Análisis

La falacia de la Ficha Limpia

¿Qué tienen en común La Libertad Avanza, el Kirchnerismo y el amplio espectro de los partidos políticos al momento de acompañar la ley en la que interviene la justicia? El temor.

Que ganó la corrupción, que tienen miedo, que ganó la impunidad. Que en este país no se puede, que siempre lo mismo, que siempre son los mismos. Que "allá" no pasa, que son todos unos chorros, que es una vergüenza. Esta semana, la Cámara de Diputados no dio el quórum necesario para poder votar la ley de Ficha Limpia, la que resumidamente impide que las personas con condenas confirmadas por la Cámara de Casación se presenten a competir en elecciones. Entre los ausentes que no dieron el número hubo de todo: radicales, kirchneristas, peronistas, oficialistas y diputados de izquierda no bajaron por segunda vez para debatir la propuesta presentada por la diputada del PRO Silvia Lospennato.

El jueves, cuando los legisladores se disponían a tratar la ley, apenas alcanzaron las 116 voluntades para poder discutir el tema y todo quedó en la nada. O mejor dicho, ahí fue cuando todo comenzó: versiones y acusaciones cruzadas, insultos, chicanas y desorden en los bloques, en donde las acusaciones de traiciones, pactos subterráneos y complicidades estuvieron a la orden del día.

El mensaje en redes de la oposición nucleada en torno a la figura de Cristina fue claro: si bien se argumentaron todo tipo de explicaciones legales y aburridas, la ley no es otra cosa que una manera de prescribir a la líder del PJ de las urnas de cara al futuro. Por su parte, el oficialismo comenzó tensionado por los "diputados traidores de su bando" que no dieron quórum, para luega dar una vuelta de carnero y caer en la misma explicación pero a largo plazo: un futuro gobierno kirchnerista podría inventar cualquier causa y sacar a "Javito" del juego. Quienes postulan a Axel Kicillof como principal opositor al gobierno también señalan alguna jugarreta parecida.

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El cambio de posición del Gobierno fue cuestión de horas: en un primer momento se plegó al discurso del PRO (que quedó en una posición discursiva más sencilla) sobre las traiciones y apuntó contra los diputados ausentes a la sesión. Sin embargo, con el pasar de las horas, el Gordo Dan (líder espiritual del gobierno en las redes sociales) fue quién comenzó con la idea de que ficha limpia podría ser un arma contra la democracia: puso los ejemplos de Trump y Bolsonaro y llevó a su séquito a bajar esa línea interna.

 

 

La autora del proyecto Silvia Lospennato habría hablado con el presidente Javier Milei, el cual le marcó "problemas técnicos" y le habría prometido una "ficha limpia más limpia", la cual no podría ser usada como una herramienta feudal para extender el poder en algunas provincias y sacar de la cancha opositores. Fue el presidente quien terminó redondeando la posición final del gobierno y Guillermo Francos cerró el tema argumentando que "hay que derrotar a Cristina en las urnas".

De esta manera, las posturas de oficialismo y oposición quedaron emparejadas, con actores distintos y con figuritas diferentes, pero con el mismo espíritu: la Ficha Limpia puede ser una amenaza para la democracia porque permite que, con cualquier causa, saquen a algún peso pesado del campo de juego.

Ahí nace la gran falacia: el miedo a la Ficha Limpia no radica en su escrito, ni tampoco en sus artículos. No hay quejas de parte de lo que dice: quiero creer (espero), que nadie quiere un delincuente condenado en el gobierno, de ningún lado ni color político. El temor es a la herramienta, a una justicia corrupta, al entramado interno de un sistema. No es no querer llevar transparencia a las urnas, es el temor a que el otro use el juguete para destruirnos con una "causa inventada".

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No es un problema moral, no es un tema de honestidad, es temor político. ¿Y de dónde nace ese temor? De la propia oscuridad que tiene el sistema. "Un juez te arma una causa" debe ser de lo más leído en las redes sociales en estos días, partiendo de la premisa que marca a la justicia como un organismo a disposición del poder político de turno y puede ser usado como un arma de destrucción de partidos políticos.

La justicia tiene sus oscuridades (muchas) e ineficiencias, pero el temor al funcionamiento de las instituciones no puede ser un argumento a esgrimir en estos casos. Nadie quiere delincuentes en el gobierno, pero tampoco podemos crear las normas en base a la desconfianza plena que se ha ganado (con motivos) el sistema judicial argentino. Los condenados no deben ni pueden manejar un país, pero no podemos tener la conciencia tan sucia de creer que la herramienta que busca controlar esto va a ser usada indefectiblemente de mala manera. O, a lo mejor, no podemos ser tan ingenuos de no creerlo. 

 

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