La vida cotidiana durante la época colonial

A través de las memorias de Mariquita Sánchez, testigo privilegiada de aquel tiempo, se dibuja un retrato vívido de una sociedad que intentaba adaptarse a las imposiciones económicas y sociales del monopolio comercial impuesto por la Corona española.

Luciana Sabina


La vida cotidiana en el Río de la Plata durante la época colonial estuvo marcada por una mezcla de limitaciones materiales, desigualdades sociales y sencillez en las costumbres. A través de las memorias de Mariquita Sánchez, testigo privilegiada de aquel tiempo, se dibuja un retrato vívido de una sociedad que intentaba adaptarse a las imposiciones económicas y sociales del monopolio comercial impuesto por la Corona española. En sus escritos, Sánchez deja entrever un mundo donde la invariabilidad, las carencias y las creativas soluciones eran moneda corriente.

"La vida era muy triste y monótona. Con el dinero no se podía tener ni aun lo preciso, de modo que las gentes se veían en la necesidad de prestarse unos a otros. Aun en las casas más ricas tenían los mismos desagrados", cuenta Mariquita en sus memorias. Incluso los hogares más acomodados enfrentaban dificultades: la vajilla importada de España se rompía con el uso, y para grandes reuniones era común pedir prestado a los vecinos lo que faltaba. Esta precariedad alcanzaba incluso a la residencia del virrey, cuya casa, aunque representaba un símbolo de poder, no escapaba a los inconvenientes materiales.

Estas carencias eran fruto directo del monopolio comercial impuesto por la Corona. Obligados a comprar exclusivamente a España, los habitantes locales esperaban durante años la llegada de bienes que, en muchos casos, llegaban dañados o en menor cantidad de la solicitada. Un piano, por ejemplo, podía tardar hasta cinco años en arribar, atravesando kilómetros de desplazamientos rústicos que arruinaban su delicada estructura. Este contexto explica la tolerancia de las autoridades hacia el contrabando, que, aunque oficialmente prohibido, muchas veces era aceptado como un mal necesario para cubrir las necesidades básicas y el acceso a productos de calidad.

En lo social, las desigualdades eran abismales. Mientras las damas de alcurnia ostentaban en la iglesia sus zapatos de raso bordados con oro, "la gente pobre andaba descalza", relata Mariquita. De este contraste surgió incluso el término "chancletas", ya que los ricos donaban sus zapatos usados a los pobres, quienes apenas podían meter parte del pie y arrastraban el resto. El confort era un lujo reservado para muy pocos. Los hogares, en general, carecían de muebles, y los braseros eran el único alivio en los días fríos.

Las comidas seguían también un patrón marcado por las diferencias sociales. El desayuno consistía en chocolate o café con leche acompañado de pan o tostadas, sin mayores utensilios. El almuerzo variaba según la fortuna: los hogares humildes comían al mediodía, los de clase media alrededor de la una, y los ricos a las tres de la tarde. La cena, en cambio, solía servirse entre las diez y las once de la noche. Productos como el azúcar de La Habana o la sal blanca eran considerados lujos que solo las familias más acomodadas podían permitirse, y con un gran esfuerzo.

Sin embargo, las provincias también destacaban por sus producciones locales, que eran muy valoradas dentro del virreinato. Mendoza, por ejemplo, era famosa por sus alfombras, sus pasas de uva secas a la sombra, aceitunas preparadas, almendras, nueces y vinos. Estos productos, que hoy parecen simples, eran esenciales para la economía y el comercio interno de la época, y formaban parte del paisaje de una sociedad que se las ingeniaba para subsistir y prosperar a pesar de las restricciones.

La Revolución de Mayo marcó un cambio profundo en esta dinámica. Si bien significó un primer paso hacia la independencia y la libertad, también implicó la entrada masiva de productos británicos, que sofocaron las industrias locales, y el cierre de rutas comerciales con territorios aún controlados por España. Aquella potencia económica descrita por Montesquieu en sus observaciones sobre América Latina trastabilló, dejando a la región en una situación económica difícil que tardaría décadas en estabilizarse.

A través de los ojos de Mariquita Sánchez, este recorrido por la vida cotidiana durante la época colonial nos permite comprender las limitaciones, adaptaciones y desigualdades que definieron ese período. Nos muestra, además, cómo la sociedad se fue transformando con el paso de los años y los cambios políticos. En un mundo de carencias materiales, pero de gran riqueza cultural, se gestó el germen de una identidad que buscaba abrirse paso hacia un futuro más libre, pero no sin enfrentar grandes desafíos en el camino.

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