Como en 2001, volvió el trueque, pero práctico, sin intermediarios ni politización

Una nueva y espontánea forma de supervivencia, basada en la ancestral enseñanza del libre intercambio sin intervención del Estado, se extiende en Mendoza. Es informal, claramente, pero si alguien mete la mano, lo arruinaría. La gente elige su dignidad antes de caer en manipulaciones por su situación económica.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Es libre mercado, la más ancestral de las prácticas en el mundo y que reconoce a sus grandes impulsores en los pueblos originarios de América. Hablamos del retorno del trueque como forma de sobrevivir en medio de la crisis y desorientación económica en la Argentina, en donde no hay norma del Estado suficientemente capaz de garantizar el autosustento. No lo son los millones de planes sociales que nacieron como temporarios, para capear algunas de las tantas crisis y se eternizaron y tampoco, las medidas que se anuncian periódicamente con mucha repercusión y análisis.


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La gente se organiza y reacciona como puede. En Mendoza, el trueque ha vuelto sin la politización que la oposición le dio en 2021, con poco ruido, sin que haya intermediarios detrás tratando de crear una corriente detrás. Simplemente, sucede.

Es una reacción práctica. En el caso de Fray Luis Beltrán, por ejemplo, productores rurales ofrecen sus productos frescos a cambio de lo que no producen: alimentos elaborados, no perecederos, ropa, muebles, artefactos de utilidad inmediata. 

Obviamente, no hay lujos ni vanidades. Una camisa en buen estado es agradecida con un por demás generoso cajón de verduras. Les resulta imposible adquirirla en una Mendoza en donde en un año el precio de la indumentaria subió casi un 100 por ciento.

Hay ferias de este tipo en el campo del Gran Mendoza, pero no es una solución transversal puesta en marcha sola por sectores más pobres, sino que en niveles económicos medios, e inclusive altos, es disfrazada como "segunda vuelta", "ferias americanas", "reutilización y reciclaje" y otras máscaras. Pero se trata de lo mismo: conseguir dinero esquivando el escaneo de los entes estatales chupaimpuestos. Otras experiencias son las que se dan en redes sociales, como Marketplace, por ejemplo. Ninguno de los que activan estos mecanismos de vida creen que los tributos que abonan les retorne en algún tipo de beneficio directo, más allá de la educación o los servicios de salud.


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En los barrios de la Mendoza profunda hay ropa colgada en perchas en ventanas e improvisaciones con tablones en las veredas, que ya no sirven para compartir un asado, porque resulta poco accesible, pero sí para ofrecer lo que ya no se usa tanto y sigue sirviendo. Lo vemos en Las Heras, Guaymallén, Maipú, Luján y hasta en algunas zonas de la Ciudad de Mendoza. Empiezan poniéndole un precio, pero como necesitan "flow chash", el libremercado es sabio y práctico: "Si no tenés plata, ¿qué me das a cambio?".

Esta vez, no hay nadie detrás generando cuasimonedas. Así como la política no puede penetrar estas iniciativas ni siquiera con las sutilezas del 2001, encubierta como "asambleas populares" o "grupos de prosumidores", resultaría imposible ponerles una canilla para controlar su expansión: es la realidad de las familias abriéndose paso por sí solas ante la situación.

De allí que hayamos elegido en Memo no mostrarlas, cual "fenómenos" o "curiosidades", ya que podría afectarlos y no es la idea. Simplemente, se trata de dar cuenta de que no tiene sentido la intromisión del Estado en todo y que, como pasa en muchas esquinas en las que los semáforos lo entorpecen todo -valga el recurso metafórico- en la economía diaria de mucha gente que no se resigna a morir de hambre, ni a depender de tener que ir a pedir subsidios o comer de la mano ajena, hay cauces naturales de supervivencia. Se llama resiliencia en un país con experiencia en desastres económicos, políticos y hartazgo del manoseo y la manipulación.

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