Alberdi era músico
La historiadora Luciana Sabina recuerda una de las facetas menos conocidas de Juan Bautista Alberdi: compositor musical. ¿Fue el Charly García de su época?
A principios de la década de 1830, Buenos Aires era una ciudad de adobe y calles de barro, anegadas tras cada tormenta. La libertad parecía haber quedado atrás, reemplazada por un orden férreo bajo la figura de Juan Manuel de Rosas, cuyo ascenso al poder se consolidó tras el fusilamiento de Manuel Dorrego. En estos tiempos de tensiones políticas y culturales, la ciudad vivía un clima opresivo.
Cada mediodía, frente al Cabildo, el verdugo ofrecía un espectáculo sombrío: una gran fogata que devoraba libros considerados subversivos por el Restaurador. Voltaire, Diderot y otros ilustres exponentes de la Ilustración vieron sus obras consumidas por las llamas. Este ritual, destinado a imponer control ideológico, simbolizaba la lucha entre las ideas modernas y el autoritarismo imperante.
En este contexto sombrío, un joven Juan Bautista Alberdi, tucumano de origen, transitaba sus años de estudiante en Buenos Aires. Miguel Cané, su compañero y amigo cercano, se convirtió en una figura fraternal que le abrió las puertas de su hogar y lo integró a los círculos intelectuales y sociales de la ciudad. Décadas más tarde, el hijo de Cané recordó estas vivencias en una carta a Manuel Mujica Láinez:
"Puede usted imaginarse las trasnochadas de aquellos muchachos de 16 a 18 años, criados en la enérgica atmósfera de la revolución, abriendo los ojos y el alma, como la patria misma, a las primeras ráfagas de la civilización europea. Llenos de fe en el porvenir, creían que las ideas eran capaces, por sí solas, de salvar al país. Alberdi era más callado, tímido y medido que mi padre...".
En medio de esta Buenos Aires convulsa, Alberdi encontró una vía de escape en la música, un talento que desarrolló con pasión y originalidad. Su habilidad quedó plasmada en eventos como el Carnaval de 1830, donde compuso para la "Comparsa del Momo", integrada por destacados jóvenes porteños. Aunque gran parte de sus composiciones se ha perdido, algunas piezas aún sobreviven, como La Constancia, dedicada a Manuelita Rosas.
De particular importancia fue El extranjero infeliz, una obra que marcaría profundamente a Alberdi. Años más tarde, durante una noche de exilio en Valparaíso, reconoció su propia música al escucharla por casualidad. Conmovido, escribió a su amigo Corvalán, autor de la letra: "Les conté la historia de esa música. Les hablé de usted, de las infinitas caminatas que dio para hacerme componer esa canción, que tal vez terminó siendo la de mi destino para toda la vida".
El genio creativo de Alberdi no se limitó a la composición. Influido por Rousseau, desarrolló una doctrina musical que expuso en diversas publicaciones, proponiendo una conexión entre la música, la política y la moral. Para Alberdi, la música no era solo un arte, sino un medio para expresar las aspiraciones de un país en busca de su identidad.
Así, en medio de la censura y las llamas, floreció un espíritu que, lejos de resignarse al autoritarismo, encontró en la música y las ideas un camino para soñar con un futuro mejor.