Un cocinero y un matrimonio de médicos en la Antártida

Un tema como la vida en la Antártida argentina merece testimonios. Charlamos con un cocinero mendocino todo terreno y con un matrimonio de médicos que estuvieron allá durante la Guerra de Malvinas.

Alejandra Cicchitti

Raquel Rodríguez es ginecóloga y su esposo Orlando Barros traumatólogo. Tenían 30 años y viajaron juntos a comienzos de la Guerra de Malvinas.

Un cocinero y un matrimonio de médicos en la Antártida

-¿Por qué decidieron partir al continente blanco?

-Nos entusiasmamos por las anécdotas y vivencias de gente que había estado en comisiones anteriores. Orlando partió en diciembre de 1981 con todos los hombres jefes de familia y el personal temporario de verano, para reestructurar las casas y el centro sanitario de la base Esperanza. Las mujeres llegamos con los niños el 20 de marzo de 1982 en el rompehielos "Bahía Paraíso". El barco nos dejó, siguió viaje y desembarcó en las Georgias empezando la guerra de las Malvinas.

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"Escuelita de base Esperanza"

-¿Cómo fue vivir tan de cerca el conflicto bélico?

-Cuando inició la guerra nos dijeron que tuviéramos las valijas preparadas porque los ingleses estaban desalojando bases argentinas. Pero gracias a Dios sólo llegaron hasta la cercanía de la base, porque estábamos por debajo del paralelo 60° y debían respetar el Tratado Antártico de "no violencia" en ese territorio.

Quedamos aislados por la guerra hasta setiembre de 1982, sin comunicación de aviones o barcos. Desde el primer momento supimos cómo iba la guerra porque teníamos acceso a todas las radios internacionales. Estábamos en desacuerdo con lo que opinaban nuestras familias en el continente, quienes vivían la guerra con euforia.

-¿Cuáles fueron sus tareas como médicos?

-Orlando era el médico de la base y yo ejercía como médica y también como maestra. Estando recién llegados, celebramos el casamiento de Hugo Cocenza y Andrea Brath. Al tiempo Andrea quedó embarazada y atendí su embarazo. Nació así Sol Cocenza, la última argentina antártica registrada hasta el momento.

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"Casamiento de Hugo Cocenza y Andrea Brath"

Cuando preguntamos en el Comando si podíamos anotarnos en la siguiente campaña, nos tomaron enseguida porque ese año no tenían médicos. Entonces a Orlando lo sacaron de la residencia y le programaron rotaciones por distintos servicios, incluido el de Odontología. La primera camilla odontológica neumática del país estuvo en nuestro hospitalito y mi esposo tuvo que curar caries y hacer extracciones también.

Yo además colaboraba para experimentos de la Dirección Nacional del Antártico (DNA). En diciembre nos visitó un taxidermista y nos enseñó a embalsamar. Pude embalsamar un pingüino adelia y Orlando un papúa que encontramos muertos por los perros. Otra de mis tareas era recolectar huesos de pingüinos y algas marinas y enviarlos a la DNA.

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-¿Y la vida cotidiana con niños alrededor?

-Los niños fueron muy felices. En pleno verano tuvimos que cerrar las ventanas de sus habitaciones con maderas, porque al estar en el extremo norte de la península, teníamos una penumbra escaza entre las diez de la noche y las cuatro de la mañana. Cuando ellos dormían, salíamos a explorar en verano con los amigos. Allá puede apreciarse como continua la cordillera de los Andes en los Antartandes. Teníamos cerca el monte Flora con muchos restos fósiles que recogimos, lo cual demuestra que, en otra época, la Antártida fue una zona tropical.

Contábamos con la ayuda de un esquiador profesional porque no nos dejaban esquiar por miedo a lesionarnos. Para poder deslizarnos y disfrutar de la nieve, se fabricaron trineos banana y nos largábamos en ellos.

Los vientos a veces eran tan fuertes que conectábamos las casas con gruesas sogas para no salir volando, literalmente. Una vez un niño de diez años fue arrastrado hasta la bahía. Alguien que casualmente salía de la radio, se tiró sobre él y lo salvó. De cualquier manera, pasamos un año maravilloso con avistamiento de ballenas en la lejanía, pingüinos y focas y presenciamos el nacimiento de perritos de la raza antártica argentina que son realmente hermosos. Además, hicimos grandes amigos con los que seguimos conectados.

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Un cocinero y un matrimonio de médicos en la Antártida

"Foto de nuestra casa"

-¿Qué sensaciones les quedaron?

-Los dos creemos que el objetivo de haber vivido en la Antártida fue ocupar el territorio argentino, demostrar que podemos vivir en forma pacífica con familias y a la vez educar a los niños en una escuela. Al hacer investigaciones, sentimos que colaboramos con ese enorme sector de la patria que reclamamos y que es casi del tamaño de la Argentina toda.

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Ernesto Quiroga es cocinero y ha viajado varias veces en misiones al continente blanco. Es personal civil de la Fuerza Aérea desde hace 41 años.

-¿Cuántas veces fuiste cocinero en la Antártida?

-Estuve cuatro veces y en tres campañas: la primera de 2007 a 2008; la segunda de 2011 a 2012 (en ese lapso del 2012 volví en julio del 2013 para hacer un reemplazo de uno de los cocineros) y la última de 2015 a 2016.

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-¿Qué tareas tenías a cargo?

-Las tareas eran preparar el almuerzo y la cena y estipular un menú para la semana de acuerdo con lo que disponíamos. No hacíamos el desayuno, porque eso quedaba a cargo de quien debiera quedarse de noche cuidando las instalaciones. Allá es necesario que alguien haga guardia y vigile la electricidad mientras que el resto duerme, porque ante cualquier desperfecto, todo puede prenderse fuego. Esa persona era la encargada de colocar las tazas, la manteca, el pan, el dulce y acomodar todo para nuestro desayuno.

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-¿Por qué todos destacan la importante labor de los cocineros?

-Creo humildemente que nuestra función es muy importante porque la gente debe salir al exterior a realizar sus tareas y está expuesta siempre a fríos extremos. Si uno pasa tanto frío y siente el viento constantemente, al regresar al hogar quiere una rica comida para reconfortarse. Pude comprobar en todas las misiones que realicé, que una dotación que cuenta con un buen plato de comida, está siempre predispuesta a trabajar.

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-¿Con qué podían cocinar?

-Yo estuve designado a la base Marambio y ahí contaba con una especie de panadería. Yo tengo la especialidad en panadería y pastelería por lo que podía amasar tortitas, facturas, el pan de todos los días y hasta pude sorprender a los cumpleañeros con sus tortas para la ocasión. Los huevos para todos los alimentos nos llegaban deshidratados, así como las cebollas, la papa (aparecía gracias al puré instantáneo), etc. además contábamos con toda clase de alimentos enlatados para armar el menú.

Disponemos de una cámara para almacenar la carne que debe alcanzar para todo un año. Podíamos elegir distintos cortes de vaca, había lechones, pollos, todo congelado, pero listo para ser utilizado. Las verduras llegaban también congeladas: brócoli, acelga, espinaca, chauchas. A veces pudimos a hacer ravioles caseros o ñoquis. Los platos más festejados fueron siempre los ravioles, las milanesas y uno o dos asados anuales que conseguimos hacer.

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-¿Qué alimentos son los que más se extrañan?

-Sin lugar a dudas las frutas y las verduras frescas. Esos simples alimentos son considerados manjares porque llegan solo una o dos veces al año, cuando es viable que aterricen los aviones. Como duran poco, hay que administrarlos sabiamente. Comer un tomate fresco o una naranja, es algo maravilloso realmente porque suele suceder dos veces al año.

-¿Podían reciclar la comida para reutilizarla?

-En mi base éramos 70 personas y cocinábamos para ellos, intentando que no sobrara nada. Si hacíamos milanesas, solo preparábamos 100, para que algunos pudieran repetirse, pero si les tocaba pastel de pescado, seguro sobraba. La basura en la Antártida se clasifica, se guarda y se envía de nuevo al continente cuando el avión viaja una vez al año.

-¿Cómo hacían con el agua para cocinar?

-El tema del agua es crítico en la Antártida, aunque no lo parezca. Al no estar las bases cerca del mar y a veces estando a 2000 metros de altura, había que hacerla con el deshielo. En mi base habían creado una especie de laguna para acumularla. Pero durante el invierno se congelaba y debía derretirse en una fuente. Se colocaba la nieve y con el calor del aceite se derretía lentamente. Dentro de las cabañas no se congelaba y se usaba para baños, lavar vajilla, lavar la ropa y otra parte se potabilizaba. Cada 15 días tenías turno para lavar la ropa con tu compañero de pieza en máquinas que aseguraban un excelente centrifugado. A la hora de lavar los platos, disponíamos de dos tachos, uno para lavar y otro para enjuagar la vajilla. Los cocineros contábamos también con un piletón para bandejas y utensilios.

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"Ernesto Quiroga, Eduardo Lobos y Javier García"

-¿Qué experiencias rescatarías?

-En el comedor hay un cartel con esta inscripción: "Cuando llegaste apenas me conocías, cuando te vayas me llevarás contigo", y yo comprobé que eso es cierto. Algo tiene ese lugar tan lejano que luego de tantas campañas, quisiera volver unos meses más. Rescato la cantidad y calidad de gente que conocí, los lazos que formé con personas que durante un año llegaron a ser mi verdadera familia. El compartir con compañeros durante tanto tiempo y en condiciones tan diferentes a las normales, hace que estemos al tanto de las familias del resto, porque siempre son mencionadas. Uno llega a conocerlas sin haberlas visto. Con los años pude viajar a visitarlos, a verlos a todos por primera vez y reconocerlos inmediatamente. He sido alojado en muchas provincias argentinas en casas de excompañeros de campaña y he recibido también en mi casa a muchos de ellos. Y vuelvo a recordar la verdad escrita en ese cartel, los llevo a todos conmigo.

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