De polvo eres y al polvo volverás: espiando a la emperatriz
Una columna en modo "cuento fantástico", que deja un análisis político de fondo. Dice Eduardo da Viá, su autor: "Este es un cuento fantástico de tal suerte que no deben creer ni un ápice de lo que en él se dice".
La tan conocida frase del título que figura en el Génesis 3:19, fue con la que de niños nos inculcaron la creación del hombre por parte de la Divinidad, aclarándonos que el procedimiento fue harto sencillo: el Hacedor tomó una cierta cantidad de polvo, le agregó agua con lo que obtuvo barro hasta lograr una consistencia que le dada maleabilidad y una vez terminada la por ahora escultura de lodo, mediante un "soplo divino" le dio vida transformándolo en el ser humano que hoy somos.
En cuanto a volver al polvo es un eufemismo por muerte, lo cual es cierto y comprobable, a diferencia de la primera parte de la sentencia, como se ha podido verificar hasta el cansancio cuando se practican exhumaciones en enterratorios muy antiguos y solo se encuentran algunos huesos y el resto es polvo.
Ahora bien, al transformar la escultura de lodo en hombre, lo dotó entre otras facultades de la imprescindible inteligencia y además de los sentidos; vista, oído, olfato, gusto y tacto.
Mi pregunta, tiempo atrás, muy atrás, precisamente en mi primera reencarnación, comencé a pensar si ese polvo remanente de nuestra anterior existencia, conservaba la inteligencia y los sentidos.
Como no encontré respuestas ni a favor ni en contra, es que decidí investigarlo yo, tarea para nada sencilla dado que no había antecedentes disponibles de tamaña empresa ,pero me acordé de la Piedra Filosofal, no por el atractivo de su supuesta capacidad de transformar cualquier metal en oro, lo cual dicho sea de paso nunca se logró, sino por la probable potencialidad de conferir la inmortalidad dado que ocasionalmente, se la consideraba como un elixir de la vida, útil para el rejuvenecimiento y, posiblemente, para lograr la inmortalidad.
El tema es que yo necesitaba transformarme en polvo no por obra de la muerte sino todo lo contrario, gozar no de la inmortalidad, sino de una cierta perdurabilidad transitoria, bajo la forma de polvo y no de cuerpo, pero conservando la inteligencia y los sentidos que así como de ellos dispone el cuerpo, podría hacerlo el polvo proveniente del desguace del mencionado soma.
Resultó pues inevitable inmiscuirme en los misterios de la alquimia y así, utilizando hornos, lámparas, baños de agua y de ceniza, camas de estiércol, hornos de reverbero, ollas de escoria, crisoles, platos, vasos, jarras, frascos, redomas, morteros, filtros, cazos, coladores, batidores, alambiques, sublimadores... sin contar una serie de aparatos auxiliares como tenazas, soportes, y por cierto un indispensable Atanor; pero por sobre todo paciencia, esperanza y tiempo, mucho tiempo, en realidad me tomó algunos eones pero el resultado fue más que satisfactorio.-
Logré obtener un líquido moderadamente espeso, de color índigo e inodoro, que volcado sobre un objeto de cualquier material fabricado, en este caso un botón de sobretodo, que en cuestión de minutos quedó reducido a un montículo cónico de polvo.
El tema fundamental para mis planes era saber si el fenómeno sería reversible y dado que no había experiencia conocida al respecto, construí una fantasía que me pareció viable y más si le daba carácter de ley, tal como las leyes que gobiernan la naturaleza y sus fenómenos, como podía ser la de la gravedad. Y así sin más nació la Ley de la Reversibilidad Alquímica, consistente en que si al montículo de polvo derivado de la aplicación del potaje al objeto original, mediante el añadido de una cantidad exactamente igual a la utilizada para la "polvificación", éste en cosa de segundos recuperaba su forma y propiedades originales con lo que quedó demostrado que mi ley era cierta: el fenómeno era reversible. Tal como lo indica la ley, volqué sobre el montículo la misma cantidad del brebaje; de inmediato se produjo una especie de mini tornado de polvo que duró unos segundos, y que al aplacarse reveló la presencia del botón tal como cuando iniciado el experimento
Claro que aún falta la prueba princeps en un ser vivo.
Quiso la casualidad que días antes había por fin capturado un grillo que con sus imprudentes estridulaciones debajo de mi cama, me dificultaba el dormir y lo había colocado en un frasco con la idea de liberarlo en algún rincón del jardín.
De paso confieso que me agrada muchísimo el canto de los grillos, sinónimo de verano pero al estilo coro lejano y no debajo de mi cama.
Sin dudarlo y pidiéndole disculpas al involuntario colaborador, lo mojé con el brebaje. Lo primero que sucedió es que se paralizó por completo, de tal forma que mediante una pinza delicada lo extraje del frasco y lo coloqué sobre la mesa para observar con comodidad lo que podría suceder. Al cabo de uno minutos le sobrevino un temblor generalizado y en cuestión de segundos se transformó en un montículo de polvo similar al que produjo el botón.
Me quede absorto y un tanto arrepentido cuando súbitamente, el montículo emitió un sonido exactamente igual al canto de un grillo y no solo, sino que cuando le acerqué un dedo el montículo retrocedió y luego saltando ágilmente se escondió detrás de un florero que adornaba la mesa.
No cabía en mí de alegría, reducido al estado de polvo, el grillo conservaba la capacidad de oír y de ver y seguramente el resto de los sentidos.
Y ahora venía el inevitable epítome de la reversibilidad; sin vacilar introduje el montículo de polvo en el frasco y lo rocié con el líquido de siempre. En cuestión de segundos el polvo se arremolinó generándose un mini tornado que impedía ver lo que estaba ocurriendo, pero a poco se aplacó y créase o no, ahí estaba Don Juan Grillo (ver Disney).
Tal como estaba planificado lo llevé al jardín donde a saltitos y cantitos presto se escondió.
Todo este largo introito resultaba inevitable para poder acceder al espionaje de la Emperatriz que figura en el subtítulo.
La Emperatriz es pues el núcleo temático de este escrito y se trata de una dama vice presidenta y ex presidenta en dos oportunidades de un país, el más austral de américa y que a la postre resultara dañado como nunca antes logró hacerlo.
En la época de sus presidencias sabía ocupar la quinta presidencial de Olivos con viajes frecuentes a su residencia en el sur, pero al serle arrebatado legítimamente el alojamiento destinado a los presidentes y obra del gran Prilidiano Pueyrredón, no tuvo otra salida que alojarse en un departamento de su propiedad, del exclusivo barrio de La Recoleta.
Mi intriga y supongo compartida por la mayoría de los argentinos, partidarios o no, era verla desenvolverse en la intimidad de su hogar, sin las presiones derivadas de su cargo y despojada de la necesidad de actitudes que bien podían ser fruto de lo mismo. Vale decir verla tal cual es y no como parece ser. El dilema era cómo entrar al departamento dada la rígida custodia que la protege.
Fue entonces cuando recordé que hay solo tres elementos capaces de filtrarse por la más mínima ranura: el aire, el agua y el polvo.
De ahí pues toda la historia de lograr convertir objetos y seres vivos en polvo y que este fenómeno sea reversible. Claro que el método de rociar el objeto a polvificar es bueno cuando se trata de pequeños objetos, pero cuando de un ser humano se trata la cantidad de líquido es muy grande y por sobre todo, una vez transformado en polvo cómo hacer para rociarme nuevamente a fin de lograr la reversión. No me cupo dudas que la solución era la vía percutánea bajo la forma de crema o gel.
Volví a mi laboratorio alquímico y al cabo de otro par de eones obtuve una crema que untada en una pequeña superficie de mi cuerpo, me polvificó de inmediato; por cierto yo había previsto disponer de un pequeño recipiente con más crema para cuando tratara de volver a mi anatomía normal.
Para abreviar resumo que fue todo un éxito, podía entrar a la forma de polvo y salir de ella sin problemas.
En el ínterin yo había estudiados los movimientos de la dama y sabía que los jueves llegaba cerca de las 22 h a su departamento, cuando la cantidad de gente en la calle era mínima y la mayoría de los otros residentes en el edificio ya había retornado también.
Además a esa hora salía la dueña del departamento del sexto piso a comprar helado, y sistemáticamente le avisaba a alguien que ya volvía; palabras que se escuchaban perfectamente por el hueco del ascensor dado que siendo departamentos lujosos, el elevador se detenía frente a la puerta correspondiente directamente al living de cada uno.
Ya transformado en polvo me filtré por debajo de la puerta de ingreso al edificio y me dirigí al ascensor ubicándome a lo largo de la ranura de la planta baja; a los pocos segundos se escuchó clara la voz de la vecina del sexto que anunciaba su salida; al ponerse en movimiento el elevador se genera una fuerte corriente de aire ascendente por el vacío relativo que se producía, y así viajé sin problemas hasta el quinto piso, por debajo de cuya puerta me introduje previo dejar al pequeño recipiente con la crema en el primer escalón de la escalera de incendios del 5º piso.
El lujo que descubrí excedió mi imaginación previa; la decoración era todo estilo Luis XIV, con numerosos sillones tapizados con gobelinos franceses legítimos, cristalería Lalique y Swarovsky, parqué de roble, paredes tapizadas al estilo Versalles etc..
Un enorme ventanal correspondiente el balcón cubierto de finas cortinas del mejor voile francés también y frente al cual se ubica un enorme sillón tipo trono real de madera cubierta por una lámina delgada de oro.
Rápidamente me dirigía al dormitorio, igualmente suntuoso, con una cama de tres plazas calculo yo y un elegante dosel de del mismo fino voile de la gran cortina del living. A los pies de la cama un gigantesco televisor de última generación y numerosos botones digitales en la gran cabecera de la cama que seguramente comandarían equipos de música o audio convenientemente ocultos.
Pero lo más sorprendente y atemorizados diría yo fue observar un enorme friso de terciopelo rojo, de forma rectangular que abarcaba toda la pared entre el dosel y la cabecera y en el que escrito en letra gótica mayúscula hechas con laminillas de oro, la inscripción:
I M P E R A T R I X E G O S U M.
Confieso que no me sorprendió, por cuanto la actitud de Emperatriz la tiene, pero de ahí a reconocerse como tal y tenerlo escrito a la cabecera de la cama, hay una gran distancia; yo diría la misma que separa la cordura del delirio.
A la izquierda de la cama una doble puerta que cerraba una abertura de unos tres metros, sin ningún tipo de herraje y solo un led rojo titilando en la parte media de la porción horizontal del marco. Seguramente alguno de los botones de la bacera habría de comandar la apertura de la misteriosa puerta, a la que supuse entrada del vestidor, dado que no había muebles que contuviesen ropas, sino solo cuadros originales tanto de pintores argentinos como extranjeros, principalmente de impresionistas franceses.
Sin perder el tiempo me dirigí al baño esperando no hubiese humedad que complicara mi condición de polvo. Desemboqué en una enorme estancia munida de los artefactos esperables, pero con la sorpresa de que tanto el inodoro como el bidé eran de oro, no sé en realidad si macizos o no. Pero lo realmente sorprendente fue la bañera, de ubicación central y montada sobre un pedestal de tras escalones, rectangular y de unos dos metros de largo por uno de ancho, cubierta por azulejería Desvres Fourmaintraux francesa, con la firma del autor en cada pieza, hechas todas a mano por cierto. Pero lo más impactante fue descubrir que en el fondo de la bañera y hecho de los mismos finísimos azulejos, se encuentra la efigie de Catalina la Grande, la más famosa Emperatriz de todos los tiempos excepto Agripina, acostada de espaldas y con ropaje imperial, de tamaño real y cuya cara correspondía, a juzgar por la ubicación de la jabonera, al lugar donde nuestra investigada apoya sus asentaderas, es decir sobre la cara de Catalina.
Cualquier sicólogo interpretaría este insólito decorado como el reconocimiento íntimo de que nuestra protagonista odia a Catalina por admitirla superior a ella y su tosca manera de vengarse es refregarle sus posaderas por la cara.
Pero sabedor de que estaría al llegar, me dirigí al living y me escondí detrás de un tibor de la dinastía Ming que se encontraba en el suelo junto a una de las paredes y de un metro más o menos de alto. De paso es bueno saber que el último tibor Ming que se subastó salió en 1.6 millones de dólares.
Al cabo de unos veinte minutos sentí ruidos de apertura de puertas, primero de ascensor y luego del departamento en cuestión, despedida de la custodia asegurando que nada necesitaba y que no los quería a las puertas de su residencia sino que ejercieran la vigilancia en el hall de entrada al edificio y por cierto alrededor de la manzana.
Lo primero que hizo fue descalzarse, de paso olvidé aclarar que todas las habitaciones tienen loza radiante con una temperatura ideal, y dirigirse al baño del cual salió a los pocos minutos, signo evidente de haber cumplido con la solución de necesidades habituales de cualquier humano.
Volvió al living y se dirigió a una de las paredes donde apretó un botón oculto con lo que parte de la pared se desplazó dejando al descubierto un hermoso bar lleno de las más afamadas bebidas; se sirvió una dosis moderada nada menos que de una botella de Macallan 12años, triple cask Highland. (Precio de mercado alrededor de U$S 45.000).
A continuación se repantigó en uno de tantos Luis XIV y mediante control remoto puso la Marcha Peronista que emergía de diversos parlantes ocultos y entrecerró los ojos. Qué bullía en esa cabeza, solo Belcebú podría saberlo.
No duró mucho el relajamiento puesto que se dirigió al dormitorio donde se quitó la ropa excepto la interior y se introdujo en el baño al que no me atreví a entrar por temor a la inevitable humedad que podía transformarme en lodo.
La sesión duró una interminable hora hasta que emergió desnuda pero envuelta en un magnífico toallón y así se dirigió a la doble puerta que mencionara al principio. Acercó la cara a un orificio en el que había un reconocedor facial o retinal y las dos hojas se abrieron de par en par hacia adentro dejando expuesto un enorme vestidor cuyas paredes eran corrugadas como si se mirase el interior de un acordeón y de unos tres metros de profundidad, iluminado por numeroso spots que se encendían a medida que ella penetraba.
Al final había una puerta de las que bloquean las bóvedas bancarias con su correspondiente botonera para digitar claves y una gran manija circular, tal cual repito, la de los mencionados búnkeres del dinero.
Pero cuál no sería mi asombro al comprobar que a medida que penetraba en el vestidor, éste se iba estirando mediante el despliegue de las paredes corrugadas hasta alcanzar estimo no menos de 100 metros. Lo extraordinario es que donde hubo un pliegue ahora había una prenda de vestir, cientos en total.
Con paso decidido, sabedora de su propósito, llegó a la tremenda puerta, digitó la clave, giró la manija y se introdujo sin poder yo observar detalles, pero hete ahí que en menos de lo que canta un gallo salió de la bóveda portando una enorme caja, quizás de cartón pero tapizada en satén azulino de uno 2 x 1,5x 0,5 metros y con la cual se dirigió a la cama sobre la cual la depositó. Digitó uno de los tantos botones de la cabecera y el vestidor se cerró sin el menor ruido.
La caja estaba provista de un cierre perimetral que una vez abierto permitía abrirla como si de un libro se tratara; de su interior extrajo un ajuar completo estilo Catalina y procedió a colocárselo desde la ropa interior hasta la cofia real con la destreza que solo da la repetición frecuente del operativo, tras lo cual verificó en uno de los tantos espejos la corrección del resultado y, sorpresivamente para mí caminó hasta el gran sillón que les mencionara de cara a la cortina del ventanal y una vez apoltronada y corregidos los inevitables pliegues indeseables de tan complicad vestimenta, procedió a apagar todas las luces de la estancia desde un control remoto sito en el apoyabrazos derecho del trono.
De inmediato la gigantesca cortina se deslizó por mitades escondiéndose tras respectivas columnas y dejando al descubierto una superficie negra y brillante, curva de concavidad anterior y de unos 200 grados de amplitud, el sillón se corrió automáticamente hasta quedar incluido en la curvatura y a continuación, previas discretas reverberaciones se encendió, lo que resultó ser una pantalla en la que se veía con claridad asombrosa una escena de fantasía.
Era propiamente la imagen de los jardines de Versalles con numerosas esculturas, las de tamaño natural eran hombres desnudos montados sobre pedestales, de pieles negras o blancas y con sus atributos masculinos bien definidos que se sucedían hasta la primera fuente con sus respectivas esculturas vinculadas al agua. Para completar la alucinante escena, decenas de estatuillas de enanos negros en actitudes variadas pero con el común denominador de parecer que realizaban alguna labor.
La ahora Emperatriz, sin dudas lo era, contempló extasiada lo que mostraba la pantalla con sus figuras estáticas, sus senderos y cercos vegetales perfectamente delineados, la fuente con sus caballos rampantes y carruaje semi sumergido, glorietas y parterres ahítos de flores y todo de un gusto exquisito debo confesar.
Al cano de uno minuto se irguió y resueltamente se dirigió a la pantalla a la que atravesó apareciendo del lado del jardín caminando por la terraza hasta el primer escalón que descendía al mismo; era sin dudas una pantalla virtual de última generación en la que ahora iban cobrando vida los distintos personajes representados por las quietas esculturas. Los hombres se le acercaban a medida que los alcanzaba y ella los acariciaba suavemente y les hablaba con una sonrisa muy diferente a la forzada de sus apariciones públicas políticas y mientras tanto los numerosos enanos comenzaban a realizar los más diversos trabajos temblando de miedo ante las imprecaciones y amenazas por parte de la Soberana.
Así vive y así es esta gran defensora de los pobres y dadora de millones de pesos bajo la forma de ayuda a un país en bancarrota con millones de desocupados no por falta de trabajo sino porque es más cómodo vivir de la caridad y a costa del trabajo de los demás.
Confieso que no esperaba ni por asomo todo lo que pude ver con mis propios polvorientos ojos, a pesar de que lógicamente sospechaba de una doble vida, la pública y la privada, pero nunca al extremo que verifiqué.
Aprovechando su estadía en exteriores decidí retirarme aunque me quedó la duda de hasta qué punto llegaban las muestras de intimidad con los adonis estatuarios.
Me filtré por debajo de la puerta y una vez en el ascensor procedí a revertir mi condición de polvo para emerger en planta baja tal cual soy en realidad y ante la mira inquisitiva pero respetuosa de la custodia que nada me dijeron al verme salir del edificio
ADVERTENCIA:
Este es un cuento fantástico de tal suerte que no deben creer ni un ápice de lo que en él se dice. El Autor