Doña Bonarda y Doña Malarda, esa leyenda que nunca se contó

La escritora Marcela Muñoz Pan y el vino varietal Bonarda, en una novela que se construye sorbo a sorbo.

Marcela Muñoz Pan

Capítulo I

Cuenta la leyenda que en el Oasis Este vivía Doña Bonarda, mujer de taninos y agua entre sus manos, siempre procuraba que el agua llegara a su terruño más preciado "los Barriales" y a toda la zona este. En su rostro se dibujaban los hilos Huarpes, algunos dicen que venía de Lavalle, otros que nunca la vieron en los pueblos de por acá, pero los que la habían conocido además de ser dadora de agua a su comunidad preparaba la pócima perfecta para tomar un rico té, que consistía en 65 gr, de cardamomo, 65 gr de hibisco canela, cascarillas de cacao y naranja, una especialista en pócimas de amor. Las aguas por las acequias bajaban claras, frescas y la tierra celebraba su paso inspirando a esa armoniosa naturaleza gracias a Doña Bonarda que se recorría de punta a punta inmensas extensiones de viñedos dejando constancia que ella trataba de ser justa en la repartición de las aguas para riego.

Una tarde el viento del oeste alcanzó ráfagas muy fuertes como a 100 km/hora, aunque no se supo a ciencia cierta si fue un fenómeno climático o la malicia de Dona Malarda, que aprovechó la volada y se apropió de todas las bondades de Doña Bonarda. Todos los ríos, todas las cuencas, toda la nieve, Malarda las acopió construyendo una especie de represa ayudada por cuatreros del agua y forasteros que querían esas aguas para los valles de sus familias, así pusieron en pie de guerra a varias comunidades y poco a poco fueron dejando sin riego a la zona este, provocando lentamente una agonía insostenible para Doña Bonarda; pero nada estaba perdido para ella, con las gotas que poco a poco se agotan igual preparaba su pócima poderosa y tomando los recuerdos de esos años dorados, se levantó como Jesús al 3 día entre los muertos y decidió enfrentarse con esa mustia mujer Malarda, a pesar de no conocer ni su rostro, ni siquiera su pasado, mucho menos su antepasado.

Doña Bonarda emprendió el viaje en busca de Malarda, sus pies agrietados ya por el desierto, pelo blanco de polvo, su cansancio y su deshidratación, no pudieron frenar esa búsqueda y de pronto como una epifanía alguien le susurró al oído; estás muy cerca. Escuchó el ruido nuevamente del agua corriendo por los canales y esto fue suficiente para resucitar su alma noble e inquieta, se fue acercando tratando de ver con más claridad, pero le era un poco imposible, ese canal venía con aguas turbias, sucias, no era el agua que ella conoció ni la que por años llevaba a su reino del este. Trató de agudizar todos sus sentidos y pudo ver un rostro feo, sucio, que la miraba con desprecio, como si saliera del inframundo, pero decidida a todo le preguntó quién era, por qué estaba ahí en el agua turbia. Malarda le confesó que era su hermana gemela, que fueron separadas al nacer y que ella quedó con lo más roto de la humanidad queriendo siempre ocupar su lugar, más que nada cuando Ud. Bonarda vivía una infancia tan feliz en la calle Varilla Blanca, yo la espiaba por la casa del bosque pero había algo que no me dejaba traspasar ese umbral de luz. Imagínense cómo se iba poniendo Bonarda, todas las preguntas se abarrotaron en un laberinto que pareciera no tenía salida; se sentó a la orilla del carolino y empezó a preguntar más y más. No sé mucho más le decía Malarda, sé que he andado como un alma en pena y haciendo lo que los gobiernos me pedían, como por ejemplo dejarle sin nada de recursos a su reino del este, porque era la única manera que tenía de sobrevivir, generando irregularidades, inseguridades, concediendo a algunos más agua que a otros, mi paga era buena, nunca me faltó nada

Doña Bonarda no podía creer lo que estaba escuchando, mientras sacaba su tecito para tragar semejante secreto, pero por qué, para qué, si en verdad somos gemelas por qué no puedo ver mi rostro en el tuyo, yo no elegí esta ventura, es un empecinamiento con mi persona y mi terruño, nuestro terruño que ha dejado ver como si el agua se suicidara y no dejara ninguna señal, con lágrimas en los ojos le decía a Malarda, que se había quedado con todos los derrames anuales, el derretimiento de las nieves, cuánta maldad, no lo puedo creer, y quién te dijo que somos gemelas: El chileno Jerry Herrera se lo confesó hace muchos años a Don López que es el único que tiene un foto de nosotras al nacer, y en la pulpería siempre lo supo Doña Emma y Doña Celi, pero no querían problemas, sé que ellas la querían más a Ud. que a mí.

Pasada la tarde de grandes descubrimientos, la pregunta sería y ahora qué hacemos con esta delicada situación. Eso se lo contaré otro domingo.

Capitulo II

La llamaremos Bonarda

Las gemelas Doña Bonarda y Doña Malarda nacieron en Mendoza Este, no se sabe a ciencia cierta en qué lugar físico, dicen muchos que fueron atendidas por el Dr. Tito Catappano y Dr. De Gaetano en un centro de salud, ya muy precario, cercano a Alto Verde, Giagnoni, otros decían que al frente de la plaza de Rivadavia. Qué pasó esa madrugada del 4 de agosto, que nadie puedo asegurar ni el lugar de nacimiento, ni la hora, ni por qué fueron separadas las gemelas, lo único que se supo es que después del tremendo viento zonda que hizo volar techos y todo cuanto pudiera, se vino una tormenta tremenda de verano con truenos y relámpagos, granizo, fuertes ráfagas de vientos del sur y mucha, mucha lluvia que no dejaba ver nada, colapsando los desagües, acequias, canales y ríos. Cuentan que esa noche es cuando se separaron las gemelas, unos dicen que fue la lluvia que arrasó la casa donde se realizó el parto, que se llevó hasta las sillas de totora, las velas no se podían prender, y que nadie vio nada, algunos escucharon uno llanto de bebé muy a lo lejos, nada más.

Cuando llegó el momento del parto Doña Mª Elena se encontraba sola en la finca, un matrimonio y sus hijos que pasaban por ahí en Sulky la llevaron a buscar algún médico, pero ella había perdido la conciencia, estaba muy desmejorada y con el tremendo dolor de las contracciones, dieron con el Dr. Catappano y ahí la dejaron, ya había comenzado el zonda y nunca más se supo de esa familia que la trasladó. Donde atendía el doctor estaba lleno de gente, a Doña Mª Elena la dejaron sentada en una silla más cómoda, la espera era infinita, el doctor agilizó las cosas para poder atenderla rápido, era la prioridad, pero se fue complicando todo y pasaban las horas y los gritos, la gente se ponía más nerviosa al no poder hacer nada, así hasta que llegó el Dr. De Gaetano y velozmente armó una sala de parto, llegó una partera de la zona, pero todavía no era el momento de nacer. Apareció la madrugada del 4 de agosto y con ella la terrible tormenta, aplacando la fiera del zonda pero con un aguacero incontrolable, más bien era una inundación en el desierto que iba arrasando con todo al pasar, entre tantos ruidos, los relámpagos apenas alumbraban las casas y los truenos no cesaban, el miedo se apoderaba de todos los ciudadanos, los cantos rodados pasaban como volando, no se distinguía el cielo de la tierra. Luego de varios intentos, de tanto pujar, Doña Mª Elena da a luz esa madrugada del 4 de agosto, casi al amanecer, no sintió el llanto de las niñas por los truenos y se estaba enterando que iba a ser madre gemelas, sola, con miedo, asustada, emocionada, enternecida, con todo este manojo de sensaciones se quedó completamente dormida amamantando a sus hijas. La tormenta no paraba, se enfurecía cada vez más.

Unas cuantas horas después, el amanecer húmedo despertó a Mª Elena sin entender nada de lo sucedido, sólo se le acercó la partera que la había cuidado y empezó a contarle cómo había sido el parto, la sorpresa de las gemelas, pero quería saber cómo ubicar a sus familiares, a su esposo, dónde vivía, a quién le avisaba, porque literalmente: la partera no sabía nada de nada. Cuando Mª Elena logró incorporarse a una cama improvisada muy incómoda, empezó a recordar el momento en que la familia la auxilió, a su vez preguntaba dónde se encontraba, por qué estaba todo mojado si cuando ella se subió al Sulky el día anterior corría un zonda insoportable. La partera le contó hasta donde supo, comentándole que debía irse, pero antes tenía que ubicar a algún familiar. Mª Elena le dijo que su esposo se llamaba Osman y que vivían en Alto Verde, que se fuera, que no se preocupara, que se sentía mejor y le pidió que antes de irse le alcanzara las niñas para darles el pecho. En el momento en que la partera va alzar a las niñas, se da cuenta que faltaba una de las niñas, empezó a poner nerviosa, no había muchos lugares para buscar, las gemelas compartieron el moisés, era imposible, dónde estaba, dónde y Mª Elena cuando empezó a darse cuenta que algo raro estaba pasando, se levantó como una leona de la cama buscando adentro y afuera, gritaban para que alguien más las ayudara a buscar, nada de nada. Llegó la policía haciendo mil preguntas, los médicos que la habían atendido, los vecinos de la zona, y nadie sabía nada. Levantó a la niña que quedaba, la empezó a amamantar y elevar plegarias desesperadas al cielo. En ese momento llegó Osman que la había buscado por todos lados desde el día anterior, se abrazaron profundamente, lloraron, se aferraron a la niña y Osman fue en busca de la otra niña con los puesteros, algunos policías y algunos hombres. Nada, no se supo nada.

Pasaron unos cuántos días, ya habían vuelto a la casa, un sacerdote amigo trató de aliviar esa pena, los padres y hermanos de Mª Elena fueron compasivos, respetuosos muy cariñosos frente a esa pérdida inaudita, Osman ponía un poco más de sensatez o paño frío a la situación, por más que su corazón estaba roto en mil pedazos. Llegó una mañana el notario del registro civil del pueblo, Don Aldo Moscetta, porque había que registrar a la niña y Mº Elena no tenía voluntad ni de levantarse para comer, higienizarse, sólo le daba el pecho a la niña y se volvía a dormir. El notario comenzó a tomar nota de la fecha de nacimiento, lugar que nunca se supo y preguntó su nombre. No habían pensado en el nombre, o los nombres en su momento. Osman delicadamente se dirigió a su esposa, corriéndole el cabello con sus suaves dedos le susurró al oído algo que no se lograba escuchar, ella se inclinó en la cama, pidió su cepillo para peinar su pelo y dijo: La llamaremos Bonarda.

Capitulo III

Cuando María Elena conoció a Osman estaba viviendo en Buenos Aires por unos cursos de agricultura y literatura que realizaba para su formación, era una mujer empoderaba para su época, con una educación distintiva y una cuna cultural que apoyaba sus curiosidades e intereses. Pocos meses le quedaban para vivir en Buenos Aires y fue en ese momento que conoció al amor de su vida, Osman, de abuelos turcos pero su madre italiana y su padre francés, él llegó a Buenos Aires en busca de nuevos horizontes, como todos los inmigrantes, joven apuesto, muy culto, gran lector y justamente en la Biblioteca Nacional conoció a Mª Elena, se enamoraron al instante y comenzó un noviazgo muy cercano donde las cartas de amor iban y venían, los paseos por el jardín japonés y tantos cafecitos donde las horas pasaban entre libros, música, conocidos escritores, artistas, realmente pasaron días de bohemia con esperanza y deseos. Recorrieron las callecitas de Buenos Aires mientras se conocían, reconocían, se elegían, contándose las historias de sus pueblos, de sus familias, el amor por el terruño, por las vides, por el agua del desierto, por las montañas descalzas de agua y los soles de Mendoza Este. Le fue imposible no amar a la distancia esta tierra a Osman.

Luego de un año de noviazgo se casaron, es por ello que decidieron venir a la tierra de Doña Mª Elena para que lo conocieran sus padres y le pudiera pedir su mano. Los padres de Osman habían quedado en Saboya Francia, pero él y su hermano decidieron probar suerte en Argentina. Osman le escribió a sus padres para contarle las noticas no sólo de su casamiento sino también que viviría en Mendoza Este con su esposa y la familia de su esposa, que iba aprender todo lo que tuviera que ver con las viñas y que viviría "entre viñas", también porque así lo deseaba Elena. Osman había comenzado a estudiar enología y sabía bastante de agronomía, trabajaba en capital federal en una vinoteca donde el dueño era conocido de su padre porque le mandaba vinos franceses, italianos, españoles y era la vinoteca más emblemática de Buenos Aires.

Un amor que se unió por una cadena de amores, amor a la tierra, a la labranza, a la sed de conocimiento, a la vida en los libros y a un futuro prometedor: el cultivo de la Bonarda en el Este Mendocino. Un amor de Bonarda, de bonanzas frutadas y aromáticas, con la textura y carácter dócil de los enamorados, maridaron un maridaje perfecto para la gama de cualquier banquete fluido y envolvente. Años de materializar este conjuro de amor. Nacieron las gemelas y aunque por diez años siguieron buscando a la otra niña, jamás demostraron la tristeza ni desazón frente a su otra hija a la que llamaron Bonarda.

Diez años, diez años felices y penosos, de luces, sombras, de llorar y sostener la sonrisa, sin que decaiga el amor porque al menor traspié la búsqueda se esfumaría. Diez años cumplía la niña Bonarda, la niña bonita. Elena le decía a Osman que comenzaba una nueva década en la vida de la niña de la casa, así es que decidió organizar una gran evento que durara toda una semana y que el pueblo entero disfrutara de ese cumpleaños popular, como si se fuera escribiendo una verdadera identificación patrimonial para desarrollar un plan estratégico y turístico diferente, único. Elena y Osman era verdaderamente visionarios porque ya venían transmitiendo la idea al ver cómo comenzaba a fortalecerse la zona Este con la llegada del tren, el mismo que ellos vinieron por primera vez a Mendoza, llegando a la estación de Palmira un 8 de noviembre de 1884. Fueron realmente los primeros pasajeros en comparar sus boletos en camarote, conectando un presente y un futuro inimaginable.

Elena comenzó a organizar la semana del cumpleaños de Bonarda, viendo los lugares más representativos del departamento, Osman iba conversando y arengando a los pequeños productores, a gastronómicos, aristas, comprometiendo a las autoridades del gobierno, vecinos, amigos, familia. El plan Bonarda, el plan perfecto.

La mañana de agosto que calentaba el sol mendocino se difundieron las invitaciones por todos lados, en plazas, en la iglesia, en el club, en las escuelas, los comercios, en el diario La Tarde y El Mundo, radios y obviamente en las peluquerías. Los afiches violáceos pintados a mano y las letras en blanco con la caligrafía perfecta de Elena, comenzaron a circular y el poema que escribió para su hija, uno de los tantos. "La semana de cumpleaños de Bonarda para que acompañen a la reina de este lugar. Quedan todos invitados. Entrada libre y gratuita"

Doña Bonarda y Doña Malarda, esa leyenda que nunca se contó
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