Jóvenes, mala educación, pseudo bienestar y fragmentación social

Un nuevo artículo de José Jorge Chade que indaga sobre la educación.

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza

Se podría afirmar que actualmente las ciencias pedagógicas han alcanzado niveles muy altos, pero observamos que la vida de los jóvenes nunca ha sido tan desordenada, incierta, insegura.

Las familias viven plenamente las contradicciones de nuestro tiempo, hacen alarde de la seguridad, pero están llenas de miedos, están llenas de atención por sí mismas, pero luchan por cumplir plenamente su tarea, se demoran en los cristales rotos del "dejar ir" en las carreteras y caminos desprovistos de indicaciones y cada día pierden más los puntos de referencia educativos elementales, los únicos capaces de hacerse responsables de ellos mismos, de la sociedad y de la vida.

Y en los ambientes de trabajo ocurre lo mismo. La mala educación y el comportamiento incívico en los puestos de trabajo están a la orden del día, y de hecho no dejaron de aumentar en los últimos 20 años. ¿Quién no tiene un recuerdo de haber sido tratado mal o ignorado en algunos negocios u oficinas públicas?

La percepción es la de un cuadrado infinito, sin puntos determinados que nos permitan captar una dirección precisa y una perspectiva determinada.

La "riqueza" (entre comillas) ha aumentado, en relación a tiempos pasados, hay un pseudo bienestar generalizado, pero aún no existe un verdadero uso ético-pedagógico de este pseudo bienestar. Al contrario: crecen los impulsos individualistas desenfrenados y desviados, la cultura retrocede, avanza el protagonismo y existe una amenaza real de una peligrosa deriva moral, de fragmentación cultural y de pérdida de valores que sitúan a los jóvenes, a la familia y al entorno social como cuerpo en riesgo.

Todo es frágil, cambiante y efímero. Parece que los poderosos medios de comunicación social impiden la difusión de buenos sentimientos, de las prácticas potenciales que siempre han dado el justo sentido, la justa dirección a las familias presentando una comunidad de vida, una unidad de intenciones, esperanzas y metas.

Una vez que los valores de la tradición han sido borrados y reemplazados por la nada, parece que la vida sólo se enfrenta a un gran vacío.

Libres y sin puntos de referencia, los jóvenes ya no pueden encontrar su verdadera identidad en los grandes ideales, en la sensibilidad social y en una capacidad cultural autónoma.

Llegados a este punto cabe preguntarnos: ¿Dónde encuentran los niños esos tesoros de los que alguna vez no pudieron prescindir? ¿Dónde se les educa para que se conviertan en personalidades maduras y responsables? ¿Dónde aprenden a ser personas capaces de aumentar la necesidad de sentido de la vida? ¿Dónde reciben ofertas formativas que se oponen al hedonismo como nuevo sentido común de vida?

Para responder a estas preguntas no podemos dejar de llamar la atención sobre la señal de alarma lanzada por el Observatorio Internacional de la Adolescencia: los jóvenes se acercan cada vez más al alcohol y las drogas.

Uno de cada diez chicos de entre once y trece años ya se ha emborrachado y el 36% afirma consumir bebidas alcohólicas habitualmente.

Se puede decir que la orientación hacia toda forma de transgresión está rampante y muchos jóvenes, fascinados por el poder hacer, ya no pueden ser fermento cultural de una sociedad que ya no se presenta como una escuela de civilización, de solidaridad y de fraternidad, que ya no cree en la familia como primera célula de un tejido social cada vez más amenazado por la desintegración y la fragmentación.

Al barco de este pseudo bienestar le resulta cada vez más difícil seguir el camino del bien y dejarse guiar por el faro del calor humano. Por este motivo, corre el riesgo de estrellarse en las rocas de la transgresión y perderse en el mar con toda la tripulación antes de llegar a puerto seguro.

La desintegración individualista de la familia y de la sociedad, el debilitamiento del valor espiritual de la vida y del sentido del bien común, el modo de pensar según una lógica corporativa que busca exclusivamente el propio beneficio, acentúa rivalidades, desconfianzas, antagonismos que conducen hacia abajo por caminos equivocados, impiden la formación de anticuerpos sociales sanos y no desarrollan la fuerza interior que permita contrarrestar cualquier forma de adicción, construir y promover la pureza de ideales dentro de un ethos* compartido.

Paradójicamente, hay una falta real de bienestar y una sensación de saciedad que se extiende como la pólvora, haciéndonos sentir la necesidad de algo más, algo nuevo, diferente.

En tiempos en los que se atribuye un mayor valor al mundo de las redes sociales, de la inteligencia artificial, y a todas las posibilidades de consumo y entretenimiento, inevitablemente, va desapareciendo la capacidad de vincularse con las personas, de mantener amistades importantes, de estar disponibles para el diálogo y la discusión, de superar el malestar interior.

Hoy, por lo tanto, la educación es un desafío sin precedentes y requiere una sensibilidad y una fuerza capaz de apoyar sin apretar, implicar sin exigir, comunicar desde el corazón, sin demasiadas palabras, para poder pacíficamente encontrarla y seguir adelante sin la ayuda del alcohol y las drogas.

* Ethos: Conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad


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