La decencia y la insustituible coherencia
Isabel Bohorquez realiza un homenaje a la decencia y la coherencia, y lo personifica en una persona destacable.
"Decencia que estás en mí,
decime como arrancar;
no vez la honradez sufrir,
no vez reír la maldad.
Si la vida nos unió
en esta lucha a los dos,
no quiero verte aflojar
sí tarda en salir el sol.
Decencia que está en mí,
contigo quiero morir."[1]
Cada semana me sumerjo entre mis libros buscando una cita, un fragmento que mi memoria guarda, a veces de manera errática, para darle a mis textos un marco, un sustento o un atisbo de belleza.
A veces pienso que escribir es mi excusa perfecta para ir en busca de un reencuentro con los momentos en que disfruté leyéndolos.
Pensando en la decencia, esta vez me topé con un libro titulado Valores argentinos o un país insulso[2] y lo que me emocionó profundamente fue la dedicatoria de quien me lo regaló: Miguel Ángel "Chicharra" Abella.
Chicharra Abella fue intendente de la ciudad de Río Cuarto dos períodos completos, también fue diputado y senador nacional. Y si hay algo que pueda decirse de él es que encarnó el ejemplo de una persona dedicada a la política con decencia e integridad de principios. Falleció en el año 2017 a los 72 años y dejó un legado inmenso para las generaciones que le sucedieron en el radicalismo cordobés, en todo el elenco político diría yo... No conozco a alguien por estos lares que lo haya podido emular.
Celebro haberme encontrado con el libro que me regaló como un augurio de éxito para mi persona cuando asumí una responsabilidad pública en el Ministerio de Educación de Córdoba (en el año 2006). Y más aún celebro haberme encontrado con el recuerdo de su persona.
Por estos días, el truncado debate sobre la Ficha Limpia en Diputados evidencia -a mi entender- qué difícil se le hace al aparato político nacional aceptar que más allá de cualquier sector o alianza electoral, la decencia es un reclamo a gritos de la sociedad argentina.
No es Cristina Fernández de Kirchner lo que importa, ni su posible postulación a algún cargo. Ése es un análisis de muy corto alcance: plantear el debate de una ley en base a una sola persona. Me entristece esa miopía.
Lo que me parece sustancial es que en nuestro país podamos discutir si una persona, sea quien fuere, puede postularse para cargos públicos teniendo condena firme por corrupción en el ejercicio de su función. De esa manera podremos abordar otra cuestión más profunda: todos los funcionarios deben ser personas decentes, íntegras (y coherentes), por ende, deben estar al servicio de la sociedad.
Plantar esa bandera ética y establecer esa línea divisoria es un buen modo de exigir que las personas que alcanzan algún grado de representatividad democrática sean dignas y hagan bien su trabajo. En caso contrario, que respondan por sus actos, sin fueros ni privilegios, como cualquier hijo del vecino.
Eso debe incluir a los sindicatos y a toda otra función social que se ejerza gracias a una elección de parte de la gente; ya que los sempiternos líderes sindicales, por ejemplo, se amparan en la institucionalidad que les confiere el propio Estado, para luego volverse amos feudales impunes.
Me parece un escándalo sin tapujos la negativa a tratar la reelección perpetua de los gremialistas, la garantía de la representación de las minorías en los cuerpos deliberativos y directivos de los sindicatos, la obligación a presentar declaraciones juradas sobre el propio patrimonio, la prohibición de la cuota solidaria que sostiene la caja sindical y las medidas para democratizar las obras sociales.
Negarse a esos debates me recuerda al tango de Discépolo:
"No hay aplazados, ni escalafón
Los inmorales nos han igualado
Si uno vive en la impostura
Y otro roba en su ambición
Da lo mismo que si es cura
Colchonero, rey de bastos
Caradura o polizón"[3]
Cuánto del tango Cambalache hay en nuestra realidad política argentina...y cuánto hay que cambiar...ojalá tengamos memoria para recordar los nombres de los diputados que negaron su firma y no votarlos. Nunca más.
Por nuestra parte, siendo ciudadanos de a pie, ¿qué podemos hacer?
Quizá podemos levantar bien alto la bandera ética de la decencia común como la describe tan apropiadamente Bruce Bégout en su texto Sobre la decencia común y su análisis sobre la obra de George Orwell.
Bégout expresa que: "Orwell percibió claramente un polo de resistencia en el mundo común: no se trata simplemente de preservar ese mundo como un territorio amenazado, sino que es también este mundo el que nos preserva a nosotros contra la destrucción de la experiencia común y contra la movilización general. En efecto, lo que las formas tiránicas del poder moderno humillan son precisamente esos valores comunes de la gente sencilla, a saber, lo que Orwell denomina a partir de 1935, la decencia común (common decency)"[4]
Entiendo que la afirmación de esa condición humana básicamente buena, referida al amor propio de ser uno mismo, en base a las cosas y circunstancias comunes que podemos comprender colectivamente como un horizonte compartido -esa condición que Orwell encontró en la gente sencilla- no será suficiente, aunque sí necesaria para la vida política de un país.
Con la advertencia de que la utopía socialista orwelliana también puede conducirnos en lo político a una forma de populismo si asumimos esa condición de manera tan autoritaria como la que confronta en su posicionamiento frente a otras formas de poder.
¿Dónde estará el equilibrio posible?
Confío en esa decencia común de la gente sencilla.
Hasta me agradan los términos en que está expresada. Y también considero que no es suficiente y que puede, convertida en relato político, desvirtuarse al punto de tornarse autoritaria y demagógica.
¿Seremos capaces como sociedad de discernir y buscar aquello que es bueno para todos sin caer en extremismos de ninguna clase? La historia nos muestra que ese es quizá uno de los desafíos más grandes: la construcción social pacífica, ordenada, decente y coherente. También es verdad que hay países que han dado grandes pasos en base a esa brújula.
Hay ejemplos groseros de lo que está mal y que nos permiten orientarnos a hacer las cosas bien, o por lo menos, hacerlas mejor: las jubilaciones obscenas de privilegio, ¡la negativa a discutir una ficha limpia! Algo que debería ser obvio...condiciones de transparencia y verdaderamente democráticas para el funcionamiento de las instituciones, incluidos los sindicatos que se han convertido en corporaciones delictivas en tantos casos...la vigilancia de los patrimonios de quienes tienen acceso...a tanto.
En fin, las herramientas para el ejercicio de una organización social que repruebe las malas acciones y promueva las buenas, ya están a nuestro alcance.
Necesitamos nuestra férrea voluntad colectiva para implementarlas y en ello radicará nuestra coherencia, aliada indispensable de la decencia.
Coherencia en el pensar y en el obrar.
Coherencia ejercida y exigida a quienes hoy tienen responsabilidades delegadas por nosotros mismos.
Coherencia que practicada por nosotros se reflejará consecuentemente en quienes tienen alguna cuota de poder.
En este país hay mucha gente que debería reconocer sus errores, en todos los sectores políticos. Nada de lo que hoy repudiamos hubiera sido posible sin la connivencia de todos.
Ya es tiempo además de dejar de esconderse tras las consignas del pasado y construir sobre el presente.
Me resulta ofensivamente farsante el tuit de Cristina Fernández de Kirchner haciendo alusión a la medida que tomó Perón en el año 1949 de eliminar los aranceles de las universidades de gestión estatal de entonces (decreto N° 26337), bajo el lema: "La conquista más grande fue que la Universidad se llenó de hijos de obreros, donde antes estaba solamente admitido el oligarca". [5]
No es verdad.
Eso no sucedió.
En 75 años las universidades se multiplicaron y siguieron siendo el nivel educativo al que accedió prioritariamente la clase alta y luego la clase media en su esplendor, la clase obrera llegó muy minoritariamente.
Nunca se llenó de hijos de obreros. Al año 2022, el escaso porcentaje de estudiantes que pertenecen al decil de menores ingresos es del 12,5% sobre el total de la población estudiantil universitaria y sólo el 1,1% de esa escasa minoría llega al último año de cursada de su carrera. O sea, excepciones. Extraordinarias historias de vida, pero excepciones. ¿De qué habla Cristina?
La mentira inmoral es seguir tironeando de la imagen de un líder y de una consigna política que no se pudo concretar en este país.
Simplemente porque nunca nos sentamos a debatir seriamente sobre cómo lograr que más jóvenes completen una educación obligatoria de calidad y puedan acceder a una educación superior y sobre qué teníamos que cambiar en el sistema educativo, incluyendo a las universidades, para que esto sucediera.
Deberíamos, honestamente, afrontar los problemas en vez de continuar repitiendo frases para la tribuna que, para colmo de males, por ignorancia o por cerrazón, sigue repitiéndolas.
Una palabra más sobre la coherencia: si hay algo que siempre me preocupó del kirchnerismo/fusión peronismo/ fusión radicalismo/fusión izquierdismo... es su incapacidad para reconocer la realidad más allá de sus coordenadas ideológicas. Asumiendo una actitud imperativa/despreciativa frente al resto de la sociedad por sentirse dueños de la verdad y la autoridad. Una visión así está condenada a la incoherencia y a la indecencia.
Deseo de todo corazón que no caigamos en un ciclo donde hoy los libertarios comiencen a sentir algo parecido.
Yo quiero que a la fórmula Milei/Villaroel (nótese que no escribí Milei/Milei) y a todo su equipo le vaya muy bien porque entonces nos irá muy bien a todos. De eso se trata.
Argentina votó mayoritariamente un cambio y lo hizo en base a un giro deseado hacia un gobierno diferente. Fue esa voluntad popular la que -antes de que Milei fuera siquiera candidato- ya anhelaba poner límite a la corrupción, al despilfarro, a la inseguridad, a la injustificable decadencia.
Hoy hay una fuerte voluntad de respaldo a los planteos de mejora del Estado, a la necesidad de transparencia, de control de gestión y de auditorías, a un Estado que invierta en forma correcta y no para negociados mafiosos, a salir de una buena vez de las eternas e injustificadas crisis inflacionarias, a resolver la inseguridad, a tener una justicia más limpia y efectiva... la lista de coincidencias con este gobierno es un gran espejo con el reflejo de una sociedad cansada de los abusos y las mentiras.
Muchas veces, siento una gran incertidumbre y me preocupa que un proceso histórico que es del propio pueblo argentino pretenda tener sello y firma de unos pocos. Sería imperdonable en estos tiempos en que nos necesitamos tan unidos.
Tal vez, estamos asistiendo a la pubertad de un proceso político nacional transformador y que, por eso mismo, manifiesta las reacciones propias de su etapa evolutiva. Habrá que madurar vertiginosamente.
Y desde donde puedo comprenderlo, quiero pensar que, si como sociedad practicamos en conjunto la defensa de nuestra decencia común, también aprenderemos a poner límites a cualquier exceso, venga de donde venga.
Y, ¿por qué no? Más personas decentes, coherentes e íntegras se sumen a la cruzada de conducir los destinos de Argentina.
Como lo hizo el querido Chicharra.
Dice el texto que me regaló:
"La vida de una persona
Tiene dos posibles caminos:
O es la historia de un gran amor,
O es la historia de miles de intentos
para sobrevivir sin ese gran amor.
La vida de un gran país
es la historia de un amor compartido
O es la historia de su triste desencanto."[6]
En tu memoria Chicharra, mi mayor reconocimiento a vos, que encarnaste las virtudes de una persona de bien, que, amando el ejercicio de la política, fuiste amado y respetado por ello.
[1] Javier Mazzea y Manuel Bargiela, tango Decencia, 1968.
[2] Víctor Manuel Fernández, Valores argentinos o un país insulso. Bouquet Editores, Buenos Aires, 2006.
[3] Enrique Santos Discépolo, tango Cambalache, 1934
[4] Bruce Bégout, Sobre la decencia común. Breve ensayo sobre una idea fundamental del pensamiento político de George Orwell, Edición Allia, Barcelona, 2010, p. 16.
[5] https://www.memo.com.ar/opinion/universidad-gratuita/
[6] Ob Cit, p.8