Meditar, escribir, transmitir
El médico cirujano Eduardo Da Via desarrolla una vez más otro de sus múltiples talentos: la escritura. Y desarrolla los orígenes y su pasión.
La palabra "meditar" proviene del latín meditatum, que significa "reflexionar". El verbo latino de donde proviene "meditar" es meditri, que se deriva del verbo medeor, que significa "curar". Medeor es también el origen de palabras como "médico", "medicina" o "remedio".
El monje Guigo II fue el primero en introducir el término "meditar" en el siglo XII d.C.
Meditar es pensar atenta y detenidamente sobre algo. La meditación es una práctica de la mente y el cuerpo que consiste en enfocar la atención en algo, sea ese algo material, intelectual o sentimental.
La acción de meditar es inherente al hombre, dado que fuera de los actos puramente instintivos o mecánicos, toda acción va precedida de una toma de decisión, fruto de una meditación previa.
Por lo general se trata de acciones intrascendentes, características del mero vivir y son elecciones de actitudes inmediatas que tienen que ver con lo cotidiano y lo práctico, por ejemplo, frente a la vidriera de una zapatería decidir qué modelo adquirir.
Pero la meditación puramente intelectual, metafísica si preferimos el término, requiere según Descartes y expresado en su libro MEDITACIONES METAFÍSICAS, "en el inicio del texto, poner la atención en la referencia explícitamente biográfica del individuo, a su circunstancia presente, cuando se trata de determinar la pertinencia de su propósito: "me era preciso intentar seriamente, una vez en mi vida, deshacerme de todas las opiniones que hasta entonces había creído y empezar enteramente de nuevo desde los fundamentos si quería establecer algo firme y constante en las ciencias" (Descartes 1980, VII, 17 /216)1. Este pasaje inscribe la reflexión filosófica en la vida de quien reflexiona, como algo que el individuo hace consigo mismo. El lugar del yo queda así señalado como fundamental para el ejercicio filosófico, incluso del yo empírico, personal, biográfico, es decir, el yo que tiene -que ha tenido hasta ese momento- una vida "no filosófica". El ejercicio de "deshacerse de todas las opiniones" hasta ahora creídas es una forma de conducir el pensamiento hacia el yo, estableciendo de un modo en cierto sentido a priori que el yo -debido precisamente a que se lo considera como el sujeto del pensamiento- se encuentra "detrás" de esas opiniones. Más precisamente: el propósito de deshacerse de todas las opiniones supone en su misma formulación el lugar del yo, el que quedará desprovisto de todo saber y que necesariamente habrá de sobrevivir a esa pérdida, porque ha sido desde siempre trascendente al contenido de sus creencias. El yo estaría en cierto sentido separado de sí mismo por la realidad del mundo; la atención del yo, su vida yoica, está en todo momento dirigida hacia el mundo en su trascendencia.
"Ocurre como si el yo que ahora medita en primera persona quisiera retirarse del mundo, dar un paso atrás de sí mismo dirigiéndose precisamente hacia ese su "sí mismo".
"Ahora, pues, que mi espíritu está libre de toda clase de cuidados y que me he procurado descanso seguro en una tranquila soledad, me aplicaré seriamente y con libertad a destruir en general todas mis antiguas opiniones".
Coincido en la necesidad de despojarse de lo previamente aceptado como verdadero y proceder ab initio, diría con la mente en blanco como la tela de un futuro cuadro aún inmaculada.
Por lo general lo sujetos de nuestras elucubraciones son temas que han preocupado a la mayoría de los filósofos, con resultados a veces coincidentes, otras diferentes y por fin totalmente opuestas.
Pero no es mi intención ahora el filosofar sobre ninguna entelequia aristotélica, sino ajustarme a la tríada del título.
Meditar, como dijera al principio, es no solo una característica del hombre, sino una acción ineludible dado que la vida implica direccionar nuestros actos, sentimientos y actitudes y eso requiere necesariamente el pensar previamente.
Cuando de la meditación intelectual no susceptible de remuneración alguna se trata, sino de la que surge de la necesidad que experimenta el pensador, precisamente de pensar, es cuando meditamos acerca de lo trascendente, de lo por nosotros incomprendido o ignoto; temas que a la mayoría de les personas no les subyugan, sabedores que difícilmente encontrarán respuestas y con una actitud muy realista lo evitan, dado que la vida común no ha de cambiar develando misterios o incógnitas que en el quehacer cotidiano no influyen.
Pero el filósofo no puede eludir la meditación, independientemente del resultado que obtenga, por cuanto la indagación es su modus vivendi.
Este escrito tiene mucho de lo que acabo de expresar, no pienso porque quiero sino porque no puedo no pensar.
En referencia al segundo término del título: escribir, me refiero a hacerlo sobre las conclusiones de la meditación previa
Y esta acción puede tener diferentes objetivos a saber:
Hacerlo para luego leerlo y reflexionar nuevamente sobre lo acordado consigo mismo, lo que muchas veces lleva a correcciones, sean éstas supresiones o aditamentos que parecen redondear mejor la idea original.
Hacerlo para guardarlo sea para sí mismo, para los deudos o para una nueva leída al cabo de los años, interpuesta la vida entre la primera y la nueva lectura.
Quien lo haya hecho, habrá comprobado más de una vez que aquello que nos pareció clarísimo y definitivo no resultó ser ni lo uno ni lo otro.
Por ello es aconsejable, independientemente del soporte que se utilizara en el momento del primer escrito, no borrar sino superponer entre líneas o al margen. Los borradores de García Márquez están plagados de ejemplos; y todo escritor toma la pluma luego de meditar y de haber tomado una decisión, sin embargo al releerlo surge la modificación, quizá no en lo esencial sino en lo formal, pero modificación al fin.
Puede ser que escribir lo meditado sea un intento de darle perdurabilidad física sin importar el soporte utilizado. Pero ha de saber el escritor que ningún soporte es garantía de eternidad
Y he aquí una paradoja, la forma más primitiva de guardar pensamientos, fueron y son los petroglifos, por cuando la roca es mucho más vecina de la eternidad que el papel o la memoria de la PC
Para graficar lo anterior vale saber que la cueva de Leang Tedongnge, situada en el sur de la isla de Célebes (en indonesio, Sulawesi), alberga la pintura rupestre más antigua realizada por Homo sapiens que se ha descubierto hasta la fecha: habría sido pintada hace unos 45.500 años, según las dataciones por uranio. Si bien se trata de figuras rupestres, equivalen a los verdaderos petroglifos, dado que para el homo sapiens la pintura suplía a la todavía inexistente escritura.
Por fin, y en cuanto al último término del título: TRANSMITIR, en el sentido de hacer públicas nuestras meditaciones y sus conclusiones.
Y aquí merece meditar precisamente sobres las posibles intenciones que el pensador tiene al exponerse al juicio popular.
Una de ellas, es la de dar lugar al superego para probar las mieles de la fama y su correspondiente recompensa pecuniaria.
Los grandes escritores de los famosos "best sellers", (anglicismo que detesto) cuando de numerosas obras se trata, van sin dudarlo, por la bolsa.
Otros lo hacen porque al diversificar poseedores, es más probable la soñada perdurabilidad.
Y finalmente están o mejor aún estamos, por cuanto entre ellos me encuentros, los que pretendemos contribuir pro bono, expresión latina que significa "para el bien público" y se refiere a acciones realizadas de forma voluntaria y sin retribución económica.
En este caso el sentido de la contribución no es otro que ayudar a dilucidar incógnitas cuasi inaprensibles para la mayoría, o bien para incrementar el acervo cultural de una manera amena en medio de la dañina intromisión de lo vulgar, de lo chabacano y hasta lo pornográfico que son la oferta cotidiana de los medios de difusión.
En resumen: medito porque no puedo no hacerlo; escribo para criticarme a mí mismo y público fiel a mi espíritu docente que, a pesar de mi intempestiva jubilación y consecuente olvido por parte de la Universidad donde me formé, crecí y enseñé, aún me acompaña y acicatea permanentemente.
PD: Parte del mérito que pudieran llegar a tener éstas, mis palabras, se lo deberé a Azorín sobrenombre literario de José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, por la escritura de su famoso libro "Cavilar y contar" en 1942, título que inspiró el de este escrito, y que tuviera la suerte de leerlo en mi adolescencia dejando una marca indeleble en mi acervo cultural.
Aunque póstuma, valga mi dedicatoria.