Ucrania y la amenaza de una guerra nuclear

Ira Helfand, autor de esta nota, es médico, expresidente de Médicos Internacionales para la Prevención de la Guerra Nuclear, ganador del Premio Nobel de la Paz de 1985, cofundador y expresidente de Médicos por la Responsabilidad Social, la filial estadounidense de IPPNW

Ira Helfand

A medida que se profundiza la crisis en Ucrania, es apropiado considerar cuáles podrían ser las consecuencias reales de la guerra. Un conflicto armado convencional en Ucrania sería un terrible desastre humanitario.

La semana pasada, funcionarios del gobierno de EE. UU. estimaron que los combates podrían matar entre 25.000 y 50.000 civiles, entre 5.000 y 25.000 militares ucranianos y entre 3.000 y 10.000 soldados rusos. También podría generar de 1 a 5 millones de refugiados .

Estas cifras se basan en el supuesto de que solo se utilizan armas convencionales. Sin embargo, si el conflicto se extendiera más allá de las fronteras de Ucrania y la OTAN se involucrara en los combates, se convertiría en una gran guerra entre fuerzas con armas nucleares, con el peligro muy real de que se usaran. Pero el debate público sobre esta crisis es absolutamente inexistente, sobre todo la discusión de esta terrible amenaza.

Por supuesto, ambas partes en el conflicto comenzarían a luchar con armas convencionales no nucleares. Pero como resultado de los avances en tecnología y potencia de fuego en las últimas décadas, estas armas poseen un alcance y una capacidad de destrucción mucho mayores que los modelos anteriores, lo que les permite atacar objetivos de alto valor: bases aéreas, estaciones de radar, centros de mando, centros logísticos, etc. muy por detrás de las líneas del frente. A medida que aumentasen las pérdidas en ambos lados, y si una u otra de las partes se enfrentase a una derrota inminente, sus líderes podrían sentirse impulsados a emplear sus armas nucleares tácticas para evitar tal resultado. Tanto las doctrinas militares estadounidenses como las rusas permiten el uso de armas nucleares tácticas en tales circunstancias.

A pesar de las reducciones en las fuerzas nucleares en las últimas décadas, Rusia todavía tiene 1900 armas nucleares tácticas y 1600 armas nucleares estratégicas desplegadas. Del lado de la OTAN, Francia tiene 280 armas nucleares desplegadas y el Reino Unido 120. Además, Estados Unidos tiene 100 bombas tácticas B-61 desplegadas en bases de la OTAN en Bélgica, Alemania, Italia, Países Bajos y Turquía, y unas 1.650 ojivas estratégicas adicionales desplegadas.

Si una sola arma nuclear de 100 kilotones explotara sobre el Kremlin, podría matar a un cuarto de millón de personas y herir a un millón más, abrumando por completo la capacidad de respuesta ante los desastres en la capital rusa. Una sola bomba de 100 kilotones detonada sobre el Capitolio de los Estados Unidos mataría a más de 170.000 personas y lesionaría a casi 400.000.

Pero es poco probable que un conflicto nuclear en escalada entre Estados Unidos y Rusia involucre ojivas individuales sobre sus respectivas capitales. Más bien, es más probable que haya muchas armas dirigidas contra muchas ciudades y que muchas de estas armas sean sustancialmente más potentes que 100 kilotones. Por ejemplo, las ojivas 460 SS-18 M6 Satan de Rusia tienen una potencia de 500 a 800 kilotones. La ojiva W88 desplegada en los submarinos estadounidenses Trident tiene una potencia de 455 kilotones.

Un informe de 2002 mostró que si solo 300 de las 1.600 ojivas estratégicas desplegadas por Rusia fueran detonadas sobre los centros urbanos de EEUU, 78 millones de personas morirían en la primera media hora. Además, se destruiría toda la infraestructura económica de la nación: la red eléctrica, Internet, el sistema de distribución de alimentos, la red de transporte y el sistema de salud pública. Todo lo necesario para mantener la vida desaparecería, y en los meses posteriores a este ataque, la gran mayoría de la población estadounidense sucumbiría al hambre, enfermedades por exposición a la radiación y epidémias. Un ataque estadounidense a Rusia produciría allí una devastación comparable. Y si la OTAN estuviera involucrada, la mayor parte de Canadá y Europa sufrirían un destino similar.

Aún así, estos son solo los efectos directos del uso generalizado de armas nucleares entre la OTAN y Rusia. Los efectos climáticos globales serían aún más catastróficos. Estudios recientes han confirmado las predicciones, adelantadas por primera vez en la década de 1980, de que el uso a gran escala de armas nucleares provocaría un enfriamiento global abrupto y catastrófico. Una guerra que involucre todos los arsenales desplegados de EEUU y Rusia podría arrojar hasta 150 teragramos (150 millones de toneladas métricas) de hollín a la atmósfera superior, lo que reduciría las temperaturas promedio en todo el mundo hasta 18 grados Fahrenheit (menos 7,7 grados centígrados). En las regiones interiores de América del Norte y Eurasia, las temperaturas descenderían entre 7 y 10 grados centígrados, a niveles no vistos desde la última glaciación, lo que produciría una caída desastrosa en la producción de alimentos y una hambruna global que podría matar a la mayoría de la humanidad. Incluso una guerra más limitada que involucrase solo 250 ojivas de un rango de 100 kilotones podría reducir la temperatura global promedio en 12 grados centígrados, lo suficiente como para desencadenar una hambruna sin precedentes en la historia humana.

La enormidad del riesgo inherente al actual juego de la gallina nuclear entre EEUU y Rusia exige un cambio fundamental en su relación mutua y en la relación igualmente tensa entre EEUU y China. Las grandes potencias ya no pueden seguir un juego de suma cero para ver quién sale victorioso. Es posible que uno de ellos emerja por encima del montón, pero el montón bien puede ser un montón de cenizas global.

Las armas nucleares son una amenaza directa creada por el hombre para la supervivencia de nuestra especie. Su eliminación podría lograrse dentro de una década si los líderes de los estados con armas nucleares se comprometieran a hacerlo. Y el proceso de negociación de un cronograma verificable y exigible para el desmantelamiento de estas armas establecería un nuevo paradigma cooperativo en las relaciones internacionales que les permitiría abordar la otra amenaza existencial más compleja que plantea la crisis climática. La eliminación de las armas nucleares no es una fantasía caida del cielo. Es una necesidad absoluta para nuestra supervivencia. No hemos sobrevivido hasta ahora en la era nuclear debido a un liderazgo sabio, una doctrina militar sólida o una tecnología infalible. Como observó célebremente Robert McNamara, "Tuvimos suerte. Fue la suerte lo que evitó la guerra nuclear". La esperanza de una buena suerte continua es una política de seguridad insana. La determinación de eliminar estas armas es una política basada en la realidad y nos ofrece el único camino aceptable a seguir.

Es imperativo que la crisis actual se resuelva por medios diplomáticos. Es igualmente imperativo que las naciones con armas nucleares aprendan de esta peligrosa situación y actúen para eliminar el peligro de una guerra nuclear de manera definitiva, iniciando cuanto antes negociaciones para la eliminación total de estas armas, como propugna la campaña Back from the Brink, para que que todos cumplan con el Tratado para la Prohibición de las Armas Nucleares.

EL AUTOR. Ira Helfand es médico, expresidente de Médicos Internacionales para la Prevención de la Guerra Nuclear, ganador del Premio Nobel de la Paz de 1985, cofundador y expresidente de Médicos por la Responsabilidad Social, la filial estadounidense de IPPNW. Ha publicado estudios sobre las consecuencias médicas de la guerra nuclear en el New England Journal of Medicine, el British Medical Journal y el World Medical Journal. Este artículo fue publicado originalmente por The Nation y difundido por Sin Permiso con la traducción de Enrique García.

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