El declive de los intelectuales a causa de la pandemia de la ignorancia
José Jorge Chade pone bajo análisis la capacidad de pensar y resolver las cosas.
En nuestro país siguen hablando, pero ¿quién los escucha? Apenas frecuentan los nuevos canales de comunicación y parte del público los identifica con la élite y los ignora.
Son tiempos oscuros tanto para los intelectuales como para los medios que utilizan para hacerse oír. Si "uno vale por uno", uno vale por el otro, no hay diferencia entre el sabio y el ignorante. Si todo el mundo puede conversar con todo el mundo, si Internet da voz a más de la mitad de los habitantes del planeta, si los medios tradicionales ("uno a muchos"), que los intelectuales suelen utilizar para llegar a su público, están en crisis, ¿quién escucha a los intelectuales?
Como dijo Mozart, "todo ha sido compuesto, pero aún no transcrito": corresponde, pues, a los intelectuales -de formación académica y superior, movidos por el deseo de aprender, medir y medirse- "saber leer" las profundidades ocultas, sacarlas a la superficie como bienes comunes, caminos culturales abiertos que todos puedan recorrer.
La tarea de los intelectuales consiste, pues, en asumir el saber y el conocimiento como deberes para "sacar a la luz" la visión más amplia de las cosas: Sabino Cassese (1935) es un jurista italiano, ex ministro de la Función Pública del Gobierno Ciampi (1993-1994) y juez del Tribunal Constitucional (2005-2014)). elabora este concepto y lo enriquece. Un intelectual debe ante todo "definir el sentido de los conceptos y de las palabras", establecer una gramática que pueda ser compartida, debe después valorizar el pasado como fuente de conocimiento consciente, y esto se aplica tanto a la filogenia como a la ontogenia, su tarea es generar el gusto, la iluminación del conocimiento más que la provisión de nociones ,«no llenes la olla sino enciende el fuego», según la metáfora de Plutarco retomada por Rabelais, luego debes proporcionar explicaciones y claves de interpretación, fomentar el uso público de la razón y, por último, facilitar la coexistencia del pensamiento y la acción, la teoría y la práctica, "innovando con nuevas maneras los órdenes anticuados", y finalmente favorecer los procesos de universalización de la cultura mediante una visión cosmopolita de la realidad.
Sin olvidar que ser intelectual por vocación o por elección es un don que debe ponerse al servicio de la humanidad para enseñar sobre todo el método de reflexión y el uso del pensamiento crítico como instrumentos para ennoblecer la condición humana: ello implica "in nuce" la posesión de la necesaria humildad, o sea que no todo debe tomarse como la intención de impartir una lección.
Me viene a la mente una expresión utilizada por San Agustín para describir a los hombres de fe, que tienen responsabilidades y deberes para con el pueblo de los creyentes: utilizándola aquí, en sentido laico, se aplica a ellos, pero con mayor razón hoy a los incrédulos, a los negacionistas, a los nihilistas de los valores, de embrollo de la realidad y de preclusiones dogmáticas.
Podríamos decir con San Agustín, por lo tanto, que los intelectuales son como los "montes", las montañas que son las primeras en indicar y disfrutar de la aparición, de la salida del sol.
Ser los primeros en captar la luz y el calor asigna a los intelectuales una tarea que encierra, en consecuencia, un extraordinario potencial expresivo.
Las épocas de crisis y desconcierto, que nosotros vivimos es la heredada de la deriva de disolución inexorable de la identidad que recorrió el siglo XX, se caracterizan [...] por un "debilitamiento general del razonamiento".
BIBLIOGRAFÍA
S. Cassese. Intellettuali, il Mulino, 2021, p. 25.
J. Huizinga, La crisis de la civilización, Pgreco, 2012, p. 44.
Z. Bauman, La vida líquida, Laterza. 2008.
P. Valery, L'Europe et l'esprit. Ecrits politiques, 1896-1945, editado por Paola Cattani, Gallimard, 2020 . Véase también la reseña de este texto por Sabino Cassese en «Sole 24Ore - Il domenicale», 24 de enero de 2021.
N. Maquiavelo, El Príncipe (1532), Rizzoli, 1991, p. 98.