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Documento sinodal: Sabor agridulce

El director del portal Religión Digital analiza el fin del Sínodo en el Vaticano y sus documentos finales, con disgusto por no haber avanzado en las transformaciones que se esperaban.

José Manuel Vidal

Acabo de leer (en diagonal) el larguísimo documento final del Sínodo y, al final, me ha quedado un sabor agridulce. La verdad es que, en una primera impresión, esperaba más mucho más. Percibo avances significativos a niveles de concientización del proceso sinodal en el que se ha embarcado la Iglesia (¿sin marcha atrás posible?), pero, como siempre, me da la sensación de que los padres/las madres sinodales se quedan a medio camino. No concretan. No aterrizan.

Si, como decía el profético cardenal Martini, llevamos doscientos años de retraso, la verdad es que el documento final del Sínodo no parece colmarlos. Es evidente que el documento trasluce un nuevo comienzo, un reinicio, un reset de la Iglesia en clave sinodal. ¿Es suficiente este nuevo comienzo? El proceso sinodal es un proceso, pero, a fuer de quedarse en mera palabrería, debería aterrizar en lo concreto y dar pasos sinodales desde el principio.

Demasiada palabrería, dirán algunos. Demasiadas explicaciones, demasiado contexto. ¿Es capaz el santo pueblo de Dios, enfrascado en la dura lucha por la dignidad de la vida diaria, de leer, entender y asumir un documento de 41 páginas? ¿Por qué no se divulga, por qué no se resume, por qué no se condensa y se explica lo esencial en dos o tres folios? Sólo así estará al alcance de la gente 'normal'.

Además de las demasiadas explicaciones, en una primera aproximación, me parece que el documento tiene "poca chicha". Me defrauda, sobre todo, el que sigue sin dar respuestas claras, concretas y directas a tres asignaturas pendientes de la Iglesia: el puesto de la mujer en la institución, la erradicación de los abusos y la quiebra de la espina dorsal del clericalismo. Tres fenómenos en los que no hay tiempo que perder y en los que la sociedad no concede respiro y, menos, en esta época de la aceleración constante.

Mientras sea clerical, la Iglesia no puede ser evangélica, porque seguirá siendo coto privado de una élite, de una casta clerical, que domina, impone y controla. Hay pequeños guiños anticlericales, como el paso de los consejos parroquiales de consultivos a deliberativos, la potenciación de las conferencias episcopales, la puesta en marcha de los sínodos diocesanos o la creación de un Consejo de Patriarcas en torno al Papa.

Medidas, a mi juicio, insuficientes para quebrarle el espinazo a la plaga clerical. Más bien parece que caemos, de nuevo, en el clásico gatopardismo eclesiástico. ¿Puede una Iglesia esencialmente clerical dejar de ser clerical por sí misma, hacerse el harakiri a sí misma?

Me defrauda enormemente el abordaje del tema de los abusos, sin denuncia clara y contundente del sistema de encubrimiento vigente durante muchas décadas y, sobre todo, sin plantear medidas concretas de reparación. "Las víctimas deben ser recibidas y apoyadas con gran sensibilidad", reza el documento. ¿Y eso es todo? ¡Qué vergüenza!

Y la misma vergüenza produce el abordaje del tema de la situación discriminatoria a todas luces de la mujer en la Iglesia. El documento les dora la píldora, les reconoce que son parte fundamental de la institución y del seguimiento del Maestro, pero no saca conclusiones.

Dicen los sinodales que la mujer merece detentar "papeles de liderazgo", pero ni siquiera les abre del todo la puerta del diaconado ministerial, que pretende dejar entreabierta, asegurando que "es necesario un mayor discernimiento". ¿Para qué, por qué, si el clamor del santo pueblo de Dios pedía, en todas las asambleas sinodales, el acceso de la mujer a los ministerios ordenados? Una institución tan estructuralmente machista seguirá escupiendo a las mujeres en la cara.

Quizás no quepa ir más allá, para salvar la armonía, el equilibrio y la comunión eclesial. Para que, en la Iglesia sigamos cabiendo todos, todos, todos. Pero duele ese ritmo tan lento, con el que es difícil "superar resistencias y abandonar rutinas". Al clericalismo, o se le asfixia o seguirá campando por sus fueros. Algunos viven muy bien, colgados del báculo del poder y de los privilegios vitales, como para someterse de motu proprio al ritmo y al proceso sinodal. A este paso, largo me lo fiáis...

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