Promover la cultura general en la adolescencia ¿podría disminuir conflictos?

Explica en esta nota el Prof. Chade: "La enseñanza de la cultura general se desarrolla siguiendo un enfoque temático y orientado a la acción. Los objetivos de aprendizaje se dividen en áreas. Los temas se refieren al contexto privado, profesional y social de las personas".

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza Dr. en Ciencias de la Educación.

El 8 de diciembre 2024 en Memo se habló de Pobreza absoluta, pobreza relativa y pobreza educativa: un problema a resolver a través del "Club de Cultura General". Retomo hoy el tema comenzando con una editorial de un colega italiano, pedagogo, para seguir considerando la necesidad de introducir un proyecto de cultura general en nuestros jóvenes.

En este periodo más que en otros, ocurre que estallan los enfrentamientos entre los distintos miembros de la familia, obligados a una convivencia forzada que nos obliga a compartir totalmente el tiempo y el espacio.

Pelear es normal, discutir es importante, pero aún más importante es aprender a hacerlo bien. Comparto el editorial del colega Dr. Daniele Novara, director del Centro Psicopedagógico de Educación y Gestión de Conflictos (Piacenza, Italia), que nos habla de la importancia de los conflictos entre padres e hijos adolescentes.

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Novara dice «La adolescencia siempre llega. Por antonomasia es la edad de la creación: no en vano se habla de ella como de un segundo nacimiento, en el que se desarrollan y realizan nuevas y preponderantes características físicas y mentales, y se abren espacios interiores y exteriores en los que medirse a uno mismo y a sus capacidades. Es un momento precioso en el que uno empieza a escribir, o reescribir, su propia historia. La generatividad es uno de los maravillosos recursos de la pubertad: entendida como la capacidad de dar vida a otro ser vivo mediante dones reproductivos; pero también como la capacidad de dar a luz el amor, el amor desbordante, junto con el entusiasmo de crear, a través de toda forma de arte, aunque se cultive en estado embrionario. Hay un enorme deseo de dar rienda suelta a la energía y la singularidad; hay una fuerza dentro del cuerpo que no puede resistirse y quiere a toda costa encontrar su propia forma; hay un ímpetu que empieza con pies inciertos y se desenrolla a través de encuentros con otras vidas que se cruzan en su camino.

Hubo un tiempo en que la edad adulta se consideraba la edad de la madurez, de la responsabilidad como plena realización personal. La familia tradicional y la profesión estable encarnaban la cúspide de una visión de la vida -subdividida en ciclos y etapas bien definidos con transiciones casi predecibles- marcada por fases, demarcaciones, roles y tareas de desarrollo y momentos de crisis previsibles. Hoy, los paradigmas interpretativos de la vida adulta han cambiado. En un clima en el que prevalecen los imprevistos, los acontecimientos no programados, la sensación de precariedad, la incertidumbre y la posibilidad de cambio continuo, no es posible pensar la adolescencia desde un marco social que ya no existe: el control, la estabilidad y la seguridad han dado paso a la búsqueda de nuevos equilibrios individuales, personales y profesionales.

Sigue existiendo, sin embargo, la necesidad ineludible del adolescente de un padre resistente: no rígido e intransigente, sino una figura educativa capaz de negociar las normas, custodiarlas y poner diques a la caduca omnipotencia infantil. Una columna vertebral educativa: por eso llamo a la adolescencia el tiempo del padre. Hoy tenemos adolescentes por un lado socialmente competentes porque han crecido en la era del padre afectivo, orientados más a la relación que al mando, pero por otro afectivamente inmaduros, precisamente porque no están acostumbrados a experimentar la culpa y el miedo como estímulos para interceptar límites y obstáculos".

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Se están llevando a cabo diversas investigaciones sobre una característica determinante en la personalidad humana, cuya relevancia emerge también en los adolescentes actuales: la deficiencia conflictiva, entendida como la incapacidad para tolerar el conflicto. Personalidades deficientes, por ser inadecuadas para soportar la frustración y la contrariedad relacional, interpretadas como amenazas. En la adolescencia, las consecuencias de la deficiencia conflictiva conducen a crisis de comportamiento que se asocian cada vez más a la incapacidad de soportar las confrontaciones del desarrollo y a la «fragilidad» adolescente.

La familia, que ha cambiado radicalmente su perfil social y educativo debido a una transformación cultural socioeconómica general, ha favorecido el fortalecimiento en los adolescentes de una impronta predominantemente asistencial, infravalorando el código afectivo paterno de norma y límite y en algunos casos, olvidándose de la formación de cultura general de los jóvenes. Pero un padre observador y con recursos, que oriente su propio crecimiento personal sobre las experiencias y huellas de los pasos dados junto a su hijo, que mantenga un pacto implícito de referencia y apoyo interior, es fundamental para el adolescente. En la transición a una fase social que les desafía y les pide que se revelen, que muestren sus habilidades y su personalidad, los chicos y chicas necesitan que se les den las herramientas necesarias para combatir sus inseguridades y los obstáculos que bloquean su crecimiento. De lo contrario, se sentirán avergonzados, inadecuados y frágiles.

Como padres y como comunidad educativa, pero más en general como adultos competentes y apasionados, buscamos herramientas que nos permitan permanecer en el conflicto con el adolescente, que tiene esa capacidad intrínseca de hacerse artista de la imagen y de la tecnología, pero al que hay que ayudar a comprenderse y convencer para que confíe.

Hoy, el acercamiento a la adolescencia es más íntimo y no puede separarse, por cultura y predisposiciones generacionales, de una fuerte búsqueda de sentido, a partir de la realidad que se manifiesta como turbulencia interior.

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El conflicto con el adolescente a menudo nos habla de nosotros, de lo que somos y de lo que hemos sido, y es una medida del estado y la profundidad de la relación con él: es un recurso para descubrir lo que nos está diciendo y para reorganizar nuestra actitud hacia él.

La acción, para que sea verdaderamente educativa, no debe basarse en un modelo del pasado, ni por simetría ni por asimetría: debe hablar de una realidad y debe vincularse indisolublemente a la regulación, sin dejar de estar dispuesta, como los adultos, a negociar continuamente un interés común, estando, en su cambio, constituida también por verdaderos desplazamientos neuronales que debemos leer e interpretar.

A través de este conflicto evolutivo, los adolescentes nos piden que seamos firmes y resolutivos: no para volvernos autoritarios y despóticos, como nos había acostumbrado también el modelo educativo decimonónico (del siglo XIX) a través de la figura del padre-maestro, sino porque son responsables y maduros. Por eso, como educador, me gusta centrarme en la figura del padre: un padre que educa, presente e interdependiente, capaz de ser un volante de crecimiento y aprendizaje.»

De acuerdo a lo que Novara nos explica, y, para todo esto los padres también necesitan ser ayudados y apoyados en el recorrido. Las instituciones deben buscar alternativas para brindar este sostén. Además de la socialización y la modelación de las conductas los jóvenes necesitan nutrirse de cultura general, que los hará más autosuficientes y responsables frente al mundo.

Tiempo atrás, por este medio, dimos una de las posibilidades que podrían ayudar a cumplimentar este objetivo. La creación de un Club de Cultura General, un espacio multifuncional en los que los propios jóvenes se convierten en líderes de proyectos. Son lugares donde se comparten conocimientos y experiencias, se promueve la creatividad y la innovación, se valorizan los talentos, se apoya la construcción de proyectos de carácter emprendedor, se activan itinerarios de formación y se construyen relaciones con realidades europeas e internacionales. En muchos casos, estos lugares se convierten también en guarniciones de legalidad y puntos de referencia para toda la comunidad.

La enseñanza de la cultura general, que acompaña a toda la formación básica, permite adquirir competencias fundamentales para orientarse en la vida y en la sociedad y superar retos tanto en el ámbito privado como en el profesional.

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La enseñanza de la cultura general se desarrolla siguiendo un enfoque temático y orientado a la acción. Los objetivos de aprendizaje se dividen en áreas. Los temas se refieren al contexto privado, profesional y social de las personas.

Por tanto esta actividad sostiene a la comunidad educativa y parental, es decisiva una nueva alianza entre la ciencia, la historia, las humanidades, las artes y la tecnología, capaz de esbozar la perspectiva de un nuevo humanismo a través de proyectos como éste. En esta perspectiva, la escuela podrá perseguir ciertos objetivos que hoy son prioritarios. El adolescente descubre potenciales desconocidos. Empieza a recomponer los grandes objetos del saber -el universo, el planeta, la naturaleza, la vida, la humanidad, la sociedad, el cuerpo, la mente, la geografía, la historia- en una perspectiva compleja, es decir, orientada a superar la fragmentación e integrar todo en nuevos marcos globales.

Esta sugerencia es sólo una de las alternativas que podemos pensar cuyo objetivo final es el de promover el crecimiento emocional, cognitivo y social de los adolescentes para la aceptación y participación activa en sus proyectos de vida y en este modo disminuir las resistencias del entorno familiar instando al diálogo fructífero y relajado.

A través de actividades dirigidas de ocio y cultura generamos un espacio acogedor, dirigido por nuestros profesionales, nuestros chicos descubren nuevas facetas personales que aumentan su autoestima y favorecen su desarrollo como persona.

El adolescente necesita más libertad para «explorar el mundo», pero al mismo tiempo necesita sentirse apoyado y saber que puede retirarse al contexto familiar cuando sea necesario. Se crea así un contraste entre el impulso de exploración y la necesidad de apoyo y protección, entre la búsqueda de novedades y los principios transmitidos a nivel familiar, por lo que es más que comprensible que surjan tensiones, contradicciones y fatiga, tanto para el adolescente como para los demás miembros de la familia. Dependiendo de las interacciones entre temperamento y entorno, esto puede expresarse de forma diferente en cada persona, y no existe un manual que explique la forma correcta de afrontar los retos de la adolescencia.

Nunca antes el grupo de iguales había sido tan crucial. Es en este nuevo contexto donde el adolescente puede experimentar nuevas formas de relacionarse y explorar pensamientos que se alejan de los dogmas conocidos. En contacto con los iguales, también se intensifica el miedo a ser juzgado, impulsado por el deseo de gustar, de sentirse parte de un grupo, de ver reconocida la propia identidad y, al mismo tiempo, de fundirse de alguna manera con la identidad del grupo, teniendo nuevos principios comunes con los que identificarse y nuevas experiencias que compartir

La maleabilidad del cerebro adolescente tiene implicaciones tanto positivas como negativas, por lo que la plasticidad es un arma de doble filo. La adolescencia es un periodo de enorme potencial, pero también de grandes riesgos: si se les sitúa en entornos positivos y favorables, los jóvenes florecerán; en cambio, si se les expone a entornos perjudiciales, sufrirán profunda y permanentemente.

El cerebro en la adolescencia posee algo especial: lo que ocurre en ese periodo de la vida se recuerda más fácilmente. Se han propuesto varias hipótesis para explicar este fenómeno, teniendo en cuenta el gran número de «primeras veces», la carga emocional de las experiencias y el desarrollo de un sentido integrado de la identidad.

Los cambios cerebrales que se producen al principio de la adolescencia hacen que uno sea más propenso a la excitación, más emocional y más propenso a la ira o al enfado.

Los sistemas que más responden a los estímulos a esta edad, pero también los que más fácilmente pueden dañarse, son las «tres erres del desarrollo cerebral adolescente»: los circuitos de recompensa, interpersonal y regulador.

En consonancia con la idea de que la adolescencia se desarrolla entre el riesgo y la oportunidad, la intención de interiorizarse en la Cultura General es desplazar el foco de atención de la prevención de la angustia a la promoción del bienestar y el éxito de los jóvenes, proporcionando herramientas a las principales instituciones educativas, padres y profesores, así como estimulando la reflexión de los legisladores para emprender iniciativas específicas.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Ammaniti, M. (2018). Adolescenti senza tempo. Milano: Raffaello Cortina.

Barone, P. (2011). Pedagogia della marginalità e della devianza. Modelli teorici, questione minorile e criteri di consulenza e intervento. Milano: Guerini.

Novara , Daniele, (2025) Mollami! Educare i figli adolescenti e trovare la giusta distanza per farli crescere. Rizzoli, Milano


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