El plan económico de Trump
Iván Alonso dice que lo que ha funcionado mal siempre y en todo lugar no tiene por qué funcionar bien ahora en los Estados Unidos.
El martes, en su discurso al Congreso de su país, el presidente Donald Trump delineó su plan económico para hacer a los Estados Unidos grandes otra vez. El rasgo distintivo del plan es lo que podríamos denominar el activismo fiscal: el uso de aranceles y beneficios tributarios para reconfigurar la economía. No es seguro que pueda alcanzar sus objetivos. Las restricciones presupuestales y la escasez de recursos, una realidad del mundo en que vivimos, determinarán su éxito o su fracaso.
Uno de los objetivos que ha planteado Trump es equilibrar el presupuesto federal, algo que no sucede desde el año 2001. En el 2024 el déficit fue de US$1,6 billones (o trillones, como les llaman allá a los millones de millones). Imponiendo un arancel del 25% a todas las importaciones de todos los países podría recaudar US$1 billón adicional, asumiendo que el arancel no redujera el valor de las importaciones, lo cual es irreal. Tendría que vender 120.000 "gold card" (visas doradas) por año, a US$5 millones cada una, para cubrir la diferencia.
Pero entre las medidas anunciadas hay otras que costarían ingresos al fisco, como la exoneración del impuesto a la renta para las propinas y las pensiones del Seguro Social, los beneficios fiscales para la compra de automóviles fabricados dentro del país y las exoneraciones tributarias con las que Trump espera revivir la industria de la construcción naval. La cuenta puede llegar a cientos de miles de millones.
La única esperanza para equilibrar el presupuesto parecería ser la reducción de gastos encomendada al nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental. Hay seguramente mucho despilfarro, pero está por verse cuánto realmente se podrá cortar. También parece haber exageración en los hallazgos.
El riesgo mayor, sin embargo, es la ineficiencia económica que todas estas medidas van a traer. Se puede aumentar la construcción de buques, la fabricación de automóviles y la producción agrícola con incentivos y desincentivos tributarios, pero no todo a la vez y no todo al mismo tiempo en que se piensa reducir drásticamente la fuerza de trabajo y extraer más petróleo y gas y tierras raras. En algún lugar menos visible de la economía la producción tendrá que reducirse por escasez de mano de obra y de capital. Y allí donde aumente como resultado del activismo fiscal, muchas cosas se producirán a un costo mayor de lo que costaría comprarlas en el exterior. Lo que ha funcionado mal siempre y en todo lugar no tiene por qué funcionar bien ahora en los Estados Unidos.
* Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú).