César Lombroso y el fantasma de su madre
El italiano sostenía que las intenciones delictivas eran observables en ciertos rasgos físicos de las personas. O, en otras palabras, que a un delincuente podían delatarlo su nariz o las orejas.
El italiano César Lombroso alcanzó importancia mundial al convertirse en padre de la criminología, a través de diversas hipótesis consideró que existía un origen biológico del crimen: la maldad estaba relacionada con la forma del cuerpo y el rostro.
Sus explicaciones se centraban en la biología, esto es, en todo rasgo que permitiera discernir biológicamente la figura del criminal de los que él consideraba "normales".
Así, las intenciones delictivas eran observables en ciertos rasgos físicos (asimetrías craneales, determinadas formas de mandíbula, orejas, arcos superciliares, etc.). Sus ideas tuvieron mucha influencia en la organización del sistema penal argentino. Considerando, por ejemplo, que la maldad del famoso Petiso Orejudo residía en sus orejas, el Estado Nacional invirtió en una cirugía plástica reduciéndolas.
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Aunque son muy conocidas las ideas de Lombroso en el campo de la criminalística, pocos saben que tras jubilarse adoptó al espiritismo como nueva pasión. En 1909 publicó "Los Fenómenos De Hipnotismo Y Espiritismo", dónde relata su viraje hacia algo que antes consideraba una falacia.
En sus primeras páginas señala:
"Si hubo en el mundo un hombre, por educación científica y casi por instinto, hostil al espiritismo , fui yo (...) En el transcurso de tantos años me he reído de las mesas parlantes. Mas siempre sentí verdadera pasión por mi bandera científica, abracé otra con más fervor; la adoración a la verdad y la comprobación de los hechos. Fui adversario del espiritismo, al extremo de no querer asistir a ninguna experiencia...".
Algunas páginas más adelante, Lombroso señala una experiencia que atravesó y alimentó su Fe en el espiritismo:
"Otra aparición tuve yo mismo que me conmovió profundamente. El año 1902, en Génova, estaba el médium semiembriagado, así es que pensé que no obtendríamos gran cosa. Le rogué, antes de abrirse la sesión, que hiciera mover a plena luz un tintero de cristal bastante pesado y me respondió en su vulgar lenguaje: «¿Por qué te obstinas en estas pequeñeces? Soy capaz de mucho más; soy capaz de enseñarte a tu madre; en esto debiste pensar.» Sugestionado por esta promesa, a la media hora de sesión fui presa de un vivísimo deseo de verla realizada e inmediatamente la mesa asintió, con sus movimientos acostumbrados arriba y abajo, a mi pensamiento, viendo de pronto (estábamos en una semiobscuridad con luz roja) destacarse de la cortina una silueta pequeña como era la de mi madre, velada, que dio la vuelta completa alrededor de la mesa, hasta llegar a mí, susurrando palabras que oyeron los demás y yo no a causa de mi sordera; tanto que, casi fuera de mí por la emoción, la supliqué que las repitiera y ella repitió: «¡César, fio mío!», lo que confieso que no era su costumbre, pues, como veneciana, solía decirme en su lengua: mió fio. Poco después, a mi ruego, volvió a dar la vuelta a la mesa en opuesto sentido, y levantándose el velo me dio un beso. Cubierta por la cortina y no tan distintamente, se me apareció, enviándome besos y hablándome, en ocho sesiones sucesivas en 1906-907, en Milán y en Turín".
En su camino espiritista, Lombroso conoció a Eusapia Palladino (1854-1918), una de las médiums más conocidas de la época. En un principio la estudió del mismo modo que hizo con los criminales a los que catalogó en sus famosas teoría: "En sus caracteres externos -señala sobre la médium-, a primera vista, no presenta nada anormal, salvo un mechón de cabello blanco que rodea la cavidad del parietal izquierdo, cavidad causada, aunque no se sabe bien, por un golpe que le dio su madrastra con una cacerola, o por la caída desde una ventana cuando tenía un año de edad".
Según un estudio publicado por la Universidad de Cambridge, el italiano creía que los sujetos con comportamientos asociales, como los "criminales natos", eran verdaderos fósiles evolutivos, en cierto modo seres humanos prehistóricos. Unos años antes de conocer a Palladino, por ejemplo, había argumentado que fenómenos como la telepatía eran simplemente residuos de una etapa animal. Y ahora la sola presencia de una lesión en el cráneo de Palladino parecía brindarle la oportunidad de volver a hablar sobre el origen somático de algunos comportamientos: era el cuerpo anómalo de Palladino lo que explicaba su actitud tan atípica.
Con el tiempo dejó aquello de lado y se convenció de que las facultades espirituales no tenían un origen primitivo, buscó desde entonces demostrar sus experiencias a través de la ciencia, pero esa es ya otra historia.