Un Cornejo para andar y desandar
Cornejo, Milei y los intendentes cumplen un año en el ejercicio del poder, cada uno con o son experiencias anteriores. Qué tiene el gobernador de Mendoza como valor, cuáles son sus amenazas visibles e invisibles. El contexto nacional y la obligación de responder "rápido y bien" a las demandas sociales.
El gobernador Alfredo Cornejo cumple el primer año de su segundo mandato como gobernador, sin haber contado con reelección, cosa que prohíbe la Constitución de Mendoza. Ese solo hecho ya lo colocará en la historia cuando cumpla los cuatro años, ya que, si bien Emilio Civit es el antecedente anterior, renunció a poco de andar su segunda oportunidad para ser ministro de Julio Argentino Roca.
En este año Cornejo se ha mostrado distinto en algunas cosas e idéntico en otras. Él mismo admite contar con la misma personalidad y con un programa sólido y evolucionado, pero que sigue el mismo camino, como base que le permite gobernar, aunque renueve equipos. Al actual lo llama "intergeneracional", ya que le gusta alternar experiencia con nuevos protagonistas, cosa que no siempre impacta bien, pero le sirve para oxigenar y generar expectativas
Empezó diferente: le costó arrancar. Pragmático en los hechos, pero rígido en lo conceptual de su programa de acción, la presencia de Javier Milei lo obligó a hacer equilibrio todo el tiempo: si dice A o Z puede perder el favor presidencial, un mandatario que exige lealtad expresa y contundente, y que no reconoce éxitos ajenos ni antecedentes por fuera de su micromundo.
Continuó con despliegue tardío, pero consiguió incidir en el núcleo del gobierno nacional, fundamental para una provincia en la que muchas de sus situaciones están atadas a Buenos Aires y con un equipo altamente ideológico e indefinido, esto último ora por amateurismo, ora por eclecticismo, vaya paradoja.
Pero el ejercicio del poder y su sostenimiento con fuerza, habiendo revalorizado un Sillón de San Martín que antes Paco Pérez había dejado desconfigurado por una serie de inconsistencias a la hora de gobernar (algunas, por zancadillas realizadas por el propio Cornejo, es cierto, que el peronismo no supo o pudo esquivar) le permiten ir y volver, andar y desandar, sin necesidad de llegar a la pulseada.
Es un ajedrez político interminable que se enfrenta a un juego de petanca puro y duro desde la contraparte política local, que no logra ordenar su forma de jugar.
Es por ello que ayer en el Congreso de la UCR y en las tantas entrevistas que dio "mano a mano", destacó que lo que se necesita es "una oposición preparada que tenga una deliberación pública que le agregue valor a Mendoza", y criticó lo que pasa, ya que "solo hay consignas apelando a la ira social, que razonablemente tiene mucha gente porque tenemos un 50% de pobreza en el país".
Hizo un llamado de atención en torno a la "lobesia botrana" que pudre al radicalismo cada dos por tres: su soberbia, que surge porque, analizó, le queda superarse a sí mismo ante la ausencia de vara más alta con la cual compararse en otros partidos.
En ese sentido insistió: "Tenemos una oposición muy dura en las consignas, pero no tiene un plan alternativo", por eso, "es nuestra obligación superarnos a nosotros mismos y hacerlo sin conflictos internos, en armonía, escuchándonos y tratando de integrar a todos", indicó como camino.
Un año de un Cornejo que tiene las mismas preguntas sobre las cosas que en su primer mandato, pero en donde las respuestas son diferentes. El mundo cambió no una sino varias veces en un interregno de solo cuatro años. Y la política lucha contra un enemigo invisible, que son los algoritmos, que azuzan, amenazan y a veces, inclusive, hieren e infectan, con peligro de muerte.
Juega el juego que más le gusta: el poder, pero pide a gritos a sus equipos que no se apoltronen y que salgan a usar las nuevas herramientas, en defensa y ataque, pero, sobre todo, para gestionar rápido y bien, esa es la "criptonita" ante la que sucumben los antihéroes que acosan la democracia.