Idiotas, inútiles y además, malhumorados
Hay una carrera por sumarse a la carrera en la que se busca eliminar totalmente la opinión diferente y se intenta instaurar -desde al menos dos costados de la política, aunque hay más- que solo hay un camino para la Argentina.
El solo hecho de que no haya voluntad en la dirigencia política de aceptar que otros piensan diferente y que merecen ser parte del sistema y de la vida cotidiana, ya da cuenta en forma suficiente de una decadencia de la democracia y, si se escarba e indaga un poco más de la sociedad.
El ejercicio de la ciudadanía queda confundido con la exaltación exhibicionista del fanatismo que no admite discusiones, disidencias ni alternativas. En lugar de aceptar la posibilidad de que una variedad de corrientes de opinión aporte sus respectivas perspectivas para afrontar la gestión pública y hasta la vida cotidiana, la lucha va en sentido contrario y a toda velocidad: que unos puedan eliminar del debate público a otros. Y si no lo consiguen, al menos logren ridiculizarlos de tal modo que su sola permanencia en la política genere más memes que oportunidades de darle otra salida a problemas.
Si bien ya se sabe que no hay una única salida para los desafíos que da la Argentina, se ha incentivado en la población que sí, que hay un "único camino" y que jamás podrá cruzarse con otros. Lo piensan unos y también los otros, y solo eso evidenciaría que hay más de una idea posible si no fuera porque entre ellas quieren neutralizarse.
¿Alguien tiene tiempo de pensar por sí solo, sin contagiarse de alguna viralidad de redes a la hora de emitir opinión, en torno a la gravedad que esto tiene?
¿Se dan cuenta los referentes de opinión que vale menos (a pesar de las apariencias) definirse taxativamente por alguna de las miradas totalitarias que abrirse a llamar a usar cada cerebro en defensa de la multiplicidad de posibilidades que hay en la sociedad para encarar los asuntos pendientes y solucionarlos?
Hasta ahora pareciera que la puja es por conseguir como objetivo mostrarse más encriptado, blindados, ("cabezas de termo", como se le dice) sobre una determinada idea, más que por abrirse a debatir: escuchar y después hablar, sin necesidad de eliminar al que piensa diferente.
Pero no siempre fue así. Ni en todo el mundo funciona de tal manera, aunque la tendencia a que esto suceda no es algo que haya nacido en Argentina, sino que recibimos los coletazos de la decadencia generalizada de la democracia.
No hay en los nuevos militantes, los trolls, tolerancia a la frustración. Son mentes débiles que lloran éxito, almas cebadas que buscan más luces, likes y corazones cada día y que no tolerarían perder una pelea, mucho menos seguidores.
Aquí ni hablemos de tener o no razón, ya que se mueven como barrabravas bajo efectos del alcohol o estupefacientes y, ante el menor problema del sistema democrático se le ponen en contra, incapaces de defenderlo, corregirlo, mejorarlo. Idiotas, inútiles y además, malhumorados, al final de cuentas.
Fuera de la democracia no hay nada. Así de imperfecta es mejor que cualquier otra experiencia de pensamiento único del que se tenga noticias en la historia de la humanidad.
Pero está claro: todos podemos caer en la hipnosis que mueve a los protagonistas de esa anomalía que parece imponerse.
Solo hace falta mantenerse despabilados, usando el cerebro propio y negándose a sumarse a la cresta de esa ola. Puede que sea solo un espejismo. Y terminemos dando contra el suelo. O haciendo que eso les suceda a muchos más. Nos podemos estar haciendo mucho daño como sociedad si seguimos alimentando el caos en la política que hoy se verifica en todas y cada una de las fuerzas bajo efecto de implosión.