Los asesoretes
Una superabundancias de gente que decide más que quienes son elegidos por el voto popular, y la acumulación de presuntos "asesores" en "capas geológicas" de nombramiento, impiden que Mendoza y el país se muevan. El estancamiento hace que nos enojemos con la democracia, pero ese no es el problema.
Es muy probable que al criticar la democracia estemos pifiando. No porque no sea criticable, sino porque no sabemos distinguir puntualmente, acusar, juzgar y condenar para cambiar lo que no funciona bien de este sistema. En tal sentido, por querer aportar a un mejor funcionamiento de la cosa pública podemos estar ahogándonos en un vaso de agua, o pegándonos un tiro en el pie, para entrar en las metáforas que nos ayudan a comprender la situación.
Solemos generalizar. Entonces decimos que el Congreso, la Legislatura o los concejos deliberantes "no sirven". Es probable que no estén funcionando eficiente y eficazmente, pero allí cabe una puntualización y no sirve una generalización:
- Revisar su funcionamiento y a cada uno de sus integrantes sería la tarea más correcta y movilizadora hacia un nuevo esquema de representatividad. Detectar errores, problemas, mañas y también a mañosos y mañosas.
¿Por qué no elegir, por ejemplo, los grandes ejes que merecen ser discutidos cada año, 5 o 10, y avanzar tan solo sobre eso y las urgencias, dejando de lado todo el cotillón a pedido de corporaciones que a diario se tratan con una solemnidad que no tienen y una dedicación que no merecen?
Tal vez el secreto no esté en los elegidos para los cargos sino en los que estas mismas personas heredan: los "asesoretes". Es gente que ya estaba allí, haciendo la nada misma durante generaciones de "capas geológicas" de nombramientos políticos, bajo premisas de otros tiempos, tal vez para darle músculo a los partidos al inicio de la democracia, pero que ahora la vuelven fláccida y hasta generadora de más rechazos que apoyos, por su culpa.
Así, la democracia no evoluciona: se estanca, achata, paraliza. Se vuelve decrépita.
Tampoco es válida la presumida opción de "democracia directa", que invita a salir a las calles a gritar, romper, incendiar o aplaudir, si fuera el caso. Se vota en las urnas, lo que da una legitimidad que no tienen los que están solo para movilizarse. El día de elecciones hay reglas que permiten que toda (absolutamente toda) la ciudadanía se exprese y ganen los que tienen más apoyos. A una marcha van los indignados o los fanáticos, y no pueden ir los que están trabajando, estudiando, buscando trabajo, viviendo la vida.
En Mendoza el Estado funcionó bien con un 20% de su personal activo durante la peor parte del confinamiento por la pandemia de coronavirus. Se traba y enrosca sobre sí mismo cuando van todos juntos a trabajar. Aun así, todavía hoy hay gente que levanta la bandera pandemialista para no concurrir a su puesto de trabajo, y todo anda igual (de mal, de bien: lo que cada uno crea que corresponda como evaluación), por inercia podría decirse.
De allí entonces que puede que haya llegado el momento de ofrecerle a esa masa enorme e inasible de gente con más derechos que obligaciones de mudarse a tareas más concretas, trackeables, tangibles, en un gran acuerdo de sectores, que debería incluir a los gremios y lo partidos políticos. Básicamente, eliminar al "asesorete" y distinguir a quienes realmente asesoran en algo, porque tienen capacidad, formación o expertise para hacerlo.
Es elemental: si a la democracia la van a moldear aquellos que están cómodos en sus lugares y no quieren correr ningún riesgo (recapacitarse, actualizarse, adaptarse a nuevos desafíos), odiaremos esa democracia.
¿No se puede publicar las listas del personal que trabaja en qué tareas para poder así revisar entre todos que lo estén haciendo efectivamente y felicitar al que lo hace bien para diferenciarlo de la masa que no? ¿Qué nos obliga a sostener al Estado solo como una bolsa de empleo? ¿Qué nos impide transformarlo en una maquinaria de servicios eficientes y eficaces del que podamos estar orgullosos todos, en los tres poderes?
El secretismo, amiguismo, parentismo, partidismo y varios otros "ismos" han ido generando un monstruo que aunque esté quieto, impide y asusta. Ni hablar si llegara a moverse algún día. A la vez, la repetición de lógicas del pasado a la hora de conformar espacios de gestión le cierra el camino a poder diseñar un futuro mejor.
Hoy, además de lo que vemos en los sectores legislativos y judiciales, un ministro no decide nada si antes no recibe el visto bueno de una multitud de personajes a los que nadie votó jamás y que muchas veces, que ni siquiera concursaron para los cargos que ocupan. Imposible generar planes y transformaciones así.
Por otro lado, esa realidad da cuenta que si todo el gobierno se tomara vacaciones a la vez, nada diferente pasaría. Y esta es la peor noticia para la representación democrática: los que prometen programas e ideas al postularse solo podrán ejecutarlas si la masa que está siempre se lo permite: es un parlamento monumental compuesto por gente de antes que estará allí cuando el gobernador se vaya, venga otro y así sucesivamente.
El pesimismo en el funcionamiento de la democracia es fuerte, pero a veces lo ejercemos contra las personas menos culpables. A los gobernantes hay que empoderarlos para un cambio generacional de todo el modelo de gestión, lo que no implica echar a nadie masivamente -como podrían pensar sin desgastarse demasiado los que se crean involucrados- sino preguntarles y examinarlos en torno a qué tareas creen que podrían hacer mejor. Y evaluarlos desde su propia decisión.