Guillermo Mosso

Combatiendo al capital 2.0

El diputado Guillermo Mosso hace foco en torno a la prédica de culpar al que genera riquezas y empleo de los males argentinos y castigarlos con más carga impositiva.

Últimamente asistimos a una serie de hechos que vuelven a desnudar el desconocimiento de la realidad económica que tienen muchos actores políticos. Con declaraciones y propuestas, han realizado ataques contra aquellos agentes económicos que crean empleo y generan riqueza en el país. Algunas de estas ideas están orientadas a recaudar más y otras tienen el propósito de vetar actividades o simplemente de ingresar a compañías privadas. En todos los casos reproducen los prejuicios contra el capitalismo y la libre empresa.

A muchas personas no les gusta el capitalismo, sistema en el que viven y del cual se benefician gracias a los desarrollos y externalidades que generó y que, con el correr de la historia se fueron incorporando a la vida diaria. Para esas personas, los avances tecnológicos, medicinales y alimenticios, entre otros tantos, están tan naturalizados que forman parte del set up de la sociedad y no del fruto de las iniciativas y los esfuerzos realizados por talentos emprendedores, durante el transcurso de los siglos, en un ciclo iterativo de producción con trabajo, capital y conocimiento.

Si, como decía Winston Churchill, la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, el capitalismo es entonces el menos imperfecto de los sistemas de acumulación y producción, porque permite el crecimiento, la movilidad social ascendente y sacar gente de la pobreza como ha venido ocurriendo en las últimas décadas, especialmente en el sudeste asiático. Y es el mismo capitalismo el que con seguridad terminará produciendo la vacuna contra el Covid-19 y generará la recuperación económica mundial en la casi totalidad de los países del mundo, con un apoyo inicial de los estados a las empresas.

En esta sinergia, necesaria para salir de la crisis, el Estado debe ser un malacate que ayude y traccione al sector privado para salir de la ciénaga, y no un yunque que le haga la carga más pesada. Por eso, es necesario cambiar la dinámica de los acontecimientos, despojarse de preconceptos y entender que tenemos que apuntalar comercios, pymes y empresas para mantener el empleo y sus actividades económicas.

En este sentido, nada ayuda el presidente cuando llama "miserables" a algunos empresarios, pero termina ofendiéndolos a todos. Quizás, eso fue un "piedra libre" para que se iniciara una escalada de declaraciones y propuestas que atacan a la iniciativa privada, a las empresas y a los empresarios.

En este contexto sale a luz el proyecto de Carlos Heller y Máximo Kirchner de crear un nuevo impuesto a las grandes fortunas por única vez. Aunque algunas medidas similares se estén analizando en otros países, la historia nos enseña que, cuando se establecieron impuestos por emergencias, excepcionalidades o transitoriedad, siempre terminaron siendo una nueva habitualidad tributaria. Pasó con Ganancias, la tasa de IVA, Bienes Personales y Débitos Bancarios con la crisis del 2001, por ejemplo. Así, logramos tener un sistema con 166 impuestos que genera una presión asfixiante y obliga a lidiar con una tremenda maraña burocrática. La diferencia es que, mientras este remedio extraordinario lo evalúan estados eficientes y administraciones creíbles de otros países, en la Argentina lo piensa un gobierno que no ha eliminado gastos estatales innecesarios -como, por ejemplo, la campaña para publicitar que paga el 50% de los salarios- ni ha demostrado empatía con la población a la hora de reducir los sueldos de los empleados políticos, como se hizo en Mendoza y en Uruguay.

Como si todo esto no fuera poco, se suma la diputada Fernanda Vallejos con su intención de entrar al capital accionario de las empresas que reciben ayuda económica del Estado. Dicha ayuda, que es una asistencia que puede tomar la forma de un subsidio o de un préstamo, no es la ejecución de una deuda impaga y mucho menos una venta forzosa. A todas luces, esta medida es innecesaria, puesto que, lo que se podría hacer, es generar títulos de deuda a favor del Estado o emitir acciones preferidas que oficien de garantía del repago de la ayuda en el caso que se decida no subsidiar.

La Doctrina Drago estableció que los Estados no pueden hacer uso de la fuerza para cobrarse las deudas financieras de una nación soberana. Sin embargo, de aprobarse esta propuesta el Estado Argentino estaría violentando la soberanía personal de los individuos y avanzando sobre sus derechos, como si la defensa de la soberanía política de un país no dependiera de la defensa irrevocable de los derechos de los ciudadanos que lo integran. Probablemente la diputada puede haberse inspirado en el shakesperiano Shylock de "El mercader de Venecia", cobrando deudas con la propia carne de las empresas: su capital. Pero no, esto no es más ni menos que un intento de colonizarlas.

Agreguemos además algunos requisitos que se impusieron para acceder a las ayudas, como la prohibición de distribuir utilidades. Inicialmente, esta exigencia estaba destinada a determinado tipo de empresas, pero luego se extendió a todas, sean pymes o corporaciones. Esto termina afectando el giro operativo de las empresas, obligándolas a tomar decisiones que pueden generar más perjuicios en una situación en las que, recordemos, las puso un Gobierno que -si bien no es responsable de la pandemia-, paralizó la actividad comercial, obligó el pago de sueldo sin ventas, prohibió los despidos y no redujo ni eximió impuestos.

Para seguir sumando a esta cruzada anticapitalista y antiempresaria, el ministro de Ambiente Juan Cabandié en las últimas semanas se despachó contra la posibilidad del desarrollo de la minería metalífera (la "megaminería" del slogan), condenó el petróleo no convencional ("el fracking es un mal necesario") y criticó el uso de agroquímicos en la agricultura ("el veneno del glifosato"). De la contradicción de este funcionario con otros miembros del gabinete nacional como el secretario de Minería, podríamos decir benévolamente que es parte del equilibrio de fuerzas de la cohabitación entre la autoridad nominal del albertismo y el poder real del cristinismo. Pero la cosa es más seria. Porque Cabandié y su visión ambientalista de escritorio de CABA, irrespeta las vocaciones productivas de Cuyo, la Patagonia, el Centro y la Pampa Húmeda: el interior que puede generar los dólares que tanto necesita la Argentina.

Como última novedad, aparece en Rosario una propuesta generada desde sectores de izquierda que, con candor adolescente, pretende reinventar el agujero del mate. A través del plagio a Mercado Libre, se buscar clonarlo para generar una plataforma de e-commerce de impacto local, no entendiendo las potencialidades de la escala, el alcance de la marca, los marketplaces desarrollados y la experiencia de 21 años de esta empresa.

Entiéndase bien: No está mal que pueda desarrollarse una plataforma local que privilegie el mercado de cercanía y compita con Mercado Libre. Pero que la haga el sector privado y con fondos privados. Lo que no está bien es que se embarque a un municipio en una aventura que terminará generando un derroche de recursos de los contribuyentes y una pérdida de tiempo a los comerciantes y emprendedores que se sumen a esa plataforma. Porque el cliché de que tendrá justicia económica, que será sin fines de lucro y que no busca hacer millonarios los dueños de las plataformas, es otra muestra del infantilismo económico que viene de la mano de la ideologización desconectada de la realidad. Veamos en un año donde está ese Mercado Justo.

Insistimos. En momentos como los actuales, cuando se prorroga nuevamente la cuarentena más larga del mundo hasta el 7 junio, cuando debemos poner todo nuestro énfasis para sostener el empleo y lograr la recuperación económica, las señales que el gobierno le está dando al sector privado no son las mejores.

Podríamos traer a colación las famosas palabras de Ayn Rand que en su monumental obra "La rebelión de Atlas" decía: "Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada."

No es con estas actitudes ni con estas ideas que vamos a apoyar, estimular y colaborar con nuestros comercios, pymes y empresas para lograr la reactivación de la economía y sostener el empleo. Siguiendo con el ejemplo del libro de Rand, Argentina necesita menos burócratas y planificadores como Wesley Mouch y más empresarios como Hank Rearden.

EL AUTOR. Guillermo Mosso. Twitter: @guillemosso. Diputado provincial por el Partido Demócrata de Mendoza. 

Esta nota habla de: