Historia

Los tristes últimos años de Roca

Cómo fue la recta final de la vida de Julio Argentino Roca. Lo cuenta la historiadora Luciana Sabina, @kalipolis.

Luciana Sabina

Hoy, 19 de octubre, se cumple un nuevo aniversario de la muerte del General Julio Argentino Roca, una buena excusa para recorrer sus últimos años.

Por lo que inferimos en sus cartas, Roca sufrió de cierta melancolía hacia el final de su existencia, refiriendo continuamente al sentido mismo de la vida.

El 8 de julio de 1913 escribió a su amigo a Eduardo Wilde:

"¿Qué es de mi vida? Hago, mi querido doctor, lo que hace usted: vivir sobre las cenizas de nuestras cosas muertas, sin el recurso de una pasión absorbente, o de la vanidad intensa, de esas que animan a algunos hombres viejos, que viven y mueren contentos de sí mismos y a quienes la muerte sorprende en ese estado inconsciente de beatitud ¡Cuánto misterio! (...)

A ti que eres profundo analizador del alma humana y gran filósofo, puedo hacerte la pregunta que se vienen haciendo los hombres desde que la humanidad existe: ¿qué es la vida?"

En el mensaje a su viejo amigo que por entonces estaba en Madrid, también hizo referencia a nuestro país y mostró su decepción con la política:

(...) nuestra Argentina, ‘mutatis mutandi', es la misma que tú conoces. Una fiebre muy grande de riqueza, extraordinaria actividad y ese hervidero de una gran democracia en formación. Por supuesto que el antiguo régimen es considerado como elemento viejo e inútil. En todo el pueblo y en todos los tiempos hay siempre un antiguo régimen, que es el macho cabrío del nuevo que lo reemplaza, hasta que se envejece a su vez (...) los viejos partidos, están disueltos. A este respecto, nos encontramos ‘a recommencer'. Es difícil adivinar el mañana. Lo que sea, será. Yo me voy esta noche a ‘La Larga', a hundirme en el silencio y la soledad de la pampa. Feliz tú, que puedes hacerte una pampa en tu escritorio".

Julio Argentino Roca reclamó por las Islas Malvinas

La mañana del 13 de octubre de 1914, el General salió a caminar algunas cuadras. "Regresó a la hora de almuerzo y luego se quedó dormido en el sillón de su despacho. Había refrescado entretanto, y cuando se despertó sintió frío", cuenta La Gaceta de Tucumán días más tarde.

A pesar de ese malestar volvió a salir, debía comprar un regalo a uno de sus nietos en vísperas de su cumpleaños. Nuevamente en casa lo acometió un violento ataque de tos. De inmediato llamaron a su médico de cabecera el doctor Luis Güemes, nieto del famoso caudillo. El galeno no pudo advertir la gravedad: se trataba de una infección pulmonar que terminó, en horas, con la vida del exmandatario.

Julio Argentino Roca murió el 19 de octubre de 1914, a los 71 años en Buenos Aires.

Un año antes había escrito a un amigo:

"Pasado mañana cumplo 70 años. Es buen trecho de permanecer sobre la tierra, y cuando quiera puede venir la muerte, sin encontrarme en pecado ni remordimientos. Tenemos que morir, como todo lo creado. ¡Qué hacerle! Sólo Dios es eterno..."

Sus exequias comenzaron el 20 de octubre, recibiendo honores de presidente en ejercicio. Las imágenes dan muestra del multitudinario y sentido funeral. Nación decretó duelo por dos días y la bandera estuvo a media asta más de una semana, para despedir a uno de los últimos augustos argentinos.

La Casa Rosada, suya durante años, fue cobijo para sus restos. Agustín de Vedia, describió aquel velorio de manera magistral:

"Rígidos soldados forman la última guardia. Veteranos y cadetes se cuadran ante el féretro. Caen muchas lágrimas sobre las prendas militares y sobre la bandera. La angustia domina todas las expresiones de la amistad. No pasa un solo indiferente y cuesta advertir simples curiosos. Muchos miran los despachos desde los cuales gobernó Roca, y aquel en que ahora está tendido, antes de que lo conduzcan al reposo eterno

(...) suenan los tambores y las voces de mando, y allá va el cortejo final de la vida. Las luces de las calles están veladas por crespones. Los padres levantan en brazos a sus hijos para fijarles el recuerdo del héroe... Doblaban las campanas a los templos. Rendían honores los batallones y las escuelas. ‘Este es el que evitó la guerra', decían las mujeres del pueblo, y se santiguaban. Los extraños se asociaban íntimamente a nuestra pena".

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