Rodolfo Muratorio Posse, pionero de la educación médica
Eduardo Da Viá escribe hoy sobre Rodolfo Ernesto Muratorio Posse y su historia de aportes a la Medicina.
La transmisión de los conocimientos del Docto al Lego, en cualquier área del conocimiento, ha sido una dura tarea de aprendizaje por ambas partes, desde remotos tiempos, a tal punto que, conscientes los menos de la necesidad de que los conocimientos no se pierdan con la desaparición física del sabedor sino que queden atesorados en terceros, sus discípulos, no solo para repetirlos sino para ampliarlos y mejorarlos de ser posible, fue surgieron los centros especializados en Educación: las universidades.
Ya desde la misma edad media se tuvo clara la idea que la enseñanza debía hacerse en centros dedicados específicamente a ello, para que de una forma reglada, el alumno fuera progresando en la adquisición del saber.
Este desiderátum se alcanzaba con cierta facilidad en aquellas artes de índole teórica, como la literatura, la filosofía, la aritmética la geometría, donde el soporte para la adquisición del saber era la memoria.
Las cosas cambiaban mucho, cuando se trataba de las artes prácticas, tales como la música, la pintura, la escultura, y más que nada la medicina, en las cuales interviene necesariamente la actividad manual y por tanto requiere de la acción mancomunada del artesano con el aprendiz.
Nunca nadie aprendió a esculpir de solo mirar la tarea de Miguel Ángel, o a pintar observando a Leonardo o a tocar el piano contemplando a Beethoven.
De la misma manera ningún cirujano o internista se hizo sin contar con la tutela del experto, aunque durante siglos la enseñanza consistía en permitirle al aprendiz presenciar la actividad del maestro, que no tenía la obligación de explicar. Esa actitud, la de explicar y aclarar cientos de interrogantes era voluntaria y dependía da cada maestro.
La constitución anatómica del cuerpo humano era enseñada según los tradicionales e inamovibles conceptos del célebre Galeno, quien los había aprendido mediante la disección de animales pero no de cuerpos humanos-
La Iglesia, claramente contraria a la disección humana, lo tenía permanentemente vigilado.
Hacia el 1200, recién, la Universidad de Boloña permitió efectuar una autopsia cada 5 años, y consistía en la observación por parte de los estudiantes, de las maniobras realizadas por el operador hasta quedar expuesta la intimidad anatómica del cadáver, pero con absoluta ignorancia de la función de cada órgano.
Por lo general el maestro realizaba la disección en anfiteatros donde los alumnos se sentaban en gradas semicirculares concéntricas y desde ahí observaban.
Rara vez se les permitía rodear al operador para una mejor visión, en ese caso la escena era la graficada por este famoso cuadro de Rembrandt, llamado "La Lección de Anatomía del Dr. Tulp" que pintó a la edad de 25 años y donde se observa la atenta y sorprendida mirada de los espectadores; corría el siglo XVII
El conocimiento fisiológico debería esperar siglos, y muchos de los pioneros en el arte de descibrir la misión que cumplía cada órgano, debieron sufrir las diatribas de las recalcitrantes autoridades científicas médicas.
La primera Facultad de Medicina en argentina fue la de la Universidad de Buenos Aires, fundada el 9 de agosto de 1822 con tres cátedras, y los primeros médicos se graduaron en 1827. Su sede principal, inaugurada en 1944, se encuentra en la calle Paraguay 2155, frente a la Plaza Houssay, en el barrio porteño de Recoleta. Actualmente, es una de las más concurridas, con más de 30.000 alumnos.
La Universidad Nacional de Córdoba, la más antigua del país y una de las primeras del continente americano, cuenta con una larga historia, rica en acontecimientos que la convirtieron en un importante foco de influencia, no sólo cultural y científico, sino también político y social.
Sus orígenes se remontan al primer cuarto del siglo XVII, más exactamente 1613,cuando los jesuitas abrieron en Córdoba el Colegio Máximo, donde los alumnos, en particular religiosos de esa orden, recibían clases de filosofía y teología. Este establecimiento de alta categoría intelectual fue la base de la futura Universidad.
Sin embargo hubo de esperarse hasta 1877 para que se fundara la Facultad de Medicina, luego de años de dimes y diretes movilizados por los más bajos intereses de la máquina de impedir que aún sigue vigente y lozana en nuestro pobre país.
21 de marzo de 1939, por Decreto del Presidente Ortiz, se funda la Universidad Nacional de Cuyo sobre la base de las instituciones existentes en Mendoza, San Juan y San Luis, siendo su primer Rector el Prof. Don Edmundo Correas, toda una autoridad en el ámbito cultural de Mza y de quien tuve la suerte de ser alumno durante mi etapa secundaria.
El 26 de diciembre de 1950 se da creación a la Facultad de Ciencias Médicas de la U.N.Cuyo, que abarcaría las Escuelas de Medicina, Odontología, Bioquímica, Farmacia, y las Escuelas Auxiliares de Obstetricia y Kinesiología, Servicio Social y Pedagogía Social.
El plan es sumamente ambicioso y complejo, pero dispone de recursos escasos, de manera que sólo comienza su actividad la Escuela de Medicina. El Ministerio de Salud Pública colabora con las instalaciones de los Hospitales Central, Emilio Civit y Lagomaggiore, para que se desarrollen allí las labores docentes.
Las cátedras se completan en los años siguientes con profesionales destacados del medio. Para optimizar sus recursos docentes, la Facultad contrata tempranamente a destacados científicos y especialistas nacionales y extranjeros. Entre ellos los profesores Dres. G.Sánchez Guisande y J. Garate (España), F. Bagda, J.M. Cei (Italia), J. Ferreira Márques Portugal), J. Echave Llanos, R. Morel, M.H. Burgos, J.C. Fasciolo, J. Suárez, E. Viacava y R. Muratorio Posse, estos últimos de Buenos Aires.
Así pues Rodolfo Muratorio Posse perteneció al grupo de los hacedores de la Facultad y el primer Profesor Titula de Clínica Médica por concurso. Batallador infatigable de la docencia médica, nacido en Buenos Aires en 1917 y recibido de médico en la UBA en 1946. Ya en funciones de profesor en 1955, edita un opúsculo de su autoría titulado "Normas para la ejecución de la historia clínica", del que todos aprendimos, promediando la carrera, una forma sistematizada de recabar datos tanto del interrogatorio como del examen físico de los pacientes.
Jefe a su vez del Servicio de Clínica Médica II del Hospital Central, lo organizó de tal manera que giraba en torno a la docencia, siendo los alumnos partícipes cada vez en mayor grado, según avanzaba el cursado; en sexto y último año, los alumnos teníamos cada uno un paciente a cargo junto con el Interno de turno.
Eso nos permitió vivenciar precozmente la responsabilidad del médico en la atención de sus pacientes.
Preocupado también por los requisitos para ingresar a la Carrera, fue Relator Oficial en el Primer Congreso de Educación Médica de la Asociación Médica de la República Argentina en el año 1957 con la conferencia titulada "Métodos de selección para el ingreso".
No contento con la enseñanza de grado, es decir la que se imparte durante el cursado de la carrera, se preocupó sobremanera de la formación ulterior del médico recién recibido, siendo el primero en intentar implantar las residencias, lo que quedó documentado en el año 1961 a través del "Plan de Residencias", que, sometido al subcomité de Residencias Hospitalarias de la Asociación Médica argentina, fue aprobado sin dilaciones.
Dueño de una presencia física impactante a pesar de su relativamente baja estatura, era poseedor también de una esmerada oratoria fruto del saber enciclopedista que poseía, lector incansable y poli temático fuera de la literatura médica propiamente dicha.
Adelantado en el tiempo, dedicó en aquellos iniciales años de la década de los 60, numerosas clases magistrales a las enfermedades dependientes del sistema inmunológico, temática apenas mencionadas en los libros de textos.
La diabetes, patología que hoy sabemos afecta a más del 10% de la población, fue otro de los temas de su preferencia. Con claridad meridiana nos explicó la enfermedad tanto desde el punto de vista netamente científico, como y muy especialmente desde la visión del médico cuando atiende a un apaciente concreto, y las vivencias recogidas por su gran experiencia acerca de la visión que el doliente tiene de sí mismo al saber que es portador de una enfermedad incurable sí, pero tratable.
Al finalizar el ciclo de clases sobre este tema nos dijo??Es nuestra misión como médicos, enseñarle al paciente diabético a morir CON su diabetes y no DE su diabetes.
Sus conocimientos trascendieron en mucho la provincia de Mendoza, para exponerlos por invitación en numerosas Universidades tanto en el país como en el exterior, en especial en Estados Unidos de Norteamérica.
En 1983, con el regreso d la democracia, fue designado Decano Normalizador, cargo que ejerció desde ese año y hasta 1986.
Fue en ese período en que pudo concertar uno de sus grandes anhelos, siempre obsesionado con la calidad de la docencia, crea la Secretaría de Educación Médica para lo cual nombra dos pedagogas de prestigio de Mendoza que hicieron magnífico trabajo durante muchos años.
Al frente de la novel secretaría designó al Prof. Dr. Héctor Perinetti, de cuya reciente pérdida seguimos lamentándonos a diario, de la misma manera que designó al Prof. Raúl Abaurre al frente de la Secretaría Académica, amigo y discípulo predilecto de Don Rodolfo. Vale decir, se rodeó de gente de prestigio académico más que de acólitos inservibles como suele suceder, dispuestos al aplauso incondicional e incapaces de aportar ideas propias.
Finalmente es de destacar su preocupación también por dejar descendencia profesional, facilitando a sus colegas jóvenes el perfeccionamiento en USA, Chile y Buenos Aires.
En resumen un grande la medicina, adelantado para su época, generoso en la transmisión de su inmenso saber y sabio detector aún como alumnos de grado, de aquellos que tenían capacidad de llegar a destacarse en la práctica médica y a quienes llamaba a su despacho para ofrecerles un lugar en su Servicio.
Además de sus extraordinarias dotes como médico, tenía particularidades tales como ser un eximio bailarín de tangos y un coleccionista de los discos de pasta con grabaciones de las piezas más destacadas del acervo musical ciudadano.
Falleció el 24 de noviembre de 1998, a la edad de 81 años, cuando aún le quedaba mucho por dar por cuanto estaba intelectualmente intacto.
Pero me consuela pensar que son muertes atemporales, por cuanto la desaparición física va seguida de la sempiterna presencia espiritual que supieron despertar, al menos entre los cultores del saber que supimos valorar la inmensidad de su legado.