El extraño caso del presidente que le da consejos al mundo y en su país nadie le da bolilla

Alberto Fernández parece sentir que está influyendo en el mundo desde su cargo de gerenciador del club de países de la CELAC, lo único que lo hace sentirse cómodo y protagonista, mientras en Argentina no manda ni decide.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Alberto Fernández posiblemente se sienta más cómodo ejerciendo el cargo de titular de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la CELAC, que como presidente formal de la Argentina. Así se lo ve cuando toquetea a mandatarios extranjeros y los persigue para sacarse fotos con ellos en cada cumbre. Demuestra sentirse más presidente fuera de la Casa Rosada que adentro. Y de hecho, las acciones que siguen del equipo que armó para gobernar junto a quienes lo llevaron al cargo, Cristina Kirchner y Sergio Massa, le dan contexto a sus sensaciones: parece no mandar ni generar líneas de acción, sino que cada hecho del Gobierno surge de la disputa y tensión del Frente de Todos, en donde su voz suena débil y con escasez de convicciones.


Johnson, el traductor y Fernández.

Johnson, el traductor y Fernández.

A Fernández le sucede algo similar que a Jorge Bergoglio: no son profetas en su tierra. 

Al papa Francisco se le reconoce un liderazgo en el exterior que le niegan los argentinos. Además, al pontífice se lo caracteriza como un norte del progresismo internacional, algo que choca de frente con su perfil conservador y antiprogresista ejercido en Argentina como arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado. 

Fernández le da consejos al mundo y en su país, aunque los de, no es escuchado, ni atendido. Genera más memes que debates en torno a lo que dice. Y cuando habla mete la pata, muy posiblemente condicionado por lo que le puedan ladrar desde su propio Gobierno en contra.

Ya en diálogo con este diario y el programa "Tormenta de Ideas" el candidato presidencial chileno Marco Enriquez Ominami lo calificó de "Mitterrand latinoamericano", en referencia al expresidente francés y al visualizar en el mandatario formal argentino a una figura con una dimensión que aquí no se percibe.


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Es discutible también la posibilidad de ser profeta fuera de su tierra, también, aunque la sensación no se la quita nadie. El Papa, a diferencia del político, sí consigue serlo, de algún modo, al conseguir ascendente en sectores reformistas de la Iglesia y en partidos progresistas europeos y estadounidenses.

El rol otorgado por la CELAC a Fernández lo salva del desprestigio total y le ofrece un plafón para sobrellevar la última etapa de su paso por la historia argentina. Le permite, además, sacudirse de encima en foros internacionales de la pelusa de la indecisión que lo cubre en Argentina. 

Aquí no suspendió la vigencia de los acuerdos con Rusia tomados días antes de que el invasor atacara a Ucrania, pero en la cumbre de los países del G7 sí se mostró anti ruso.

Aquí un funcionario puesto a gestionar la delicada cuestión Malvinas, como Guillermo Carmona, que solo puede estar en el Estado por el dedo de alguien ya que se sabe que por los votos, no, lanza consignas furiosas justo en la previa de una reunión bilateral argentina con el premier británico Boris Johnson. Allá, no se sabe qué tenor tuvo el encuentro en un living entre Fernández y su par inglés, se diga lo que se diga sobre un momento del que solo fue testigo el traductor, que no ha hecho declaraciones.

Aquí no da directivas claras a sus embajadores ante organismos internacionales en torno a qué posición tomar y los deja autopercibirse chavistas, castristas o todo lo contrario, según quién haya apadrinado/amadrinado su acceso al cargo. Afuera, cumple el mandato de los "accionistas" del club de países que lo tienen como gerente y en la Cumbre de las América fue la voz de la dictadura cubana y de las tiranías de Nicaragua y Venezuela.


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Pero, finalmente, el bamboleo y el zigzagueo que hay entre llamar "Juan Domingo" a Joe Biden y declararse casi como maoísta tardío ante Xi Jimping desmienten su envergadura extraterritorial.

Pero mientras tanto, parece soñar con que manda, coordina, propone y hasta consigue un mundo mejor. Un ejercicio fantasioso que, al menos, lo mantiene en pie a pesar de todo. Otro no hubiese aguantado tanto. Y la historia argentina está llena de ejemplos.


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