Derecho de pernada, ¿perimido o embozado?

"La sociedad no solo toleraba esta ignominia, sino que la estimulaba, casi siempre la clase más alta, para uso privado, tal como si adquiriera un caballo o un juego de comedor. El acceso carnal por parte del patrón a esclavos de ambos sexos, era cosa frecuente, por cierto sin necesidad de consentimiento alguno".

Eduardo Da Viá

Ya desde el Génesis, la mujer ha sido una dependencia del hombre, sea mediante la saga de la costilla, o a partir de ese famoso huesecillo que se encuentra en el interior del pene de algunos mamíferos, llamado báculo y del que para algunos estudiosos, fue de donde se creó la mujer, con el consiguiente perjuicio para el hombre que perdió este especie de reaseguro de su capacidad eréctil.

Desde los tiempos más pretéritos, los humanos comenzaron a disputar a los grupos vecinos, territorio y pertenencias. Quizá lo hicieron por estrictas razones de necesidad, más lo cierto es que dieron inicio a la más deletérea de las acciones humanas contra sus congéneres, cual es la GUERRA

La guerra dio siempre como resultado muerte de vencedores y vencidos, y para éstos últimos significó devastación, pobreza, dependencia, y lo peor y más inimaginable: la esclavitud, es decir la pérdida absoluta de los derechos incluida la libertad, y la transformación de un ser humano en un objeto de propiedad del triunfador, que podía darle destino a su antojo, torturarlo, venderlo o simple y llanamente matarlo cuando ya no le fuera útil.

La palabra esclavo viene del latín sclavus, y este del eslavo slovnin, nombre que se daba a sí mismo el pueblo eslavo, que fue víctima de la esclavitud en el Oriente medieval.

Instituida inicialmente la esclavitud como castigo o recompensa para el vencedor, pasó rápidamente a ser una actividad comercial, con captores-vendedores por una parte y compradores por otra, y cuyas transacciones tenía lugar en público por cuanto los adquirentes surgían de la multitud congregada y al mejor postor.

Los hijos de esclavos nacían esclavos y a su vez engendraban esclavos, de tal suerte que la provisión se aseguraba por varias generaciones.

Existió prácticamente en todos los países del mundo, ya sin necesidad de ser un bien de conquista, sino de mercadeo, como ocurrió con los negros africanos capturados como animales, trasladados a América en deleznables barcos negreros y vendidos a su arribo.

La sociedad no solo toleraba esta ignominia, sino que la estimulaba, casi siempre la clase más alta, para uso privado, tal como si adquiriera un caballo o un juego de comedor. El acceso carnal por parte del patrón a esclavos de ambos sexos, era cosa frecuente, por cierto sin necesidad de consentimiento alguno.

Recién a finales del siglo XVII y comienzos o mediados del XVIII, comenzó a abolirse la esclavitud, al menos desde el punto de vista de las leyes que la permitían; aunque no siempre efectivizadas de inmediato.

Nuestra famosa Asamblea del año XIII, lo que dispuso fue la libertad de vientres, es decir que el nacido de madre esclava, era libre. Recién la constitución de 1853, vale decir 40 años más tarde, abolió la esclavitud.

Una de las formas más abyectas de esclavitud, fue sin dudas la condena a Galeras, donde el reo oficiaba de remero o galeote, encadenado al remo y al ritmo soez del cómitre y su tambor de pesadilla. Nuestra "Madre Patria" utilizó durante siglos esta condena, dispuesta por los reyes y apañada como siempre por la curia.

En el otro extremo del abuso se encontraba la servidumbre, es decir los siervos, palabra que detesto por las implicancias discriminativas que significa.

La servidumbre (del latín servus) era una forma de contrato social y jurídico típica del feudalismo mediante la que una persona, el siervo, generalmente un campesino, queda al servicio y sujeta al señorío de otra, el señor feudal, generalmente un noble o un alto dignatario eclesiástico, o incluso una institución como podía ser un monasterio. Durante la Edad Media, un siervo era una persona que servía en unas condiciones próximas a la esclavitud. La diferencia principal con respecto a un esclavo consistía en que, en general, no podía ser vendido o separado de la tierra que trabajaba y en que jurídicamente era un «hombre libre». El señor feudal tenía la potestad de decidir en numerosos asuntos de la vida de sus siervos y sobre sus posesiones. El siervo no podía traicionar al señor feudal, ya que él le suministraba vivienda, parte de las cosechas y sus prendas. También aquí las relaciones sexuales eran a gusto y placer del feudal.

En nuestro país, fue Juan Manuel de Rosas uno de los más conspicuos abusadores de sus siervas, con las que tuvo un número indeterminado de hijos

En una posición intermedia se desarrolló el vasallaje.

El vasallaje era regulado por un contrato bilateral (con obligaciones para los dos partes). Si el vasallo o el señor cometían un incumplimiento grave, el vínculo podía disolverse. Es importante destacar que la relación se forjaba entre dos hombres libres (un plebeyo y un noble, o un noble de estatus inferior y un noble de estatus superior).

No se debe confundir entre la servidumbre y el vasallaje. En el primer caso, el siervo era casi un esclavo y su señor feudal podía venderlo junto a la tierra que explotaba. En el vasallaje, el vínculo se daba entre personas de un estamento similar.

Con el tiempo, esta forma "legal" de sometimiento voluntario, se fue desdibujando mediante acciones impuestas por el Sr. Feudal y que acentuaban las diferencias hasta llegar a incluir abusos como el del título de este ensayo: El derecho de pernada.

Una de las formas más inicuas de malfetría feudal, consistía en el derecho, auto arrogado del Ser Feudal, de desflorar a la novia, con la presencia y anuencia obligada del novio y las respectivas familias, en bodas cuyos contrayentes eran siervos o vasallos.

Un gesto opcional del que en realidad deriva el nombre, era el ingreso del Sr. Feudal al dormitorio nupcial, una vez introducidos los contrayentes en el lecho y antes de consumar el matrimonio, e, hincado sobre una pierna, cruzar la otra sobre las de los novios, en señal de dominio y sumisión.

De vez en cuando un feudal asistía a la ceremonia pero prescindía de su derecho de pernada, a veces quizás por ocultar su incapacidad física o simplemente porque no tenía deseos, lo cual, estimo, era tan o más ofensivo para la novia, que la posesión forzada.

Mi aporte al tema es que, si bien perimida esta monstruosidad, hoy está plenamente vigente bajo la forma más refinada del acoso sexual.

Y desde el principio quiero aclarar que, sin ser machista, todo lo contrario, este escrito está dedicado a las mujeres y en su defensa, no siempre el acosador es el varón sino que, con una frecuencia no cuantificada pero sí significativa, es la dama la que lleva adelante el acercamiento...

Recuerdo una película protagonizada por Michel Douglas y Demi Moore, donde ella, superior jerárquica, intenta por todos los medios seducir al actor, y al no lograrlo toma una seria de medidas para destruir su vida. Inspirada por cierto en casos reales.

El acoso es hoy moneda corriente en cualquier tipo de relación laboral entre hombres y mujeres, pero es especialmente frecuente en las grandes empresas, cuyos hoy famosos CEO, anglicismo que detesto, ejercen velada o explícitamente su condición de superioridad y dominio sobre todo el personal, en una actitud similar al vasallaje.

El riesgo por parte de los asalariados es nada menos que la pérdida del empleo, y hoy más que nunca en la historia argentina, por cuanto y debido a los avatares económicos por los que todos transitamos, los puestos de trabajo se pierden a diario sin relación con la temática sexual, sino con la financiera.

Por cierto existen honrosas excepciones.

En condiciones normales pre pandemia, cuando una persona por lo general joven, lograba empleo en una de las corporaciones gigantes, era por lo general cosificada de inmediato, pasando a ser un ´número en remplazo de su nombre y apellido, con horarios y condiciones de trabajo rayanos en lo inhumano y siempre bajo la amenaza aunque subliminal, del despido.

La tensión sexual se establece frecuentemente a poco andar por la propia naturaleza humana. Cuando lo es entre pares en la escala social, en general carece de trascendencia, y salvo cuando media el adulterio por parte de uno o de ambos implicados, no pasa de ser respetada y hasta festejada por los compañeros de trabajo; muchos matrimonios o parejas estables nacen de esta forma.

El problema surge cuando un superior/a muestra claro interés por un determinada empleada/o, inicialmente con algún tipo de deferencia aparentemente inocente como puede ser el saludar por el nombre, cuando para los demás el trato es de señorita o joven o el más autoritario y despectivo "che pibe". Al no vislumbrar rechazo y peor si es respondido con una sonrisa, a veces de compromiso, otras de aceptación, las cosas progresan hasta llegar al contacto físico aceptado o forzado, en cuyo caso es acoso si no cuenta con el rechazo explícito de la víctima. Si la secuencia finaliza en relación sexual consensuada, puede que el consenso sea para evitar las consecuencias teóricas del rechazo o bien porque simplemente le resultó placentera.

Por lo general esta relación ya establecida, persiste en el tiempo con el compromiso bilateral del secretismo. Pero habitualmente son ellos mismos los encargados de difundirlo por motivos diferentes. Si del CEO con una empleada físicamente muy atractiva se trata, éste lo hará saber a sus acólitos como una expresión de machismo irresistible para una linda hembra como la de la caja 4, y para ella, pobre ilusa, como capacidad del dominio que con su bien dotado cuerpo puede ejercer sobre un hombre tan importante como el Gerente, por lo general casado y con hijos. Puede que ella también lo sea.

Lo que no advierte la pobre es que las posibilidades de que esa relación hoy clandestina y transitoria, pase a ser explícita y permanente, son muy escasas.

Para él fue una más de sus innúmeras conquistas, en cambio para ella fue trepar hasta vislumbrar otro mundo de excesos y abundancia, de lujos y refinamientos para los cuales no está destinada.

Ambos lo harán saber, orgullosos, a sus pares, sin ella advertir que le quedará el mote de "fácil", mientras que él será el macho alfa de la manada gerencial.

La inversa, lo dije más arriba, también se da, es decir que el avance lo inició la dependiente, aunque las consecuencias para la mujer son las mismas.

Y también ocurre en condiciones de homosexualidad y/o lesbianismo: el superior jerárquico siempre será el meritorio y la contraparte el perdedor.

Hoy la mujer ha escalado muy alto en la pirámide social, hasta alcanzar puestos impensables hace pocos años; presidenta, primera ministra, gerenta, decana etc. En cualquiera de esos cargos ha demostrado solvencia similar a la del hombre; pero ha cometido una gran error, cual es el de aceptar y apañar que muchas de sus congéneres ganen fortunas practicando modelos altamente refinados de prostitución, con cotidianas noticias adrede colocadas en los medios, en las que se refieren a su sexualidad y fotografías de sus cuerpos cuasi o totalmente desnudos.

También, y a mi juicio, es un error manifestarse públicamente en defensa multitudinaria de sus indiscutibles derechos, pero exhibiendo sus pechos o su cuerpo en total desnudez disimulada por la famosa pintura corporal.

Al hacerlo se puede interpretar que su cuerpo, al que trata de defender de los avances de supuestos o reales acosadores, sea la única arma con que cuentan para enfrentar la batalla hacia una igualdad total, merecida por cierto, pero equivocando el camino.

Yo insto a las damas a seguir luchando por su dignidad, que denuncien a los abusadores, en especial a los poderosos, que se manifiesten, pero con la delicadeza que solo da la femineidad; con cerebro y no con mamas al aire, sin proferir palabras soeces, que ya resultan molestas cuando de varones se trata, peor aun cuando la manifestación está organizada por damas.

La grosería en los reclamos por lo general es mal vista por los espectadores virtuales o presenciales.

Si no lo hacen, tengan por seguro que el Derecho de Pernada, hoy presente aunque desdibujado, seguirá vigente per sécula seculórum.

EL AUTOR. Eduardo Atilio Da Viá.













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