Derechos adquiridos

El autor reflexiona sobre los derechos adquiridos históricamente por los argentinos, pero sin el contrapeso de tener deberes que cumplir o comprender el costo que tienen, para todos, desde el Estado, sostenerlos.

Pablo Gómez

Quienes habitamos en Argentina, tenemos una gran cantidad de derechos adquiridos. Maravillosos, universales, y que la gran mayoría de los países de nuestro entorno y del resto del mundo no tienen ni esperan tener; derechos que en otras partes ni siquiera consideran que deban ser solicitados como tales.

Tenemos derecho a un sistema educativo excelente (aunque hay quienes dicen que ya no es como era), derecho a un sistema de salud público del cual nos quejamos hasta que la prepaga nos abandona en una curva covídica, derecho a descanso semanal, a jubilación, a vacaciones pagas, y a varias cosas más; hasta a una obra social para aquellas personas con discapacidad que no tienen obra social. Derecho a una Universidad Pública gratuita, y si aun así nos cuesta llegar físicamente y permanecer en ella, tenemos derecho a becas económicas, de transporte, de comedor, de fotocopias, y varias más que no recuerdo, aparte del derecho a la atención por el sistema de salud universitario, al menos para quienes asisten a la Universidad Nacional de Cuyo, de nuestra querida Mendoza.

Me encantan los derechos que he adquirido, como ciudadano, por la lucha y la reivindicación de distintas personas y de grupos políticos y sindicales a lo largo de los años, más de un siglo ya, si consideramos que los principales generadores de derechos en este país fueron los presidentes Yrigoyen y Perón, ya sea por decisión propia o por solicitud de los sectores necesitados, pero siempre (y esto es importante) por el aval dado desde el gobierno de turno.

Y me resulta difícil comprender que, quienes gozamos de estos derechos, creamos que por el hecho de ser "adquiridos" no tienen un costo, que son algo así como caídos del cielo, y que no nos generan obligaciones. Pero la verdad es que todos y cada uno de los derechos tienen un costo; y en este mundo capitalista en el que vivimos, ese costo es generalmente económico, y quienes poseemos los derechos deberemos pagar el costo, para que los derechos sigan vigentes. Y ahí es donde se complica la cosa.

Porque somos más de quejarnos de lo que falla antes de agradecer lo que funciona, aunque también nos quejamos de la carga impositiva que nos cobran y que hace funcionar los derechos, carga impositiva que se evade cada vez que se puede. Queremos que aumenten las jubilaciones pero no que suba la edad jubilatoria, cosa que es lamentablemente difícil de realizar, ya que a menor edad jubilatoria es más gente la que cobra y menos la que aporta, y viceversa; queremos que las obras sociales cubran más dolencias pero que no aumente la cuota, y así, incoherencias en cada uno de los derechos, hasta llegar a la contraposición misma de esa propaganda electoral (de un partido que claramente no iba a ganar) que prometía duplicar o triplicar los salarios de las personas que trabajaban tanto en el Estado como en empresas privadas, y a la vez bajar los impuestos... el "teorema de Baglini" expresado en su más pura versión: cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos.

Y quizá esta contradicción que tenemos como habitantes del país, de pedir y pretender no dar, responda al mismo teorema; quizá seamos de pretender derechos sin obligaciones, desde la lejanía al poder de turno, suponiendo, sin pruebas ciertas que sustenten nuestros dichos, que "el gobierno puede, y no lo hace porque no quiere".

Lo cierto es que, en mi opinión al menos, el gobierno no puede. Más allá de que quiera o no, o de que le eche la culpa al anterior, no puede; y en este 2020 pandémico y cuarenteneado, menos puede aún. Pero no debemos por esto resignar nuestros derechos adquiridos. Debemos poner (como siempre, una vez más) el hombro como sociedad; entender que a nuestros gobernantes los elegimos entre todos, los hayamos votado o no, y que no les ha tocado un año fácil. Debemos sí pedir justicia si se descubren casos de corrupción, pero no por eso meter a toda la dirigencia en la misma bolsa; y seguir confiando en quienes elegimos (o si no, cambiar), y en el sistema por el cual los elegimos.

Al fin y al cabo, nuestros derechos son casi todos adquiridos en Democracia, y es esta misma Democracia un derecho adquirido que debemos mantener, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.



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