José de San Martín, en palabras de Sarmiento
Las palabras de Domingo Faustino el día en que llegaron al país los restos de José de San Martín. El 28 de mayo de 1880 los restos del Libertador fueron trasladados a Plaza San Martín, frente a su monumento ecuestre.
"Conciudadanos:
Hace veinte años a que la ciudad de Buenos Aires me honró con el encargo de expresar sus sentimientos de bienvenida hacia los restos del ilustre ciudadano que presidió a los destinos de la República, D. Bernardino Rivadavia.
Hoy me cabe igual privilegio al recibir las cenizas del Capitán General D. José de San Martín, que aseguró la Independencia de estas nuevas Repúblicas, y nos dio el rango de Nación, en los hechos, ya que por derecho lo teníamos desde la Declaración de nuestra Independencia en 1816.
San Martín no es una gloria nuestra solamente.
Qué pasó con el cuerpo de San Martín tras su muerte y cuándo lo trajeron a la Argentina
Reinvindícarla como propia cuatro Repúblicas americanas, si bien sus restos mortales pertenecen al país que lo vio nacer, no obstante su acción y la influencia de su alma se extendiesen sobre la mitad de este Continente, como la fama de sus gloriosos hechos trascendió luego por toda la redondez del mundo, y su nombre llena una de las más bellas páginas de la historia moderna, cual es la aparición de los pueblos civilizados que poblaron el nuevo mundo descubierto por Colón.
Washington, Bolívar y San Martín son, por cierto, dignos heraldos para anunciar a la tierra, que en un teatro cuyo escenario se extiende de polo a polo, se presentarían en adelante actores que no sospechó la antigüedad y cuyos progresos los modernos empiezan a mirar con asombro, aun en aquellas adquisiciones comunes a nuestra época. Después de un largo ostracismo vuelven hoy estos gloriosos despojos a reposar en nuestro seno, y serán depositados en el altar de la patria, santificado por la presencia del más ilustre de sus Mártires, el perseguido de veinte años, el rehabilitado de otros tantos, el que hoy, reconoce la historia humana Gran Capitán, y la América del Sur su Libertador, como su patria la más brillante joya de su corona.
La versión popular y la explicación sencilla de tan grande eclipse y anonadamiento, es la moral de la tragedia, un castigo ejemplar de los Dioses o del Destino, según lo requerían las reglas del arte. San Martín era debidamente castigado, y su nombre, al parecer, quedó por sus faltas suprimido de la historia humana.
Otra era la verdad, que era necesario ocultar a los ojos del enemigo, mientras duraba la gigantesca contienda, y que por largos años después, poco interesó conocer, desde que la obra estaba consumada.
"Sanmartinmanía": imitar y no solo idolatrar
Habíase ignorado que un mundo más grande que el Asia y la Europa se interponía entre el extremo Oriente de entonces y el extremo Occidente conocido. Colón, Américo y Caboto, Cortés, Pizarro y Almagro, descubriéronle y trajeron en sus naves o arrastraron tras sí al mundo antiguo a poblar el nuevo.
Tres siglos más tarde, la más joven porción de la especie humana cubría ese mundo nuevo, bosquejando imperios entre altísimas montañas o llanuras y pampas inconmensurables, diseñando ciudades o emporios a orillas de ríos como mares, y revolviendo el oro y las producciones que sirvieron dos siglos para prolongar la existencia a monarquías desahuciadas, como la de los Borbones en España, o a echar las bases de la dominación marítima de la Inglaterra.
Washington aparece como el Josué de aquel pueblo cuyo éxodo habían encabezado los Santos Peregrinos, y a quienes ponía en posesión de la tierra prometida a la libertad y al progreso humano, anunciando al mundo la existencia de los Estados Unidos de Norteamérica.
Quedaba el Sur de aquella América, removiéndose como se conmueven y surgen los continentes del fondo del mar, cuando las convulsiones internas arrojan una montaña a su superficie.
El gran acontecimiento moderno, era la emancipación de las Colonias.
Sentíase que la civilización, siguiendo su marcha constante, daba un nuevo paso hacia el Occidente. Nuestros padres se agitaban confusamente, desde el antiguo Imperio Mejicano hasta las márgenes del Plata; pero lucha tan grande sobre teatro tan inmenso, requería héroes de la talla de Washington.
Se presentaron dos, San Martín y Bolívar, acaudillando pueblos de los extremos opuestos de continente tan vasto, pues que, salvo el estrépito de las victorias, discurrían años ignorándose en un extremo lo que pasaba en el otro.
Quince años estuvieron dos mundos, la Europa y el ya emancipado Norte de la América, contemplando aquel esgrimir de armas que se llamó la guerra de la Independencia, aquella sucesión de victorias, derrotas, escaramuzas y encuentros, que desde el Orinoco al Plata y todo a lo largo de los Andes, por millares de leguas, venían desgajando uno en pos de otro los florones de que se adornaba la corona de España; hasta estrechar sus fuerzas bajo el Ecuador, en el Imperio antiguo de los Incas y entonces, el Virreinato más poderoso.
San Martín y Sarmiento: punto de encuentro
Los grandes políticos, los guerreros que acababan de envainar las espadas de Waterloo, los patriotas y los hombres libres de la tierra, vieron llegar el momento supremo del último golpe combinado por los dos grandes Capitanes que llenaban hacía diez años la vasta y doble escena.
Vióseles entrar en una tienda donde debieron pesar los destinos de esta América y trazarle su porvenir, y vióse a uno de ellos, el General San Martín, el que de paso por Chacabuco y Maipo, iba de las Pampas, atravesando los Andes y costeando el Pacífico, salir de aquella conferencia y dirigir luego la proa de alguna nave en busca del destierro, enviando este supremo adiós a la Gloria, a la América, pues ya no tenía patria:
"Yo he proclamado la Independencia de Chile y del Perú... He cesado de ser un hombre público..."
Muchos años el silencio se hizo en torno del héroe que daba la batalla de Guayaquil, como Pringles el combate de Chancay, para honor del vencido.
Bolívar terminó la lucha, anunció con su nombre solo la emancipación del Continente del Sur de la América, permaneció en el teatro de los sucesos, recogió los vítores y los elogios de los pueblos, empezó poco a poco a declinar su grandeza, y murió; en tentativas pequeñas para fin tan grande, cual era conservar un alto puesto en la historia. Bolívar no fue Washington.
Sabéis, señores, que fui el primer confidente a quien comunicó San Martín en 1847, lo ocurrido en la memorable entrevista de Guayaquil. La simplicidad del relato abonó su exactitud; la majestad de la voz y del semblante del anciano narrador, le imprimían el carácter de un hecho histórico, sin las correcciones y embellecimientos posteriores.
No estaban ambos Capitanes para ocuparse de las formas de gobierno futuro, en presencia de un enemigo todavía formidable; porque si la monarquía española se eclipsaba, el valor de los conquistadores, nuestros padres, no había perdido sus quilates en las huestes castellanas.
Hablaron de fuerzas de disponibilidad, y de la incapacidad de cada uno de batir al enemigo separadamente. San Martín, el más débil por el número, aunque sus veteranos pudiesen llamarse la Guardia Imperial de la Independencia, ofrecía sincera, caballerosa y oportunamente ponerse a las órdenes de Bolívar, que evadió explicarse.
Era San Martín alto de talla, mientras que Bolívar era de talla mediana; y acaso la única venganza que tomó San Martín contra aquel sublime egoísmo, fue añadir con desdén al describir la escena:
"Estábamos sentados ambos en un sofá.
Mirándolo yo de arriba abajo, pues nunca obtuve que me mirase de frente, pude contemplar el esfuerzo visible para encubrir con subterfugios, escapatorias y sofismas, el plan de apoderarse del mando, aprovechando de las inteligencias que mantenía en el ejército."
La carta que le dirigió después completa la exposición de los hechos.
Tal fue la entrevista de Guayaquil, y nosotros estamos aquí reunidos para recibir las cenizas del que salió de aquella tienda, muerto para la acción.
¿Qué faltó a San Martín para terminar él la tarea gloriosa que Washington llevó a cabo en el otro hemisferio?
¡Ah! Señores, faltóle gobierno en su país, que continuase proveyendo de soldados y de recursos a los combatientes.
El año veinte es célebre en nuestros fastos consulares; y, durante este año y los subsiguientes, se emprendía la conquista del Perú, se daban las batallas de Torata y Moquegua, fatales a nuestras armas.Sírvanos este hecho de lección. Aníbal pudo resistir en el seno de la Italia quince años, como San Martín en el seno de la América, y poner a un dedo de su pérdida a Roma el uno, a la dominación española el otro; puede vivir un ejército de la guerra misma, pero el cuerpo se debilita con el alimento extraño, y el espíritu nacional degenera con la admisión de mercenarios y vencidos en sus filas.
Acabaron por ser los condottieri, habiendo cesado nuestros ejércitos de ser argentinos; y aun lo asegurado de nuestro territorio al norte, fue por nuestras rencillas internas a servir de gloria al nombre de Bolívar, que de él formó Bolivia.
En una de esas largas pláticas sobre el pasado con que me honró en Grandbourg, parecía exclamar como Augusto:
"¡Varrus! ¡Varrus! ¡devuélveme mis legiones!".
"La sublevación del número Uno de los Andes en San Juan, decía con el acento del dolor, hizo fracasar la expedición del Perú, débil ya desde su origen."
San Martín se proclamó "ciudadano de Mendoza"
Y debía sentirlo así, porque el General Paz decía que por falta de cuatrocientos hombres de línea, no le fue dado constituir la República en 1831.
¡Cuántos ejemplos de grandes empresas argentinas, iniciadas por el talento del hombre de Estado, ejecutadas por el genio de nuestros guerreros, han servido de gloria final a otros, por ese desorden interno y nuestra falta hasta hoy de gobierno sólido!
¡Ituzaingó es nuestro Maipo y nuestro Suipacha!
CONCIUDADANOS:
Ha sido un gran pensamiento el que con el centenario de San Martín, indujo a nuestro Gobierno a reclamar las cenizas del ilustre Héroe de la Independencia, que como las de Colón yacían en tierra extraña.
A cada paso que damos adelante, siéntese la necesidad de volver los ojos hacia atrás, para no olvidar el punto de partida, o para reparar las faltas y omisiones que la rapidez de la marcha o la fatalidad de los hechos dejaron en pos.
¿Cómo vienen a reunirse con diferencia de días, el aniversario de Mayo, el recuerdo de los más grandes nombres de nuestro país, del que asegura la Independencia por las armas, y del que la hace fecunda, echando los cimientos de nuestras libres instituciones y de nuestra unión nacional?
Estos dos nombres reunidos en el designio de su rehabilitación por actos visibles, ya que en los espíritus estaba de años atrás consumada, recuerdan, sin embargo, una de las más tristes peripecias de las grandes revoluciones, y es la prisa que se dan los pueblos, todavía inexpertos en el difícil arte de gobernarse a sí mismos, por obtener resultados inmediatos, forzando a la naturaleza y rompiendo a cada instante el instrumento de que se servían para introducir otro nuevo, que seguramente dará los mismos resultados.
San Martín y su querida Mendoza
Rivadavia, que mostraba la mayor preparación para organizar un gobierno, fue interrumpido en los comienzos de su obra; fue su gobierno un programa sin ejecución, a que sucedieron treinta años de descomposición, guerra, atraso y desastres, sin que a él, pobre desterrado en lejanos países, le cupiese la fortuna de presentir la proximidad del día que había de suceder a aquella larga noche polar de nuestra historia.
Más largo ha sido el ostracismo de San Martín, aunque siendo más vasto el campo de su acción, menos de cerca nos toquen los últimos acontecimientos que lo separaron del mando de los ejércitos de la Independencia, y aunque fuese común a toda esta parte de América la responsabilidad. Hasta 1840, no se había levantado una voz en defensa y rehabilitación del nombre de San Martín. Su extrañamiento, lo que se llamó su abdicación, fue seguido de los clamores de triunfo de sus adversarios, clamores que se extinguieron en el espacio, porque no fueron contradichos; y el silencio se hizo durante veinte años, como si en efecto, la acción de San Martín hubiese sido un mero accidente en la historia de la Independencia. ¿Cuáles eran los errores, las incapacidades, los crímenes de San Martín?
Todos los que el mal éxito de una batalla acumulan sobre el General vencido. Todas las consejas que las crónicas han popularizado y revisten forma nueva para adaptarse a cada nuevo personaje. La verdad es que recién por ese entonces, 1820, empezaba a surgir en los ánimos la idea de la posibilidad de la República en esta América. San Martín, como Rivadavia, como Belgrano, proponía diversas dinastías para fundar en 1816 un gobierno monárquico, pues que la única república ensayada en Europa había desaparecido, deshonrada por sus propios excesos a principios del siglo; y la Federación de colonias inglesas al otro extremo de América, era un hecho reputado tan sui generis, que a nadie le ocurría trasplantar la semilla.
Preocupación es esta última, que ha durado en Europa hasta la guerra de secesión, en que por la gigantesca lucha, pudieron medir la robustez orgánica del cuerpo social que así sostenía su preservación.
Cuando cundió en esta América la idea de la posibilidad de la República, los que antes pensaron en la monarquía, fueron declarados traidores a una Patria que no existía todavía.
Bolívar dio las batallas finales de la Independencia, y durante algunos años, Bolívar tuvo infinitamente razón, contra su desfavorecido émulo San Martín, la razón del éxito final, que seduce y satisface.
La principal razón contemporánea para condenar a los grandes hombres, es que la condenación de las grandes figuras absuelve y agranda las pequeñas.
La rehabilitación del hombre histórico de San Martín, fue lenta, larga, y como si de suyo se hiciera en la conciencia humana, sin argumentos, sin panegíricos, sin controversia.
En Chile, por ejemplo, el almanaque olvidaba la batalla de Chacabuco, por la dificultad de averiguar quién la había ganado.
Creían unos historiadores que los patriotas. Para otros, eran los independientes, y no faltó ensayo que la atribuyera al General O'Higgins, con los auxiliares de este lado.
Los celos, la envidia, los ajamientos inevitables de la guerra, habían tenido ya viente años para saciarse, hincando la uña y el diente en aquella gran finura; pero aquellas pasiones hacen para purificar la historia, lo que los insectos para estorbar la infección de la atmósfera. El humus que cubre la superficie del suelo, los abonos que fecundan la tierra, son la obra de siglos de destrucciones anteriores.
El Tropero Sosa: camino se hace al andar
En 1840 ya estaba sin duda devorado, triturado, pulverizado por las harpías todo lo que de terreno, de deleznable, de humano, tenía el nombre de San Martín.
Su figura reaparecía en los ánimos, realzada por su significado silencio, pues ni una queja, ni un descargo, habíase escapado de su pluma ni de sus labios.
Viviendo obscuramente en Grandbourg (Francia), parecía pertenecer ya a la historia antigua, sin que su suerte fuese la de Temístocles, o la de Aníbal, huyendo de un partido, o de caer en manos del enemigo.
Con ocasión del aniversario de la batalla de Chacabuco, un escritor novel, a guisa de ensayo de fuerzas, hubo de resucitar con encomio el nombre de tan famoso Capitán, pues por tal era tenido de un cabo al otro del mundo.
Y sin apurar el ingenio en su loor, y con sólo recordar el grande hecho, despertó en todos los corazones el sentimiento de la justicia que se venía haciendo y carecía sólo de forma y expresión.
El primer acto del próximo Congreso fue restablecer en la lista militar de Chile al Capitán General don José de San Martín.
El gobierno del Perú siguió el mismo movimiento de reparación y desagravio; y pasando del desagravio a la aclamación, la estatua ecuestre que se alza hoy en la Cañada de Santiago a las faldas occidentales de los Andes, fue el primer canto de ese himno que el bronce ha repetido en el Retiro, señalando a Chacabuco y Maipo desde la portada del Cuartel donde enseñó el arte de vencer a su regimiento de Granaderos a Caballo.
La repatriación de sus cenizas es complemento de aquel largo y penoso trabajo que se opera en la mente de los pueblos; para dar al César lo que es del César, a San Martín su lugar en la historia de las naciones, disputado largo tiempo por los contemporáneos, hasta que disipado el polvo del combate, y cuando los ruidos de lo que se destruye han cesado, puede tomarse razón de lo que ha quedado de durable, de bello, de bueno y de grande, la Independencia de varias naciones, obtenida sin imponerse el vencedor en cambio de la dominación destruida.
A nosotros argentinos, nos ha dejado el General San Martín en su memoria un don especial.
En nuestras líneas de batalla, si un día hemos de tener que tenderlas contra el extranjero, el nombre y la gloria de San Martín estarán en los labios y en el corazón de nuestros soldados.
Es un legado precioso para una nación el nombre de un Gran Capitán. Federico II ha creado como soldado y no como político la Prusia moderna; y se ha necesitado de la demencia cesárea que atacó a los Bonapartes, para que la Francia perdiese la majestad que le legó el primer Napoleón.
Nosotros los presentes, vosotros ciudadanos, reunidos en torno de esta Urna cineraria, tenéis una gran parte en este acto.
Nuestros padres han seguido a merced de los primeros impulsos de la libertad, y sin la experiencia o las instituciones que limitan y dirigen las acciones, todos los senderos que se ofrecían y parecían conducir al fin deseado.
Han derrochado la fortuna, prodigado la sangre por ser independientes y libres, y en materia de hombres, de reputaciones, de servicios, el despilfarro ha sido inmenso. Si vamos a recorrer nuestra historia, necesitamos ir a escarbar los camposantos del extranjero en busca de los restos de nuestros grandes hombres, porque los más esclarecidos fueron expulsados y desaprobados, y lo que es peor, sin darles el tiempo de mostrarse a sí mismos y completar la obra comenzada.
¿Qué decir contra San Martín, la América de su tiempo, si se le hacía abandonar la obra?
¿Qué de Rivadavia nosotros, si no se le dejaba poner en práctica su sistema?
Vosotros y nosotros, pertenecemos a una época mejor. No hay, por más que parezca, tanta prisa por ir adelante. Harto hemos avanzado desde que vamos despacio.
Hemos avanzado más que todos los otros Estados americanos, con sólo haber dejado sucederse de seis en seis años, tres administraciones más o menos defectuosas, más o menos justificadas, pero todas y cada una señalando un gran progreso en población, riqueza e inteligencia.
Vosotros y nosotros, pues, hacemos hoy un acto de reparación de aquellas pasadas injusticias, devolviendo al General don José de San Martín el lugar prominente que le corresponde en nuestros monumentos conmemorativos.
Podremos respirar libremente, como quien se descarga un gran peso, cuando hayamos depositado en el sarcófago, que servirá de altar de la Patria, los restos del Gran Capitán, a cuya gloria sólo faltaba esta rehabilitación de su propia patria y esta hospitalidad calurosa que recibe de sus compatriotas.
CONCIUDADANOS:
A nombre de la presente generación, recibimos estas cenizas del hombre ilustre, como expiación que la historia nos impone de los errores de la que nos precedió; en el teatro y en la agitada escena estamos hoy nosotros, con las mismas pasiones, sin la misma inexperiencia por atenuación.
Que otra generación que en pos de nosotros venga, no se reúna un día en este mismo muelle, a recibir los restos de los profetas, de los salvadores que nos fueron preparados por el Genio de la Patria, y habremos enviado al ostracismo, al destierro, al desaliento y a la desesperación.
Conduzcamos, señores, este depósito al lugar que la gratitud pública le tiene deparado".