El abrazo
Isabel Bohorquez plantea en esta nota una fuerte y oportuna reflexión sobre la tolerancia.
¿Cuántos gramos pesa mi alegría?
¿Cuánto pesa el miedo a ser feliz?[1]
Conozco a Claudia Candini desde hace muchos años.
De cuando mis hijos siendo pequeños iban a karate, de la ciudad, de ser contemporáneas.
Las vueltas del destino nos pusieron a trabajar juntas en una misma repartición del Ministerio de Educación y compartimos proyectos y entusiasmos por hacer cosas.
Mi recuerdo de ella es la de una persona con una actitud franca, curiosa, atenta, lúcida, serena. Con una mirada abierta al mundo. Cálida, afectuosa. Su sonrisa siempre gentil y generosa.
Claudia fue para mí, de esas personas en las que se puede confiar y pensar en voz alta.
De tanto en tanto la cruzo por las calles de la ciudad y conversamos un rato. Chau, chau, y cada una sigue su camino.
Ayer entré al banco para hacer un trámite y me encontré con una escena que me perturbó: vi a Claudia sentada en silencio mientras una mujer la increpaba violentamente y a viva voz.
Los guardias no intervinieron (cosa que me pareció mal porque si te ven con celular en la mano van corriendo a penalizarte como si fueras el bandido más peligroso del planeta y en esta ocasión permanecieron mudos y quietos).
Me acerqué rápidamente y la abracé. Fue espontáneo. El abrazo, como una envoltura protectora.
Miré a la mujer agresiva como para fulminarla, tensé el cuerpo y me enderecé en actitud de que si buscas pelea acá te recibo con gusto.
Nunca me trabé en lucha con nadie, pero estoy totalmente persuadida que adentro mío, late un instinto que está listo para reaccionar.
Nos sentamos juntas y conversamos al tiempo que le mostraba fotos de mi familia (ahora que lo pienso el guardia no se me acercó a protestar por el uso del celular) y mientras la mujer continuaba sus insultos y gestos obscenos, alcancé a identificar que le gritaba lesbiana con desprecio.
Estuve a punto de ponerme de pie y sinceramente mi impulso interno fue el de propinarle un buen golpe. Aunque permanecí sentada, mirándola fijo, creo que leyó el lenguaje corporal y a pesar de ser ella alguien bastante corpulenta, decidió irse sin privarse de nada, por supuesto. Hasta se despidió con un fuck you, con el dedo en alto
Me dolió todo. Y me dolió la palabra lesbiana proferida con tanto repudio.
Me sentí como una especie de techito improvisado intentando cubrir como fuera la intemperie que provoca la intolerancia, el rechazo, incluso el riesgo frente a una sociedad que puede tomarse la atribución de decidir que la violencia y el aborrecimiento alcancen legitimidad por alguna especie de fundamentación.
Y sentí que Claudia no se merece eso.
Ninguna Claudia.
Ninguna persona.
Nadie se merece que la traten mal, la insulten y la humillen porque alguien se siente con razón y derecho para hacerlo.
Este es el eje -para mí- donde hace base una sociedad que se humaniza. Y a partir de ahí discutamos cualquier cosa.
¿Cómo aceptar un mundo que se puede tornar tan oscuro y pertinaz al punto de decidir quien tiene cabida y quien no y de qué manera?
Pienso en tantas expresiones de intolerancia, tantas, que cuestan vidas, que mutilan y que enajenan porque pretenden basarse en un núcleo de principios que le imponen al resto, incluso con pretextos liberadores...
Pienso en tantas revoluciones que han agobiado existencias, silenciado biografías y torcido destinos por el solo hecho de adueñarse de la vida ajena...
No hay religión que escape a este crimen.
Tampoco hay ideología que no deba revisar su ombligo para encontrarles la pelusa a tantos sesgos y actos injustos.
¿Cómo vivir en paz en un mundo así? ¿Que inevitablemente parece errarle por el mismo lado, el del autoritarismo y la incomprensión?
¿Cómo hacerle un espacio a la ternura y a la empatía? porque se trata simplemente de eso...
Todos le pifiamos en algo y no hay forma de ser perfectos. Ya que no se trata de eso, sino de volverse mejores. Y en eso de ser mejores, la cuestión es ser más humanos.
Basta de clasificaciones injustas, inmerecidas, incluso absurdas.
He escuchado categorizaciones de las orientaciones sexuales, por ejemplo, supuestamente elaboradas para comprender y defender la diversidad, que merecen el olvido y que no reflejan el camino interno, absolutamente íntimo y propio que hace una persona a lo largo de su vida.
Basta de ideologías que se arroguen la verdad de las cosas.
Cualquier ideología.
Todas resultan sábanas cortas si terminan en el mismo callejón de la diferencia.
La cuestión -para mí- es que todos somos uno.
Me gusta la palabra todos por eso. Porque me remite a totalidad donde el uno es más que la singularidad, representa unidad, indisoluble, indivisible. Todos somos uno y cada uno es el otro. Aunque quiera surtirle una trompada a esa señora rabiosa, desconocida y desagradable porque le está haciendo daño inmerecidamente a alguien indefenso frente a su andanada.
Ahora bien, hacernos cargo de esa unidad es una responsabilidad sublime, máxime si se hace con el consentimiento de que cada uno, siendo unidad, conserve su singularidad y su libertad.
Dicen Boris Cyrulnik y Edgar Morín en sus Diálogos sobre la naturaleza humana:
(Edgar Morín) "Tomemos un ejemplo musical que me gusta mucho, el flamenco. Este canto me parecía lo más puro y autentico que hay...En realidad, tiene orígenes indios, iberos, árabes, judíos. Eso es precisamente lo que propició algo original, que además es el mensaje cantado del pueblo gitano. Por supuesto el flamenco corría el peligro de disolverse, pero si hoy ha resucitado es porque hubo gente que se empeñó en mantenerlo. Esto significa que una cultura puede diversificarse, que el mestizaje es creador de nueva identidad. Hay que vivir el problema de la identidad como una poliidentidad concéntrica (...) se trata de vivir estas solidaridades a escalas que antes no existían, como la solidaridad europea que se trata de constituir sin destruir ni disolver las solidaridades a escala nacional. También hay, lo repito, otra solidaridad, una solidaridad humana, terrestre. No hay que ver estas solidaridades como antagónicas sino más bien como complementarias. La idea de exclusión es atroz. Las identidades están hechas de integración. En el fondo de mi yo, de mi yo mismo, hay otros yo. Están mis padres, que no son yo (llevo el apellido de gente que ni siquiera he conocido) También está la influencia de la gente que me ha alimentado, que llevo dentro, todos los que caben en mí, en mi yo, que pueden enriquecer mi identidad. Tiene usted razón, un mundo en el que no se comprendiera al otro, en el que lo percibiéramos como enemigo, cerrándonos a él, es un mundo del horror. Creo que abrirse a sí mismo y abrirse al otro son efectivamente las dos caras de la misma moneda.
(Boris Cyrulnik) "Se necesita ser uno mismo para encontrarse con otros"[2]
Hay que comprometerse con un objetivo así... Tan mayúsculo que seguramente nos sobrevivirá. Y, sin embargo, tan cercano, que nos involucra en los actos cotidianos, pequeños, minúsculos, apenas el palpitar de las alas de una mariposa...
Dice Emmanuel Levinas en su obra [3]
Ayer, en el episodio lamentable del banco, habitaron dos mundos en un mismo espacio, el de la comprensión y el de la incomprensión. Cada uno elige a cuál darle cabida.
A veces triunfan la indiferencia, el miedo, la rabia desatada como un relato salvaje e incongruente. Injusto e innecesario.
A veces triunfan los abrazos.
Claudia, te abrazo nuevamente en estas palabras. . .
Abrazo tu sonrisa amplia y brillante.
Abrazo tu mirada serena.
Abrazo tu libertad para ser vos misma.
Abrazo tu valentía para concretar tus sueños.
Y abrazándote, me abrazo, me encuentro con vos y conmigo en una mejor versión de ambas.
Siendo vos y yo, en un mundo donde es posible la unidad y la paz.
Y por eso mismo...
Feliz Navidad
[1] La Oreja de Van Gogh, Canción Perdida, 2006
[2] Boris Cyrulnik, Edgar Morín, Diálogos sobre la naturaleza humana. Ed. Paidós, Bs As., 2005, p.60-61,
[3] Emmanuel Levinas, Difícil libertad. Ensayos sobre el judaísmo, Ediciones Lilmod, Bs As 2004, p.18