son conscientes de la vida que trajeron y que de ahora en más vivirán por sus hijos.

Se las rebuscan, verdaderamente, para estar siempre: en reuniones de padres, a la salida del cole o cuando termina la fiesta.

Si el orden altera las circunstancias, pues, estudian para terminar la carrera, trabajan y todo lo hacen sin descuidar un segundo la tutela.

Buscan momentos de complicidad siempre con ellos: una travesura, el cine, el fútbol, la comida y la bicicleta.

Si van al súper y se olvidan a la niña sentada en el carrito, ¿a quién no le ha pasado semejante descuido?

Aprenden a planchar, a peinar y a sonar los mocos por las dudas de que un domingo los encuentren solos. No saben de fiebres, ni dolores de panza, si la hamburguesa está bien cocida y si es gaseosa que sea de naranja. A ellos el puro instinto los guía y hacen bien en seguir ese camino.

Hacen chistes malos, abrazan fuerte y raspan con el beso en la frente. No son ejemplo de comportamientos en la mesa. Sacan a pasear a los hijos como sacaban a pasear al perro. No dejan un segundo el teléfono.

Para la suegra, de un momento a otro, se convierten en los padres de los niños más inteligentes del planeta. El padre que ahora tiene nietos se transforma en uno de los seres más tiernos. Con el tiempo corriendo, hacen todo por ellos, como si no hubiesen dado lo suficiente; ahora son abuelos de turno completo.

Todo lo que hacen sus hijos está bien y si los chicos se equivocan tiran fundamentando: "Y sí, más vale, están aprendiendo".

Tienen la paciencia y la fuerza inmaculada intacta para usar en cualquier momento. Saben que lo mejor siempre está en el corazón de los hijos que crecieron. No pregunta, ni se mete. Piensan que la discreción y la confianza los hace valientes.

Se quejan para no tener que decir que en verdad les encanta la mesa llena de esos comensales, festejantes, estudiantes y simpatizantes. Hay los que son agretas hasta que un día se dan cuenta.

Ser padre ya no es lo mismo; no es mejor ni peor que cualquiera. Es querer estar siempre, abrazar y ser querido.

Es tu viejo, es tu hermano, es tu abuelo. Es tu amigo, sos vos y es tu hijo.

¡Feliz día!

Igual, una consulta: Como madre les digo, ¿por qué las ofertas en su día van de un televisor, un celular o la nueva camiseta? Desde cuando el Día del Padre es tan extravagante. ¿Por qué no hay en el catálogo unas medias, un libro o un vino?

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