Cómo almacenar agua en medio del cambio climático

Para enfrentar directamente la crisis climática, nuestro enfoque sobre el almacenamiento de agua debe cambiar. Qué dice el Banco Mundial. El informe de Mari Elka Pangestu, exdirectora gerente de Políticas de Desarrollo y Alianzas del Banco Mundial.

Mari Elka Pangestu

Es difícil mirar por la ventana o leer las noticias sin ver los efectos del cambio climático. Los desastres naturales están ocurriendo con una frecuencia alarmante. El cambio climático está alterando los patrones del clima mundial, desencadenando fenómenos meteorológicos cada vez más extremos, entre ellos inundaciones, sequías y olas de calor, que agravan la escasez de agua y provocan un sufrimiento catastrófico desde Pakistán hasta Estados Unidos y Kenya.

Los riesgos en materia de seguridad hídrica constituyen la mayor amenaza para alcanzar los objetivos de sostenibilidad mundiales. Un calentamiento mundial de entre 2 °C y 4 °C podría llevar a hasta 4000 millones de personas (i) a experimentar algún nivel de escasez de agua. Históricamente, los sistemas de almacenamiento de agua han permitido a los seres humanos prosperar en diversas condiciones climáticas. Sin embargo, a medida que el clima cambia, muchos sistemas de almacenamiento de agua están dejando de ser idóneos, o en algunas regiones ya no son adecuados.

La crisis del agua se ve agravada por el hecho de que el mundo ya está experimentando un incremento del déficit en el almacenamiento de agua, es decir, la diferencia entre el volumen de agua necesario y el volumen de almacenamiento en un momento y lugar determinados. En los últimos 50 años, mientras la población mundial se duplicó, las reservas naturales se redujeron en alrededor de 27 billones de metros cúbicos debido al derretimiento de los glaciares y las nieves, y a la destrucción de humedales y llanuras de inundación. Al mismo tiempo, el volumen de agua almacenada en instalaciones construidas está en peligro debido a que el espacio útil de los embalses se llena con sedimentos, y el mantenimiento de presas, depósitos de agua y otras estructuras artificiales está rezagado en muchas regiones.

En resumen, el almacenamiento de agua en el mundo está disminuyendo justo cuando es más crítico para mitigar los efectos del cambio climático . Si queremos alcanzar nuestros objetivos de adaptación al cambio climático y mitigación de este, la falta de acción no es una opción. Para gestionar la creciente variabilidad hídrica, responder a la mayor demanda de agua debido a las temperaturas más altas y mantener los avances en la seguridad alimentaria y energética, se requiere un cambio fundamental en la manera en que conceptualizamos y gestionamos el almacenamiento de agua. ¿Cómo deben evolucionar los enfoques tradicionales de planificación y gestión del almacenamiento de agua para satisfacer las necesidades cada vez más urgentes del siglo XXI?

La naturaleza debe ser una parte importante de la solución. Más del 99 % del almacenamiento de agua dulce de la Tierra se encuentra en la naturaleza , pero en gran medida se lo da por sentado. Es necesario reconocer colectivamente que el almacenamiento natural como las aguas subterráneas, los humedales, los glaciares y las reservas de humedad en el suelo son fundamentales para la supervivencia, por lo que se les debe proteger y gestionar. Saber lo que tenemos es el primer paso para tomar conciencia del valor de la naturaleza y dejar de agotarla innecesariamente, como ha sucedido durante décadas en muchas partes del mundo.

La creciente incertidumbre provocada por el cambio climático es abrumadora.

Por otro lado, el almacenamiento construido ayuda a compensar la variación en la disponibilidad de agua, para mitigar los impactos de los fenómenos meteorológicos extremos y para proporcionar servicios esenciales, entre ellos abastecimiento de agua potable limpia (por ejemplo, suministro de agua a granel para ciudades en crecimiento), control de inundaciones, energía no contaminante, transporte y riego. El agua almacenada para la producción de alimentos puede ayudar a mitigar los efectos de las sequías, que pueden afectar negativamente la salud y el desarrollo de los más vulnerables durante generaciones. Las empresas con un suministro de agua confiable tienen un desempeño mejor que aquellas con un suministro menos confiable, especialmente en el sector informal. Y, lo que es más importante, las presas hidroeléctricas son una reserva de energía limpia que ayudan a mitigar el cambio climático.

Si bien las comunidades y las economías, grandes y pequeñas, han dependido durante un largo período de soluciones naturales, construidas e híbridas, desde hace mucho tiempo se han desarrollado y gestionado de forma aislada, y eso tiene un costo. Los sistemas compiten entre sí y prestan servicios diferentes a distintas partes interesadas, a menudo separadas por límites o fronteras, lo que conduce a un desarrollo descoordinado o a desembalses y a la reducción de los beneficios totales. Dado que los tipos de almacenamiento natural, como las aguas subterráneas, las cuencas hidrográficas y las llanuras de inundación, a menudo se dan por sentados, no se comprenden bien los servicios que proporcionan a las partes interesadas en una amplia gama de sectores y lugares, lo que conduce a un uso excesivo y a la degradación de los recursos. Algunas inversiones en almacenamiento están demostrando ser desiguales frente al desafío del cambio climático y deben ser modificadas por motivos de seguridad y para que cumplan con los requisitos de desempeño, por ejemplo, para manejar el aumento de las inundaciones. Un sistema diverso que incorpore almacenamiento natural y construido será más resiliente a las crisis relacionadas con el clima que las instalaciones individuales.

Cambiar nuestra estrategia de almacenamiento de agua no es toda la respuesta al cambio climático, sino formular un enfoque integral que reúna a una amplia gama de sectores económicos y partes interesadas, tanto públicas como privadas, y respaldado por inversiones que sea una base sólida para soluciones sostenibles que ayuden a la adaptación al cambio climático. Para lograrlo, las personas de todos los niveles, desde los responsables de la formulación de políticas hasta los encargados de la gestión del agua, deben comenzar a pensar en evaluar, desarrollar y gestionar el almacenamiento de agua como sistemas integrados que consideran todo el espectro de opciones de almacenamiento natural, construido e híbrido para proporcionar soluciones resilientes que permitan proteger a muchas generaciones en vez de instalaciones independientes para un número limitado de partes interesadas.

Basado en las décadas de experiencia global del Banco Mundial con la gestión integrada de los recursos hídricos, Qué nos depara el futuro: un nuevo paradigma para el almacenamiento de agua apoya a los países a medida que desarrollan, operan y fortalecen los servicios de suministro agua. En el informe se proporciona un marco práctico para repensar el diseño de las soluciones de almacenamiento, que incluye herramientas de ayuda desde la evaluación de inversiones a largo plazo en infraestructura natural y construida hasta la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre, las técnicas de planificación integrada y estudios de caso internacionales. Además, las partes interesadas de todos los niveles pueden encontrar lineamientos detallados para comenzar a implementar un nuevo enfoque.

La creciente incertidumbre provocada por el cambio climático es abrumadora. Debemos hacer frente a la realidad de que el pasado no es necesariamente una guía confiable para el futuro; y tenemos que actuar. No obstante, pese a que observamos que en algunas partes del mundo los acontecimientos meteorológicos extremos han borrado en apenas días o semanas los avances en el desarrollo humano alcanzados a lo largo de décadas, queda claro que en el futuro las comunidades y regiones que serán más resilientes son aquellas que han aprovechado al máximo el agua almacenada. A medida que afrontamos los desafíos del desarrollo en el contexto del cambio climático, las soluciones de almacenamiento de agua más inteligentes pueden marcar la diferencia entre el sufrimiento humano y un futuro seguro. Es un camino largo, pero uno que no podemos darnos el lujo de no recorrer.

LA AUTORA. Mari Pangestu es la exdirectora gerente de Políticas de Desarrollo y Alianzas del Banco Mundial. En este cargo, que asumió el 1 de marzo de 2020, Mari Pangestu dirige y supervisa el grupo de investigaciones y datos del Banco Mundial (Vicepresidencia de Economía del Desarrollo), el programa de trabajo de los Grupos de Prácticas Mundiales del Banco Mundial y la función de Relaciones Externas e Institucionales.

Se une al Banco con un excepcional bagaje de conocimientos especializados en materia de políticas y gestión, y tras haberse desempeñado en Indonesia como ministra de Comercio, de 2004 a 2011, y como ministra de Turismo y Economía Creativa, entre 2011 y 2014.

Posee una vasta experiencia de más de 30 años en instituciones académicas, procesos de diplomacia paralela, organizaciones internacionales y el ámbito gubernamental, y trabajó en áreas vinculadas con el comercio internacional, la inversión y el desarrollo en contextos multilaterales, regionales y nacionales.

Más recientemente, fue miembro superior de la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Columbia, profesora de Economía Internacional de la Universidad de Indonesia, profesora adjunta de la Escuela de Políticas Públicas Lee Kuan Yeu y de la Escuela de Políticas Públicas Crawford de la Universidad Nacional de Australia, así como miembro del Directorio de la Oficina de Investigaciones Económicas de Indonesia (IBER) y del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de Yakarta.

Pangestu goza de gran prestigio como especialista internacional en una amplia gama de cuestiones de alcance mundial. Se desempeñó como presidenta del Consejo de Administración del Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI) en la ciudad de Washington y como asesora de la Comisión Mundial sobre la Geopolítica de la Transformación Energética de la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) en Abu Dhabi. Su trayectoria en directorios y grupos de trabajo incluye el Consejo Asesor de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN) de las Naciones Unidas; la copresidencia del grupo de especialistas del Panel de Alto Nivel para una Economía Sostenible del Océano; el grupo de especialistas de la iniciativa sobre salud de la Organización Mundial de la Salud; la Iniciativa para un Acceso Igualitario; el cargo de comisionada para la Iniciativa de Desarrollo con Bajo Nivel de Emisiones de Carbono de Indonesia, y la participación como miembro del Directorio Ejecutivo de la Cámara de Comercio Internacional (ICC). También integró el directorio de diversas empresas privadas.

Cursó los estudios de grado y la maestría en Economía en la Universidad Nacional de Australia, y obtuvo su doctorado en Economía en la Universidad de California en Davis. Está casada y tiene dos hijos.

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