Más federalismo es más republicanismo

¿La solución a los problemas pasa por separar a "peronia" de "chetoslovaquia"? ¿Lo es el "MendoExit"? Pablo Gómez, en este artículo, va más allá de las consignas simplistas en torno a los conceptos de república y federalismo.

Pablo Gómez

Todo indicaría que, en los papeles al menos, vivimos en una república federal: esto es, que las provincias que componen a la Nación son parte fundamental en la cotidianeidad de las decisiones de la vida diaria de quienes habitamos en este hermoso país. Y así fue también en los orígenes de Argentina, cuando un montón de estados provinciales llegaron a ponerse de acuerdo, luego de guerras fratricidas y de innumerables cesiones y concesiones entre las distintas partes, en conformar una sola región geográfica e institucional. En ese nuevo territorio unificado, se pretendía que no fuera el centro (en nuestro caso Buenos Aires) el que mandara al resto, que aún sigue denominándose "interior" hasta en normativa en vigencia, en una clara demostración de que las cosas no habrían quedado del todo resueltas.

Esta diferencia entre el centro del país y su interior, ha ido con el paso de los años potenciando más y más al centro, y en lo que al manejo de la cosa pública se refiere, fortaleciendo a la presidencia de la Nación por sobre las administraciones provinciales. Y es que los recursos que deberían coparticiparse entre las provincias tienen un monto importante que, antes de empezar a repartir, se reserva el Poder Ejecutivo Nacional para distribuir discrecionalmente, más allá de las proporciones fijadas por ley. Esto da a la persona a cargo de la presidencia un poder de distribuir, según su criterio central, los recursos suficientes para que varias provincias puedan o no llegar a fin de mes. La supervivencia de un buen número de estados provinciales depende, de este modo, del poder central; y a él deberían entonces responder, gobierne quien gobierne, si es que pretenden no desaparecer del mapa.

Esta necesidad de supervivencia dependiendo de fondos discrecionales que tienen algunas provincias con pocos habitantes, muchos empleados públicos y por lo tanto poca generación de empleo privado y poca recaudación, pueden generar en el Congreso de la Nación una centralización del poder en manos de quienes tienen la capacidad de sostener con vida, aunque sea con respiración asistida y en condiciones que pueden llegar a ser inhumanas, a ciertas regiones del país. La división de poderes puede llegar a verse afectada entonces, si es que el Ejecutivo tiene el poder por sobre el Legislativo, repito, gobierne quien gobierne.

¿Cómo se soluciona esto? La respuesta simplista, de quienes no pueden ver más allá de sus narices (y de sus billeteras), está en separar lo que algunos llamaron "peronia", que vendría a ser el sector del país dependiente del poder central, de lo que desde el otro lado de la grieta denominaron "chetoslovaquia", que debería entonces estar conformado por el sector de Argentina que tiene mayor cantidad de industrias y de agricultura, y por lo tanto mayor recaudación impositiva. Siendo aún más extremistas, hay quienes pretenden separar a Mendoza del resto del país, solo pensando en su propio y amarrete bolsillo, y olvidándose de mi argentinidad y de la tuya, y del rol fundamental de la Mendoza sanmartiniana en la independencia del país y de Latinoamérica (solo para empezar), que hacen inviable la estupidez del país propio no solo desde lo constitucional y lo legal, sino desde el sentimiento más profundo de la grandísima mayoría de los habitantes de esta hermosa tierra menduca, parte integrante y fundamental de la República Argentina.

La solución está, en mi opinión al menos, en devolver más poder a las provincias, para que no haya abusos desde el centralismo porteño, sin importar si el/la presidente/a ha nacido por esas tierras o en el interior: al parecer las luces de la gran ciudad de la furia te hipnotizan y terminás centralizando tu cerebro si es que tu sillón está en la Rosada.

Pero esa descentralización debe incluir también la descentralización de recursos; no vale la descentralización menemista que mandó educación y salud al interior y se quedó con los billetes centralizados. Esta descentralización necesita también que parte de la recaudación de las provincias con más ingresos se distribuya entre las más pobres, y para eso es la Ley de Coparticipación: pero sin intermediarios, por favor, ya que las personas a cargo de las gobernaciones no deberían ir a la capital a cambiar votos por billetes, porque de todos modos ese dinero debería corresponderles.

La atención descentralizada de situaciones cotidianas desde las provincias, con fondos disponibles, debería minimizar los gastos al evitar superposición de esfuerzos, y de organismos que desde distintos gobiernos (nacional y provincial, por ejemplo) realizan la misma atención a quienes habitan en un determinado lugar del país. Después, cada provincia deberá ver cómo da tareas a los municipios que la conforman, siempre derivando los fondos necesarios para la ejecución de las tareas asignadas, si es que esto fuera posible y necesario, pero ya sin intervención de la Nación en decisiones que, por lógica, se toman en forma distinta en Ushuaia que en la Quiaca.

No estamos condenados al fracaso como Nación, no hay que ser pesimistas; pero tampoco estamos condenados al éxito como creemos más de una vez: deberemos trabajar en conjunto, fortaleciendo el federalismo y la República, para poder achicar las diferencias sin importar si habitamos en el tropical norte argentino, más al centro, o en el frío sur patagónico. Nadie es responsable del lugar en que nació pero sí creo que todas las personas que habitamos en este país debemos estar orgullosas de nuestra historia común, de nuestro presente conjunto y de nuestro futuro que, sea el que sea, va a ser similar para quienes bancamos la bandera albiceleste, con todo lo que eso implica.



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