Por qué y para qué nos enfermamos

El Dr. Eduardo Da Viá analiza la situación que más confunde a la humanidad: estar enfermos.

Eduardo Da Viá

Para plantear el tema es necesario definir la enfermedad y su polo opuesto la salud, dado que la pérdida parcial o total, transitoria o permanente de ésta, es la enfermedad, por lo que es ineludible definir la salud.

Tarea nada fácil y que ha sufrido numerosos enunciados, pero a los fines de este escrito, prefiero atenerme al ya clásico concepto de la OMS cuando define Salud como "un estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades". Dicha definición entró en vigor en 1948, y si bien ha sufrido numerosas críticas, es al día de hoy la más conocida y aceptada globalmente.

La Organización Mundial de la Salud establece que "el goce máximo de Salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano".

En el momento actual, esta visión del concepto de Salud parece novedosa, pero Aristóteles en sus postulados ya establecía que el ser humano tiende a la Eudaimonía (felicidad) y esto, puede equipararse a que todo ser humano dirige sus actos hacia el mantenimiento de la Salud, por cuanto la salud, según la definición de la OMS es la que nos brinda la sensación de felicidad.

La enfermedad es ubicua en todo el planeta tierra y afecta tanto lo animado como lo inanimado, vale decir a todos los reinos aceptados actualmente y que en ocasión de nuestros inicios como estudiantes de nivel primario eran solamente tres: mineral, vegetal y animal.

Actualmente, los seres vivos se clasifican en siete reinos.

En todos los reinos, incluidos no solo los de los seres vivos sino también el de orden mineral, existen victimarios y víctimas, siendo éstas las que desarrollan enfermedades producidas por los primeros.

Sí, los minerales también enferman en mi opinión, y para dejar ya de lado este tópico me limito a dar un ejemplo: cuando en el interior de una roca aparentemente estable yace un núcleo con un coeficiente de dilatación superior al de la corteza que lo rodea y por razones climáticas queda expuesta el tiempo necesario al sol, al dilatarse por su efecto el núcleo, puede con facilidad fracturar la roca e incluso hacerla explotar en pequeños trozos; pues bien esa partición inesperada con la consiguiente pérdida de la configuración secular buen puede considerarse una enfermedad según mi criterio.

Pero el tema concreto que pretendo discutir es el de la capacidad patógena, vale decir generadora de enfermedad que cada uno de estos reinos posee y que puede ejercerla tanto sobre sí misma como en los integrantes de los otros reinos.

La lista de causas de enfermedad es casi infinita y para colmo cambiante a medida que el entorno a su vez sufre modificaciones que resultan generadoras de nuevas causas, su agravamiento y hasta su desaparición en casos afortunados.

El hecho concreto es que en cada reino ocurre de vez en cuando que uno de sus miembros sufre una modificación (mutación) y se transforma en nocivo para sus propios congéneres; en otros casos, son los miembros de otro reino que resultan dañinos para los integrantes de otro grupo taxonómico, por ejemplo bacterias causantes de enfermedades desde leves hasta mortales en plantas y animales.

La clave de mis devaneos acerca del tema es cuándo aparecieron estos maléficos habitantes en nuestro planeta, si existieron desde siempre o fueron producto de la evolución natural que luego ampliaremos.

A esta altura de este ensayo no hay dudas que debemos adentrarnos en el muy difícil y controvertido tema del origen de la vida.

Sabidos es que existen dos posturas antagónicas: CREACIONISMO Y EVOLUCIONISMO.

Las primeras teorías sobre el origen de la vida la adjudicaban a la voluntad divina.

Las primeras explicaciones que el ser humano se planteó respecto al origen no ya de la vida solamente, sino también del universo, partían de su concepción religiosa del cosmos. Según este punto de vista, existían deidades antiguas, creadoras, mantenedoras y destructoras del universo, responsables de la creación de todo lo que existe y en especial de los seres vivos, entre los cuales el ser humano ocupaba el lugar del hijo favorito.

Este abordaje se halla contenido a su manera en todos los grandes textos religiosos, como la Biblia, el Corán, el Talmud, el Popol-Vuh, etcétera. En ellos, uno o varios dioses eran los encargados de crear a la humanidad a partir de elementos inanimados, como el barro, el maíz o la arcilla.

Al contrario de lo que podría pensarse, semejante punto de vista fue sostenido hasta prácticamente la Edad Moderna, por las grandes religiones monoteístas y sus respectivas iglesias, entre las cuales la Iglesia Católica jugó siempre un rol central en Occidente.

Según el dogma cristiano, la vida en la Tierra fue creada por Dios a lo largo de los siete días que demoró en hacer el universo todo por voluntad propia. Así creó también al ser humano: Adán, hecho de barro a su imagen y semejanza, y Eva, creada a partir de una costilla de Adán. Dios creó sus cuerpos y creó sus almas, y les permitió reproducirse para poblar y trabajar la Tierra, convirtiéndolos en señores del resto de los seres vivientes.

En este famoso enunciado hay incógnitas sin aclarar, por ejemplo, 1) cuál era la duración del día en aquellos momentos; 2) "a su imagen y semejanza", nunca nadie vio a Dios de tal suerte que las representaciones artísticas de Dios son concepciones humanas y al parecer fue copia de la estatuaria griega, en especial las diferentes esculturas que representan a Zeus; 3) no hay explicación para la toma de una costilla de Adán como material para crear a Eva, habiendo sido mucho más sencillo hacerla también de barro.

"La Creación", de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina de la Basílica de San Pedro, Vaticano.

Según el relato bíblico, Dios creó el universo en siete días, haciendo lo siguiente en cada uno de ellos:

Primer día: Separó la luz de las tinieblas, y llamó a la luz día y a las tinieblas noche.

Segundo día: Dividió las aguas del cielo (las nubes) de las aguas de la tierra (mares, océanos, ríos).

Tercer día: Separó los mares y océanos de la tierra firme y las plantas.

Cuarto día: Creó el sol, la luna y las estrellas.

Quinto día: Creó peces, aves y animales.

Sexto día: Creó al hombre y la mujer.

Séptimo día: Descansó de su obra y lo declaró día sagrado.

En conclusión Dios creó todo lo conocido y lo por conocer aún.

Lo cierto es que creó la vida y que ésta tiene la característica fundamental de ser capaz de replicarse, vale decir que cualquier ejemplar vivo puede generar otro similar en todos sus aspectos y así sucesivamente asegurar la continuidad de la existencia.

En tanto los evolucionistas están convencidos que la vida sobrevino al azar dadas una serie de coincidencias témporo espaciales.

Para los evolucionistas, la vida actual es el resultado de un proceso de cambios graduales que se han producido a partir de antecesores comunes.

Los primeros organismos vivos fueron unicelulares y similares a las bacterias. Los primeros organismos pluricelulares aparecieron hace unos 610 millones de años.

La teoría evolucionista moderna se basa en la teoría de la evolución por selección natural, propuesta por Charles Darwin en su libro El origen de las especies en 1859.

En cuanto al origen de la vida en la Tierra, los científicos creen que los primeros indicios de vida microbiana surgieron hace unos 3500 millones de años. Algunas hipótesis sobre cómo se originó la vida son:

Que se formó a partir de rayos

Que surgió en respiraderos de aguas profundas

La teoría de la abiogénesis, que afirmaba que la vida podía surgir espontáneamente de la materia no viva, fue refutada por científicos como Louis Pasteur.

Volviendo por fin al tema que nos interesa, el porqué de las enfermedades, la respuesta puede variar según que corriente elijamos para explicarlo.

En el caso de los creacionistas, las enfermedades, en especial las infecciosas, causadas por microorganismos patógenos, como bacterias, virus, hongos, protozoos, parásitos o priones, pueden propagarse de una persona a otra, de un animal a otro o de un animal a una persona.

Pero lo notable es que están diseñadas para producir enfermedades, la mayoría de las cuales con su agente hoy identificado lo que ha permitido desarrollar tratamientos efectivos y en muchas de ellas vacunas que evitan su accionar deletéreo sobre los demás seres vivos.

La existencia al parecer adrede de estos agentes se da de narices con la tan repetida virtud del Creador de ser infinitamente bueno, y si lo es y admite que se equivocó tampoco es infinitamente sabio y bueno. Así al menos para el creacionismo cristiano.

Peor aún, la humanidad en particular y todo los seres vivos en general, debieron sufrir enfermedades en toda su gama de peligrosidad para la vida y causantes de verdaderas torturas mediadas por el dolor corporal o espiritual, durante miles de años, hasta que la ciencia, paso a paso fue develando misterios insondables y puso en superficie causas y formas de combatirlas.

Esta inexplicable demora en descubrir orígenes y terapias, da por tierra con el concepto de infinitamente justo, sin necesidad de explayarnos en el tema.

Si en cambio, entendemos por Dios, no el de los cristianos, sino una fuente energética toti potencial, carente de las nociones del bien y del mal lo cual lo eximiría de culpa por haber creado entes dañinos sin otro destino que el provocar enfermedades; entonces sí podría admitirse en principio y como tema de discusión, la existencia de un creador, pero imperfecto.

Hablar del origen de la vida es absolutamente necesario si pretendemos explicar el origen de las enfermedades, dado que éstas, al parecer son coetáneas con la existencia de seres vivos sobre la Tierra; y es justamente aquí donde los evolucionistas carecen de una explicación plausible, en tanto a los creacionistas les basta con el "Soplo Divino" para explicarla, claro que sin entrar en detalles.

En cuanto a los entes productores de enfermedad en los seres vivos, todo indica que lo fueron ab initio, vale decir el bacilo de la tuberculosis siempre fue causal de la enfermedad que le caracteriza, nadie ha podido demostrar que este bacilo inicialmente era inocuo y luego por un proceso no bien aclarado se transformó en patógeno.

De tal suerte que creado o producto de la evolución solo sirve para provocar daño lo que nos lleva a preguntarnos nuevamente el porqué de su existencia.

Otro tema misterioso es el de las malformaciones congénitas, vale decir hijos de padres sanos que nacen con defectos físicos de gravedad variable incluso incompatibles con la vida.

Para los creacionistas ese niño estaba destinado a nacer defectuoso por decisión del Creador, sea este el que fuere; en tanto lo evolucionistas apela a la mutación genética para explicar el fenómeno, pero sin aclarar tampoco el porqué del cambio en la secuencia genética. Puede aquí argüirse que el medio ambiente podría ser responsable al menos en parte, tal como se ha demostrado en poblaciones sometidas a contaminación ambiental de cancerígenos de larga duración. Pero no todos desarrollan la enfermedad, de la misma manera que padres que generan un niño con síndrome de Downy luego continúan su descendencia con niños absolutamente normales a pesar de no haber cambiado de ambiente.

No hay mucha bibliografía acerca de porqué existen entes dañinos cuya única justificación para su presencia en la tierra es la de producir enfermedades, quizá porque como me ocurre a mí, carecemos de explicación.

Como ejemplos paradigmáticos puedo mencionar a los mosquitos, quienes que yo sepa no traen beneficio alguno, y sí en cambio son vectores de graves enfermedades.

Mucho peor todavía es indagar sobre PARA QUÉ enfermamos.

Hay quienes sostienen que la razón es el mantenimiento de una población mundial dentro de números que les permita acceder al bienestar.

Demás está decir que esto es una pobre falacia, con solo mirar el mapa de la pobreza, la desnutrición y la ignorancia de más del 30 o 40% de los humanos.

También pude argumentarse que la muerte, mediada por enfermedades, es un gran factor regulador, pero yo les respondo que bien podría ser la mera vejez, sin deterioro y sin dolor y eso sin entrar a discutir los cientos de enfermedades infantiles que conllevan atroces sufrimientos a seres inocentes y a sus respectivos padres.

En definitiva, si los agentes patógenos son producto de la evolución y la selección natural, es obvio que la naturaleza no es tan sabia como se dice, dado que es capaz de engendrar entes que la dañan a sí misma y a veces en forma catastrófica como lo demostró la reciente pandemia.

Si por el contrario han sido deliberadamente creados para dañar, tema sobre el cual los creacionistas no abren la boca, no hay duda que el creador es un ser, fuente energética o lo que fuere, muy diferente del que nos venden cuando niños, tiene una veta maligna que pareciera solazarse con el sufrimiento de los por él mismo creados.

Posiblemente el peor producto de cualquiera de los sistemas creadores ha sido el hombre.

Es el único ser que daña por placer, que se regodea con la aplicación de torturas de su propia invención; que medra precisamente de las enfermedades ganando cifras astronómicas con el desarrollo de nuevas terapias; que induce el temor para que la víctima consuma su producto milagroso que le prolongará la vida e incluso que lo hará retroceder en el calendario hasta los años de su mejor estado.

Hoy la industria de productos anti edad es parte importantísima del arsenal supuestamente terapéutico con que cuenta la humanidad, toda una infame mentira que explota el rechazo a la vejez o gerontofobia que padecen los pobres e ignorantes humanos.

Para finalizar y brindar una conclusión, les comento una reunión reciente con un grupo de amigos, en la cual me declaré acérrimo enemigo del dolor asociado a enfermedad y no como mecanismo de defensa; con esa tesitura pregunté a mis contertulios por qué el cáncer debe doler además de destruir lenta y penosamente al paciente.

Alguien me respondió: y por qué no.

Yo respondí porque nosotros no solicitamos ni nacer ni quedar inmersos en un planeta todavía en formación y plagado de infinidad de peligros.

Muy distinto es padecer dolor después de una cirugía estética solicitada y pagada con creces, a sufrir dolor por la erupción de un volcán productor de daño físico a miles de inocentes y tanto más cuanto más pobres dado que tienen menos posibilidades de huir o guarecerse.

Como médico he enfrentado a la enfermedad durante más medio siglo y sostengo que la enfermedad es injusta y desafío a evolucionistas y creacionistas a que esgriman razones valederas para su existencia.

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