El retorno del vino suelto
La venta de vino suelto no es nueva y tiene historia. Aquí la cuenta el historiador Pablo Lacoste. Un recorrido por el tiempo, aunque también las vivencias personales en torno a una experiencia que invita a vivir más al vino que a su envase.
La posibilidad de comprar el vino suelto puede ser un excelente camino para mejorar la calidad del vino que tomamos diariamente. Porque el dinero que pagamos será exclusivamente por el vino, en vez de diluirse en sus vestidos: botella, corcho, etiqueta, contra etiqueta, collarín, etc. Además, se bajarán sensiblemente los costos de embotellado y fletes: es mucho más económico trasladar 225 litros en una barrica que en 300 botellas.
La venta del vino suelto, en damajuanas y otros envases retornables es una exitosa costumbre en aquellos países donde se preserva la cultura del vino. Basta recorrer pueblitos de zonas vitivinícolas de Europa, para observar que esta práctica se mantiene viva. Recuerdo haber visitado una pequeña bodega en La Rioja española, y ver cómo brillaban los ojos del viticultor cuando nos cargaba un recipiente con sus valiosos vinos. ¡Era una delicia! !Y a por un módico precio!
En este contexto, el vino se aprecia por su calidad intrínseca, y no por la imagen creada artificialmente a través del marketing, muchas veces engañoso.
La cultura de comprar vino suelto tiene su tradición en Argentina. Cuando yo era niño en Mendoza, mi padre me enviaba en bicicleta hasta la bodega Guariento, en la calle Arenales de Guaymallén, con dos damajuanas de cinco litros a comprar el vino. Ya de adulto, con mis amigos nos gustaba ir con botellas vacías a comprar vino a la bodega Norton. Eran formas de acceder a vinos de alta calidad, de forma económica.
Estos sistemas eran comunes en la época colonial, cuando las carretas llevaban el vino desde Mendoza hasta las pulperías de Buenos Aires. En los siglos XVII y XVIII las carretas llevaban el vino en 20 botijas de 72 litros de capacidad. Hacia fines del siglo XVIII, las botijas se comenzaron a sustituir por pequeños barriles de madera. Los arrieros podían cargar dos barriles en cada mula. Las largas caravanas de carretas y mulas cargadas con vino se convirtieron en parte del paisaje cultural de las pampas rioplatenses.
En Buenos Aires el vino se vendía al público en forma "suelta": los vecinos concurrían a comprar con jarras, botellas y otros envases retornables. Las preferencia no eran por marca, sino por lugar de origen. Los vinos de Mendoza tenían mayor demanda y mejores precios.
A fines del siglo XIX, con la expansión de los ferrocarriles, el vino se expendía en "bordelesas", que eran barriles de madera de unos 225 litros de capacidad. Estos barriles se vendían a restaurantes, tiendas y proveedurías. El despacho de estos barriles estuvo vigente hasta la década de 1960. Posteriormente, el sistema se prohibió.
¿Qué ocurrió? ¿Por qué se perdió la cultura de vender el vino suelto?
Hubo dos motivos. Por un lado, el abuso de los comerciantes deshonestos, que adulteraban y diluían el vino.
Por otro, la presión de las grandes fábricas de vino, que pugnaban por imponer sus marcas.
La resultante de esos dos actores, generó la prohibición de la venta de vino suelto.
¿Qué significa la venta del vino suelto? Corresponde a una forma de organización social de tipo comunitaria y tradicional, anterior a la sociedad de masas.
La sociedad de masas se caracteriza por el anonimato, la pérdida de vínculos personales y el aislamiento del individuo-consumidor frente al mercado.
Dentro de la sociedad de masas, desorientado ante su soledad, el consumidor se inclina por las marcas, en busca de seguridad.
¿Podemos volver a vender vino suelto? Puede ser, siempre y cuando ello vaya acompañado por la recuperación de los valores y estilos de vida propios de una comunidad, en la cual, el tabernero construye un vínculo de confianza con su parroquiano. Entre ellos hay mucho más que una relación comercial. Si logramos reconstruir esos vínculos, la venta del vino suelto va a ser un gran éxito.
Me imagino el ambiente de los barrios gastronómicos de Mendoza, con sus bodegones exhibiendo las barricas de madera desde las cuales se sirve el vino en copas, jarras o damajuanas, recreando la atmósfera de una comunidad que siente la cultura del vino.
EL AUTOR. Pablo Lacoste. Académico de la Universidad de Santiago. Autor de "La vid y el vino".