De la amplitud a la laxitud: We are argentineans

Ser "amplios" o estrictos ante una norma, objeto de análisis a fondo (y bien explicado) por parte de Pablo Gómez en esta columna. "Ser amplios no es lo mismo que ser laxos".

Pablo Gómez

Muchas veces se confunden y se usan como sinónimos ciertas palabras que, en mi opinión, no significan lo mismo. Y esta confusión nos lleva, tanto en la vida personal como en la institucional del país, a justificar ciertas acciones porque, bueno, si algo es aceptable, sus sinónimos también deben serlo. Entre estas palabras que no expresan lo mismo, se encuentran las del título del presente escrito y también sus antónimos, que tampoco significan lo mismo entre ellos. En definitiva y yendo al tema, no es lo mismo ser amplio que ser laxo, así como no es lo mismo ser rígido que ser estricto. En mi mente se mezclan rígido y estricto si veo a un militar dando la orden de "cuerpo a tierra, carrera march"... y sí, puede que ese militar sea rígido y estricto, pero son dos cualidades diferentes de ese hombre, que pueden llegar a ser consideradas como virtudes o defectos, dependiendo de la forma de pensar de cada persona.

Lo opuesto a ser estricto, en mi opinión, es ser amplio, entendiendo en este caso que estas palabras representan a "cantidades" de derechos o de situaciones que se permiten llevar a cabo: una legislación estricta es restrictiva de derechos de las personas sobre las que rige y una normativa amplia, lo contrario. Un padre o una madre, del mismo modo, pueden (por ejemplo) permitir a sus hijos/as llevar adelante muchas o pocas actividades en su vida cotidiana; esto es lo que determina que sean estrictos o amplios en la crianza de su descendencia.

Por otro lado, y pasando al otro par de palabritas que son opuestas entre ellas, la rigidez o laxitud definen la dificultad o simpleza con la que se pueden traspasar los límites prefijados: la rigidez impide, como regla general, realizar acciones que han sido previamente definidas como incorrectas, y la laxitud posibilita "excepciones", que en muchos casos pueden llegar a convertirse en regla de ser tan cotidiana su aplicación. Aquí nuevamente tenemos ejemplos a montones, se trate de personas a cargo de menores o de gobernantes a cargo de países: las moratorias impositivas, los cambios en legislaciones que afectan a situaciones preexistentes, los padres o madres que no ponen límites claros, terminan todos, como regla general y más temprano que tarde, teniendo problemas de gobernabilidad, ya sea en el país que está a su cargo o en el propio hogar en el que residen.

En lo personal, y en todos los ámbitos de la vida, prefiero la amplitud. Pero eso sí, las reglas deben ser claras, y los límites no deben ser traspasados. Esta definición es probablemente la que la gran mayoría prefiere cuando se encuentra leyendo en calma frente a un texto; distinta puede ser la situación cuando salimos a la vida, y las presiones nos agobian. Es por eso que los carteles de "Pare" no logran que paremos en las esquinas, ni tampoco funcionan siempre los "Prohibido girar a la izquierda"; queremos la vereda limpia, las escuelas y hospitales funcionando, y la jubilación alta cuando nos llega la edad, pero escabullimos el pago de impuestos, y de aportes previsionales. Casi la mitad de quienes habitan en nuestro país trabajan cotidianamente "en negro", pero todas las personas nos quejamos por igual ante la falta de derechos: límites laxos a la hora de cumplir, rígidos al momento de exigir.

Somos de compararnos con países nórdicos, o con Japón y hasta con nuestros hermanos trasandinos, y nos quejamos de nuestro gobierno, sea el que sea (el de ahora o el de antes) porque no logran ponernos en las mismas condiciones que vemos en personas que habitan en otras partes del planeta. Pues démonos de una vez por enterados: en Escandinavia todos pagan sus impuestos, en Japón trabajan en promedio muchas más horas que acá, y en Chile tienen una legislación tan estricta, que al presidente lo salvó la pandemia sobre la hora, porque la presión social estaba (hace tan solo un año atrás) literalmente incendiando el país.

Tenemos una forma de ser que trasciende ideologías y hasta formas de gobierno: ya decía el Martín Fierro (que se enseña en las escuelas desde hace más de un siglo) que hay que hacerse amigo del juez... ¿Cómo pretendemos la tan mentada seguridad jurídica si la educación nos avisa que a la gente cercana a quienes deciden les va siempre mejor? Y no es culpa de José Hernández: él solo relató en su obra lo que pasaba en el país en el siglo XIX, décadas antes de que el tango Cambalache le pusiera música a la idiosincrasia nacional.

En definitiva, y concluyendo: se puede pretender amplitud de derechos, y eso no nos obliga a tener la laxitud que supuestamente impone la argentinidad. Depende de nosotros, de cada persona que habita en nuestra Argentina, hacer la diferencia. A la hora de votar, de pagar impuestos, de manejar un vehículo o de inculcar valores a la próxima generación. Es una deuda pendiente que tenemos con quienes dieron su vida por mantenernos como Nación, en el siglo XIX y en el XX también. Paguemos esta deuda, redefinámonos como buenos pagadores, económica y moralmente. Las generaciones futuras lo agradecerán.


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