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Elecciones en los Estados Unidos: ¿Quiénes son los "indecisos"?

utor de una serie de cuatro volúmenes sobre la historia de las divisiones políticas y culturales de los Estados Unidos, y el auge del conservadurismo, desde la década de 1950 hasta la elección de Ronald Reagan. Radicado en Chicago, fue columnista de Rolling Stone y es una de las firmas habituales de la revista The American Prospect.

Rick Perlstein
Autor de una serie de cuatro volúmenes sobre la historia de las divisiones políticas y culturales de los Estados Unidos. Fue columnista de Rolling Stone y es una de las firmas habituales de la revista The American Prospect.

Eso que algunos llaman el «discurso» se ha convertido, a medida que nos adentramos en el último mes de las elecciones presidenciales de 2024, en el misterio de los votantes indecisos. Los potentados de la prensa política dicen que por eso Kamala Harris tiene que hablar más de «temas» en las entrevistas con otros potentados de la prensa política. Si no, ¿cómo demonios van a decidir los votantes indecisos a quién votar dentro de cinco semanas?

Esto me inspira a volver al artículo más importante de periodismo político que me he encontrado en mi vida. Apareció en 2004 en la página digital de The New Republic. De hecho, me impresionó tanto que busqué quién era su autor. Y resultó que vivía en la misma ciudad que yo, en Chicago, ganándose la vida como periodista independiente de izquierdas y haciendo un poco de teatro con su mujer, Kate. Se llamaba Christopher Hayes, y desde entonces ha sido gozoso ver florecer su carrera.

El artículo de The New Republic escrito por el futuro presentador de la cadena MSNBC era un relato de las lecciones que aprendió haciendo campaña en favor de John Kerry entre votantes indecisos de Wisconsin. Hace polvo un fundamento básico de la forma de pensar de los adictos a la política: «Acaso el mayor mito acerca de los votantes indecisos es que lo son en cuestión de "temas". Es decir, aunque estén a favor de Kerry en materia de economía, están a favor de Bush en cuestión de terrorismo; o aunque estén en contra del matrimonio gay, también apoyan los programas de bienestar social».

Chris señaló que, si bien había algunas personas con las que había hablado así, «esos casos eran extremadamente raros. La mayoría de las veces, cuando les pregunté a los votantes indecisos a qué temas prestarían atención cuando se decidieran, me encontré con una mirada perdida, como si les hubiera pedido que nombraran su número primo favorito... el concepto mismo de 'tema' parecía serle casi completamente ajeno a la mayoría de los votantes indecisos con los que hablé».

Se podría pensar que otros periodistas de los que informan sobre lo que piensan los votantes indecisos se habrían quedado con la boca abierta. Es un testimonio de cómo las malas descripciones y las rígidas y osificadas convenciones de género distorsionan tanto la percepción que ningún periodista de la corriente dominante reconoce nunca nada parecido. En vez de eso, encajan las respuestas de los votantes en ese falso marco suyo, al estilo del cuadrado en el agujero redondo. Dejan que la realidad objetiva se lleve la peor parte.

Pero volvamos al Estado del Tejón [Wisconsin] en 2004.

Hayes: «Probé con otras maneras de formular la misma pregunta: '¿Hay alguna cosa que le preocupe especialmente? ¿Está ansioso o inquieto por algo? ¿Está entusiasmado por lo que ha ocurrido en el país en los últimos cuatro años?'».

Pero esas preguntas también suscitaban «desconcierto». «Los indecisos con los que hablé no parecían tener una idea intuitiva de qué tipo de quejas son las que pueden considerarse quejas políticas».

Esa es la parte que se me ha quedado grabada palabra por palabra, casi dos décadas después. Algunos mencionaron que se sentían molestos por el aumento de los costes de la sanidad. «Cuando les decía que Kerry tenía un plan para bajar las primas de la sanidad, respondían con incredulidad... como si les dijeras que Kerry prometía alargar el verano hasta diciembre».

Podría pensarse que estos resultados experimentales se podrían repetir fácilmente cada vez que un periodista sondea a votantes indecisos. Después de un par de veces, se podría pensar que los periodistas podrían haber ajustado la forma en que conceptualizan a los votantes, como algo más que paquetes de opiniones temáticas.

Sin embargo, han seguido insistiendo.

CNN, 18 de septiembre: «Harris no está dando los detalles que algunos votantes indecisos dicen que quieren». Multipliquémoslos por millones, de la misma manera que millones de invertebrados marinos forman un arrecife de coral, y tendremos la estructura de cómo se establece la agenda en el discurso del periodismo político de élite respecto a los votantes indecisos y los «temas». A menos que Chris Hayes sea muy buen mentiroso, se parece muy poco a la realidad. Entonces, ¿qué está pasando aquí y cómo podrían mejorar las cosas?

Permítanme ahora una transición brusca. Hace unas semanas hablé ante un grupo de estudiantes de postgrado de la Escuela de Periodismo Newmark (Newmark School of Journalism) de la City University de Nueva York (CUNY). Intenté inculcarles dos enseñanzas.

La primera es que las rígidas convenciones de género del periodismo dominante -conceder la misma importancia a «ambas partes», pasar por alto lo que ambas dicen sin «editorializar» sobre el valor de verdad de la afirmación, y mucho menos explicar cómo una de las partes explota intencionada y hábilmente esas normas para dirigir más la atención a la mentira que a la verdad- pueden haber evolucionado con la intención de ofrecer la máxima imparcialidad y exactitud. Pero en el aquí y ahora, no consiguen en absoluto transmitir la realidad. Les invité a imaginarse a sí mismos como historiadores dentro de 75 años, leyendo, por ejemplo, las portadas de The New York Times en 2016. Podrían llegar a la conclusión de que Hillary Clinton era igual de corrupta que Donald Trump, o más corrupta incluso. Leyendo periódicos de 2022, sospecharían que los norteamericanos sufrían una inflación semejante a la de la República de Weimar. O los de este año, en el que sospecharían que hubo una explosión de delitos violentos, cuando en realidad la delincuencia ha disminuido.

O podrían llegar a la conclusión de que en octubre de 2024 Kamala Harris perdió el favor de millones de votantes indecisos porque,porque, tras «prometer tomar medidas enérgicas contra los supuestos precios abusivos de los supermercados... pasó por alto el tema que preocupa a millones de norteamericanos en su entrevista del martes en Filadelfia y se desvió a otro mensaje».

Luego, profundizando en las fuentes, pueden argumentar que la imagen que transmitían los periódicos era tan exacta como la que ofrecía a los ciudadanos soviéticos el diario estatal Pravda.

Mi segunda observación dirigida a los estudiantes es que las normas periodísticas no constituyen un pacto suicida.

Si los autoritarios que controlan el Partido Republicano alcanzan suficiente poder, empezarán a derribar metódicamente las instituciones liberales, y entre ellas el periodismo políticamente independiente. Les dije que no les envidio, pues su generación de periodistas se enfrenta a la asombrosa carga de reconceptualizar las normas heredadas de su profesión para ofrecer imparcialidad y precisión. No para hacer periodismo de una manera que ayude a Trump a perder, sino para hacerlo de una manera que permita a los consumidores de noticias comprender con precisión lo que está en juego en estas elecciones.

Porque si no lo hacen, y las normas "#bothsides" ["ambos bandos"] hoy vigentes sobreviven sin cambios, podrían acabar siendo la última generación de periodistas políticamente independientes.

El asunto de los «votantes indecisos» es un caso de estudio perfecto. ¿Quiénes son y cómo deciden realmente, si no es, claro está, prestando atención a los temas? Tengo una teoría al respecto para estas elecciones en particular, y también para las de 2016 y 2020, aunque al no conocer a ninguno, ni haber hablado con ninguno, sólo puedo llamarla hipótesis. Mi análisis comienza con un fragmento sorprendente del discurso de aceptación de Donald Trump el pasado verano.

Fue la parte que venía después de decir: «No tengo guerras», dado que las detiene «sólo con una llamada telefónica». Prometió: «Reabasteceremos a nuestras fuerzas armadas y construiremos un sistema de defensa antimisiles "Cúpula de Hierro" ["Iron Dome"] para garantizar que ningún enemigo pueda atacar nuestra patria», que se «construiría enteramente en los Estados Unidos», y que sería igual que el de Israel («Trescientos cuarenta y dos misiles se lanzaron contra Israel, y sólo uno consiguió pasar un poco»), o el que Ronald Reagan propuso «hace muchos años, pero realmente no teníamos la tecnología hace muchos años».

Apenas lo mencionó ningún medio de comunicación; ni The New York Times ni The Washington Post ni la CNN ni la PBS, ni tampoco ninguna de las tres cadenas de televisión -que fue cuando dejé de buscar- pensaron en desacreditarlo. Supongo que porque «Cúpula de Hierro o no Cúpula de Hierro» no estaba en el cartón de bingo de sus «temas». Aunque yo oí a algunos burlarse de lo que vino después, cuando Trump, sin que nadie se lo pidiera, afirmó: «¿Recuerdan que lo llamaron "Starship" ["Nave estelar"], "Spaceship" ["Nave Espacial"]? Cualquier cosa con tal de burlarse de él [de Reagan]».

Y es verdad. Todos y cada uno de los expertos asesores de Reagan que no estaban chiflados le dijeron que su sueño era una imposibilidad, así que lo anunció en un discurso sin contarles que lo iba a hacer. Se malgastaron 50.000 millones de dólares (en dólares de los 80) en investigación; y siguió siendo imposible, como sigue siendo imposible hoy. Sin embargo, la Unión Soviética quedó tan aterrorizada por el discurso que fue una de las razones por las que pusieron sus fuerzas nucleares en alerta máxima, lo cual llevó a una serie de malentendidos que casi acabaron con el mundo. Así que, a la hora de evaluar la propuesta en términos objetivos, la «Iniciativa de Defensa Estratégica» (nombre oficial) sólo merecía que se burlaran de ella. Así que se burlaron...

Pero de Trump: se burlaron llamándola «Star Wars» [«Guerra de las Galaxias»], no «Nave Estelar» o «Nave Espacial», idiota.

Pero, ¿quién era el idiota? Al año siguiente, a pesar de una interminable ristra de sandeces similares, Reagan ganó en 49 estados. ¿Cuántos de sus 54.455.472 votantes, sería interesante poder saberlo, estaban indecisos entre él y Walter Mondale antes de oír a este severo padre nacional prometer un escudo mágico que cubriera cada centímetro de los cielos de nuestra nación y que pudiera protegernos del mal?

¿Entienden lo que les digo? Objetivamente, la «Cúpula de Hierro» de Trump no merece más que burlas. La Cúpula de Hierro de Israel protege a un país de unos 22.145 kilómetros cuadrados (sin contar el territorio ocupado ilegalmente) de cohetes que no pueden apuntar con precisión, sino que simplemente se lanzan hacia las inmediaciones generales, con explosivos hechos de azúcar y fertilizante. La Cúpula de Hierro de Trump tendría que proteger a una nación de 9.826.675 kilómetros cuadrados de los proyectiles guiados más sofisticados de la Tierra, que contienen quince ojivas termonucleares con una potencia total de aproximadamente tres mil veces la fuerza de la bomba que arrasó Hiroshima en 1945.

Objetivamente hablando, no vale más que la burla. Pero subjetivamente: ¿por qué prometió Trump «construir una Cúpula de Hierro por encima de nuestro país»? Para asegurarse de que «nada pueda llegar y dañar a nuestro pueblo...Es Norteamérica primero, Norteamérica primero».

Los estudiosos han llenado millones de páginas para explicar el atractivo psicológico del fascismo, y la mayoría ha coincidido en el hecho contundente de que ofrece una fantasía de restitución de un estado infantil, donde nada puede llegar a hacerte daño, porque estarás protegido por una figura todopoderosa que siempre te pondrá en primer lugar, siempre te pondrá por delante. Es sencillamente indiscutible que esta promesa puede seducir y transformar incluso a personas inteligentes, aparentemente maduras y de buen corazón, antes comprometidas con la política liberal. Ya he escrito anteriormente en esta columna acerca de la extraordinaria película The Brainwashing of My Dad (El lavado de cerebro de mi padre), en la que la directora Jen Senko describe la transformación de su padre, liberal como los Kennedy, bajo la influencia de las tertulias de la radio de derechas y de Fox News, y también cómo, después de que explicara la premisa de su película en una campaña de Kickstarter [plataforma global de micromecenazgo para proyectos creativos], decenas de personas salieron como de la nada para compartir historias similares sobre sus propios familiares.

He aprendido mucho sobre las dinámicas psicológicas del pienso de X gracias a una psicóloga llamada Julie Hotard, que profundiza en las técnicas que utiliza la Fox para provocar la infantilización de los telespectadores. La gente de la Fox que diseña estos guiones, se imagina uno, es gente bastante sofisticada. El don de Trump es ser capaz de mascullar eso mismo desde las entrañas. Los llamamientos de Trump se han vuelto notablemente más infantiles precisamente en este sentido. Cuando se dirige a las votantes, por ejemplo: «Soy vuestro protector. Quiero ser vuestro protector... Ya no estaréis abandonadas, solas o asustadas. Ya no estaréis en peligro...».

O cuando refunfuña con la otra cara de la promesa infantilizadora: que él será vuestra venganza. Su promesa de destruir cualquier cosa que os ponga en peligro. Como cuando prometió recientemente responder a «un día realmente violento» enfrentándose a los criminales en «una hora dura, y quiero decir realmente dura. Se correrá la voz y acabará inmediatamente».

O cuando envió la Oración a San Miguel Arcángel («Oh Príncipe de los ejércitos celestiales, por el poder de Dios, arroja al infierno a Satanás y a todos los espíritus malignos que rondan por el mundo buscando la ruina de las almas») ilustrada con una pintura del siglo XVII de dicho santo dándole un pisotón a un demonio derrotado, a punto de atravesarle la cabeza con una espada.

En la izquierda liberal incluso, muchos interpretan la forma en que Trump parece desvariar todavía más estas últimas semanas como una falta de control autodestructiva, o como un síntoma de deterioro cognitivo. Casi parecen celebrarlo. El boletín de noticias por correo electrónico de The New Republic, que no soporto, está lleno de estos titulares terapéuticos de anzuelo haciendo campaña con los mismos ejemplos de los que hablo aquí: «Trump propone una idea asombrosamente estúpida para la seguridad pública»; «Un ex ayudante dice que el "espeluznante" mensaje de Trump a las mujeres demuestra que está desfasado»; «Trump parece haber perdido totalmente la noción de las cosas».

Ciertamente no discrepo del hecho de que Trump parezca cada vez más deteriorado cognitivamente y fuera de contacto con la realidad. Pero, ¿no podrían estas deficiencias convertirlo en mejor seductor fascista, a medida que sus invitaciones a la regresión infantil se vuelven cada vez más primarias, cada vez más básicas, cada vez más puras?

Así pues, vaya finalmente mi hipótesis sobre los votantes indecisos.

Imagino que al menos algunos de ellos -seguramente más de los que supuestamente introducen las posiciones temáticas de los dos candidatos en hojas de cálculo para estudiarlas, descartando al candidato que no es lo suficientemente «específico» sobre sus políticas fiscales- están indecisos porque se encuentran en un umbral. «Indeciso» es una estación intermedia entre la rendición final a la fantasía trumpiana, y todas las comodidades imaginarias que ofrece, y lo que es quedarse con el resto de nosotros en la comunidad basada en la realidad, a pesar de todos los terrores existenciales que ofrece el mundo real.

¿Es correcta mi teoría o es un disparate? Sinceramente, no puedo decirlo, o no puedo decirlo sin el tipo de recursos de que gozan los periodistas de The New York Times, Washington Post o las cadenas de noticias. Porque para saberlo habría que hablar con la gente. Hablar de verdad con la gente. Lo que significa, en primer lugar, ganarse su respeto y confianza para conseguir que hablen de cómo ven realmente el mundo.

Tal como hizo en 2004 Chris Hayes sin el lastre de los rígidos marcos conceptuales que impiden ver la política tal y como es, en lugar de como desean que sea nuestros periodistas políticos de élite.

Fuente: The American Prospect, 2 de octubre de 2024

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