Merceditas y la lucha por su tenencia

La historia de "ese diablotín", la inquieta Merceditas, hija del Padre de la Patria, en la pluma de la historiadora Luciana Sabina.

Luciana Sabina

Al llegar al Perú en 1821 a San Martín lo esperaban una serie de cartas, entre ellas las de su suegro y esposa. A diferencia del resto de los Escalada, el padre de Remedios y dos de sus hermanos lo aceptaron como parte de la familia. Incluso, don Antonio se mostraba orgulloso de su yerno. En la misiva le advierte que en Buenos Aires era injustamente vapuleado y deja entrever su debilidad por Mercedes llamándola "nuestro chiche", pocos meses más tarde el buen hombre falleció ahorrándose el dolor de ver morir a su hija en 1824.


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Sin más que hacer en América, tras su misterioso encuentro con Simón Bolívar, el Libertador decidió regresar a Europa. Pasó antes por la capital argentina y se entrevistó con antiguos camaradas, así como con au­toridades.

Su reunión con Rivadavia fue amena y llegó a obse­quiarle una campanilla de plata perteneciente a la Inquisición limeña. Lo más difícil fue enfrentar a su suegra, quizás tanto como a una facción realista.

Ya viuda, doña Tomasa de la Quintana -nombre de la citada dama- pretendía quedarse con Merceditas a quien cuidaba desde hacía cuatro años. Jamás aprobó el casa­miento de su hija con San Martín, al que siempre llamó "plebeyo" o "soldadote". Debemos sumar a este hecho que vio a Remedios morir llamándolo. Es bastante com­prensible su apatía hacia el prócer. Siendo algo totalmente mutuo no se hablaban.

El recuerdo de San Martín y su hija Merceditas, en La Alameda de Mendoza.

El recuerdo de San Martín y su hija Merceditas, en La Alameda de Mendoza.

Para superar esta situación Manuel de Escalada intercedió y convenció a su madre de entregar a la pequeña. El 10 de febrero de 1824, el "chiche" de los Escalada zarpó hacia Europa con su padre, quien era para ella un completo extraño al que seguramente observaba con total desconfianza.


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El viaje al Viejo Continente duró dos meses que al general debieron parecerle siglos, pues su pequeña hija se volvió insufrible. "Qué diablos -contó tiempo después a Manuel de Olazábal en una carta- la chicuela es muy voluntariosa e insubordinada, ya se ve, como educada por la abuela; lo más del viaje la pasó arrestada en un cama­rote". Según el ilustre padre, doña Tomasa con su "excesivo cariño" la había convertido en un "diablotín". Pero si pudo enfrentar victorioso a la cordillera de los Andes, una niña no significó un gran proble­ma. Tiempo más tarde sus palabras solo transmitían orgullo paternal.

Eso sí, en cuanto Mercedes contrajo nupcias regresó a Buenos Aires para visitar a su abuela, quién se convirtió en madrina de su primera hija.


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