El velorio del angelito
Los rituales del pasado, las creencias y las crónicas que lo cuentan: cuando un niño moría. Lo cuenta la historiadora Luciana Sabina.
Las tradiciones funerarias reflejan mucho más que los rituales asociados a la muerte; son una ventana a las creencias, valores y contextos históricos de las comunidades. En la Argentina del siglo XIX, la muerte de un niño no era solo motivo de luto, sino también de una singular celebración cargada de simbolismo religioso y cultural. A través de testimonios como el de Mariquita Sánchez de Thomson y crónicas posteriores, podemos explorar cómo esta práctica evolucionó y generó controversia hasta desaparecer gradualmente.
"Pero lo más original era cuando moría un niño", señala Mariquita Sánchez de Thomson en sus memorias y describe la costumbre en el Buenos Aires de finales del siglo XVIII y principios del XIX:
"Esto era una fiesta. Lo principal era pensar que era un ángel que se iba al cielo. Estos entierros eran anunciados con repiques y cuetes y los niños se vestían del modo más original. No se podría creer las locuras que se hacían; ya parados, ya sentados; los vestidos de raso más ricos, llenos de alhajas. Era en estos casos que lucían estas alhajas (...) después que se hacía la ceremonia, en un lado de la Iglesia, lo desnudaban al pobre niño, de todas las cosas de más que le habían puesto".
Refiere de manera particular a un caso cuya crueldad asombró ya a sus contemporáneos: "Hubo la más divina ocurrencia en una casa donde murieron un niño y un negrito. Vistieron al niño de San Miguel y al negrito como el diablo. La madre lloró, suplicó, pero como era esclava tuvo que callar. Pero alguna buena alma fue a dar parte del hecho y vino una orden de la autoridad para sacar al pobre negrito y enterrarlo como cristiano".
Lo cierto es que aquellos acontecimientos se repitieron durante gran parte del siglo XIX en el interior y con mayor frecuencia en el Norte de nuestro país, donde la costumbre de despedir a los niños de modo festivo para asegurarles un lugar en el Cielo se mantuvo hasta mediados de la siguiente centena.
En un texto conocido como "Sintetizando recuerdos", Faustlno Velloso despliega una serie de anécdotas en el Tucumán de 1880 a 1900. Habla sobre los "velorios del angelito", contando el caso de un pequeño hijo del humilde albañil Estratón Lobo:
"Estaba Lobo en su rancho en uno de estos fandangos. Por causas del momento fue atacado, cuchillo en mano, por dos parroquianos borrachos, concurrentes a la 'fiesta' del albañil, que estaba desarmado para defenderse en aquellos difíciles instantes, tomó al angelito (es decir al niño muerto) por los pies, y con este atajaba las cuchilladas de sus atacantes, saliendo heridos él y su inusitada arma defensiva".
Aquellas despedidas incluían bailes, mucha comida, juegos y todo tipo de deleites. Nuestra provincia no fue ajena y cada tanto se generaron conflictos debido a la gran cantidad de alcohol que se consumía.
Con el paso del tiempo, la percepción social sobre los velorios de angelitos cambió drásticamente. Lo que en un principio era visto como un acto de fe y esperanza, destinado a celebrar el ingreso del niño al cielo, comenzó a ser condenado como una práctica vulgar y carente de respeto hacia la muerte. Hacia finales del siglo XIX, estas costumbres cayeron en desuso, impulsadas por la influencia de la modernidad y los cambios en los valores sociales. Sin embargo, su recuerdo perdura como un testimonio fascinante y, a la vez, perturbador de nuestra historia cultural.