Termina el Año Pucciniano: El gran maestro, homenajeado durante un año en nuestra ciudad
La intensa actividad de la Fundación Bologna en torno a los 100 años de la muerte de Giacomo Puccini, que Memo acompañó, en un balance enriquecedor de José Jorge Chade.
"Torre del Lago, dicha suprema, paraíso, Edén, empíreo, 'turris eburnea', 'vas espiritual', palacio real... habitantes 120, 12 casas. País apacible, con espléndidos matorrales hasta el mar, poblado de liebres, conejos, faisanes, mirlos, pinzones y gorriones. Inmensas marismas. Atardeceres exuberantes y extraordinarios. Aire en verano, espléndido en primavera y otoño. Viento dominante, el mistral en verano, el grecale o libeccio en invierno. Además de los citados 120 habitantes, los canales navegables y las cabañas de juncos trogloditas, palomas, zampullines y palometas, seguramente más inteligentes que los habitantes, porque es difícil acercarse a ellos. Dicen que en la Pineta 'bagoli' también vive un raro animal llamado 'Antilisca'..."
Como hemos leído arriba, a veces bastan unas pocas líneas que cuentan un pequeño mundo que alberga la gran historia de un gigante de la música, Giacomo Puccini (autor de la carta a su amigo Alfredo Caselli, en el año de principios del siglo XX), para que a uno le entren ganas de viajar y dirigirse a la pequeña villa-museo que cuenta esa historia.
Puccini amaba tanto aquella villa que no podía separarse de ella durante demasiado tiempo, y afirmaba «sufrir torrelaghìte agudo». Un amor que su familia respetó incluso después de su muerte, enterrándolo en la capilla de la villa. Todas sus óperas de mayor éxito, excepto Turandot, fueron compuestas aquí en Torre del Lago, al menos en parte.
Además de correspondencia, fotografías y retratos de familia, y mobiliario original, el museo expone ropa, objetos e incluso prendas de caza del Maestro, sus rifles, zapatos, maquetas de sus dos yates y un espléndido tabique japonés de madera decorado sobre fondo negro. Pero lo que más llama la atención es la decoración de las habitaciones, los techos de perfecto estilo Art Nouveau y la capilla decorada por el artista Adolfo De Carolis y construida en la sala donde antes se encontraba el vestíbulo de la villa. Además de los restos de Puccini, en la capilla descansan los de su esposa Elvira, su hijo Antonio y su nuera.
En Bruselas para intentar frenar el cáncer
De los escritos y documentos que se pueden observar en el museo, llama la atención una nota escrita desde Bruselas en 1924, quizá en noviembre, durante los días más cruciales y dolorosos de Puccini y su enfermedad. El destinatario de la nota era su hijo Antonio, que le acompañaba en su viaje de esperanza a la clínica de Bruselas, donde se sometió a radioterapia y cirugía de garganta en un intento de detener el cáncer.
La nota dice: 'La fiebre que desearía no tener'. Es una frase sencilla que llama la atención, el papel en el que está escrita está colocado dentro de un estuche y contiene sólo esa frase, pero esa construcción sintáctica cuyo sintagma 'la fiebre' parece ser el sujeto de la proposición, es en cambio el objeto del 'no desearía' de Puccini sentirse embargado por la enfermedad de la infección que lo debilita y revela la lucha desigual que su organismo enfrenta contra el cáncer. Ese sintagma al principio de la frase parece dramático, y lo es, ya que revela lo apegado a la vida que estaba el hombre, lo ansioso que estaba por recuperarse, sobre todo en aquella coyuntura en la que estaba ocupado escribiendo su última composición musical, la espléndida Turandot, que exigía con insistencia que se terminara, que se completara, y para la que, incluso en Bruselas, y a pesar de su estado de salud, había llevado consigo la partitura de la ópera, con la intención de concluirla.
La ópera quedó inacabada porque Puccini murió en Bruselas el 29 de noviembre de 1924, de un ataque al corazón que se produjo tras una operación desesperada para erradicar el cáncer de garganta que le atormentaba desde hacía tiempo y que le había obligado a utilizar escritos en papelitos para comunicarse. La operación, realizada por el profesor Louis Ledoux, del Instituto del Radio de Bruselas, consistió en la aplicación, a través de una traqueotomía, de siete agujas de platino irradiadas, introducidas directamente en el tumor y retenidas por un collarín. Un tratamiento demasiado invasivo para el físico del compositor, que además padecía diabetes. Las dos últimas escenas de Turandot, de las que sólo quedaba un esbozo musical discontinuo, fueron terminadas por Franco Alfano bajo la supervisión de Arturo Toscanini (pero la noche de la primera representación, el propio Toscanini interrumpió la representación en la última nota de la partitura de Puccini, es decir, después del cortejo fúnebre que sigue a la muerte de Liù).
Puccini no era un músico sinfónico, y la música que componía estaba siempre ligada al teatro, a los escritos, dramas y libretos que poetas y escritores habían compuesto o creado, inspirados en la vida de heroínas y mujeres cuyas apasionadas historias melodramáticas tocaban las cuerdas sentimentales de un público todavía cautivado por la música desbordante de Verdi y ya atraído por la modernidad, fascinado por el nuevo mundo, por América, por Asia, pero aún romántico, ligado a esas tradiciones del arte y el teatro italianos que ni siquiera la Gran Guerra y el fascismo fueron capaces de socavar. El drama lírico seguía siendo el punto de apoyo del teatro italiano y ponía en escena, amplificándolos, los pequeños grandes dramas cotidianos de hombres y mujeres todavía en busca de esas pasiones que representan la sal de la vida, de la humanidad y la fuerza creadora de la literatura, de la música y son la esencia del arte.
Y al fin y al cabo, en las óperas de Puccini se esconde un toque autobiográfico, difuminado entre las notas, revelado aquí y allá en las numerosas cartas, en las etapas de sus viajes, en las relaciones que tejió, en su alegría pero no demasiado, en la dulzura de su naturaleza y su sonrisa velada de melancolía. Es fácil amar al héroe durante su hazaña, amar el orgullo de una mirada lanzada a la vida, la generosidad de su genio creador, y Puccini era todo esto, era el compositor que nunca estaba satisfecho, el meticuloso y exigente, era el artista y su Bohème. Puccini el hombre vivió sus sufrimientos haciéndolos de la misma naturaleza que el mito a través de la música, tan bien interpretada por los más grandes directores de orquesta de su época, como Arturo Toscanini y las voces memorables de sopranos como Salomea Kruscenski intérprete de Madama Butterfly, tenores como Enrico Caruso, Amedeo Bassi por citar sólo algunos.
Este intento, el arte de llevar las notas a las palabras y viceversa pertenece al músico, al gran Puccini que estudió, inventó, eligió, creó, incrustó, construyó armonías. ¿Qué pertenece en cambio al hombre?
Al hombre pertenecían la voluntad, el deseo, la pasión, el coraje de estar o de rehuir, la debilidad ante el desaliento, la búsqueda de sí mismo, de los amigos, esa búsqueda de la melodía, una melodía que comunicaba universalidad, la sempiterna y viva «sentimentalidad» del hombre y del artista, esa tensión del corazón que dice en voz alta: «¡Nessun dorma!
La vida misma es esa «fiebre» que embarga a los hombres en la guerra y en la paz, en el amor y en las amistades, y las amistades son también esas intuiciones tenaces que unen a las almas y que se agudizan cuando la vida se acorta y se adelgaza contra el tiempo.
Puccini vivió su tiempo y también tuvo la habilidad de apartarse de la política activa, distanciándose de ciertas posturas que habrían ensombrecido su naturaleza de artista que aborrecía la guerra y albergaba una tibia y casi nula simpatía por aquellas personalidades políticas e históricas de su tiempo que podrían haber mermado o empañado su grandeza.
Amaba mucho a las mujeres de Puccini, las delicadas y melancólicas heroínas de sus óperas, las tenaces figuras del amor fiel a sí mismo y al corazón, dispuestas a sacrificarse y morir por una promesa a la que se comprometían por completo y que los hombres incumplían puntualmente. Puccini era muy querido por las mujeres; al fin y al cabo, cómo resistirse a la melodía de su tierno e incorruptible abrazo. Es imposible resistirse al impacto emocional de su música intemporal.
Es difícil despegarse del discreto encanto de Torre del Lago, de la sacralidad de ese cofre del tesoro que es la casa del Maestro, de esas paredes todavía impregnadas de su música, despegar los ojos de tantos muebles y de esa frase: «Ojalá no tuviera la fiebre», la fiebre de su genio musical que pide a las estrellas que se pongan para vencer eternamente al alba.
La Fundación Bologna Mendoza junto a Memo ha seguido el Año Pucciniano en nuestra ciudad.
Se realizó un llamado a concurso de pinturas sobre el tema Madama Butterfly iniciado en mayo con las inscripciones de los artistas y concluido en octubre con 47 obras presentas y expuestas aún en el ECA hasta el 30 de noviembre 2024. El 4 de agosto junto a Opera UNCUYO y el Auspicio de la Municipalidad de Mendoza y el Consulado Gral. de Italia y con la dirección del Maestro Roberto Barrozo en el Teatro Mendoza los mendocinos participaron a Teatro lleno al espectáculo "Puccini Canta al Amor que duele". El concierto contó con las más destacadas arias de las óperas más conocidas de Puccini, acompañadas al piano y con proyección de subtítulos e imágenes ilustrativas en cada caso, a fin de facilitar el sentido y disfrute de la música por parte del público.
Este pasado viernes 22, precisamente en el Día de la Música y a pocos días de cumplirse los 100 años del fallecimiento del Gran Maestro Puccini, se realizo en el Auditorio de la Legislatura la última Charla Abierta a la Comunidad 2024 de la Fundación Bologna, y dedicada a Puccini.
Con el título "Giacomo Puccini...la magia de la ópera", el maestro Barrozo guió a los espectadores durante una excelente lección, una charla magistral e inmediatamente se recibió en la Fundación mensajes como este "Muchísimas gracias por la "charla abierta" sobre G. Puccini. Estuvo maravillosa... y arrancó lágrimas de emoción a más de una persona que asistió, yo incluida. Mis más sinceras felicitaciones al expositor"
La charla terminó con broche de oro con la participación de la Soprano mendocina Mariel Santos quien con su canto deleitó hasta las lágrimas a los presentes.
Así terminan los homenajes al Año Pucciniano en nuestra ciudad de Mendoza.